«Cualquier pensamiento es antes un sentimiento»: Juan Carlos Monedero

Foto y texto por Luis Alberto Rivera

Desde la tarima, el español Juan Carlos Monedero (Madrid, 1963) lanza miradas incisivas y aspavientos con los brazos que va compaginando con un discurso bien estudiado y lleno de recursos lingüísticos, plagado de referencias históricas y adornado de citas académicas que contextualizan su postura. Al menos una decena de anécdotas provocan la risa del público. Abajo, en primera fila, Cuauhtémoc Cárdenas dormita y escalona un intento de interés a lo que dice uno de los fundadores de Podemos. Le acompaña Porfirio Muñoz Ledo y Alejandro Encinas, a quienes Juan Carlos, al ser artífices de su visita a México, alaba con entusiasmo.

Tiene 52 años pero no los aparenta. Su pinta vestido de negro informal y chamarra a cuadros logra que en el público alguien exclame, «es un chamaco». A lo mismo ha hecho referencia una de sus exalumnas, Graciela Martínez, quien es la vocera de Podemos en México, en la presentación de rigor que precedió la subida de Monedero al estrado. Agranda esa informalidad y a su vez se acerca más al público al tomar el micrófono con las manos. «Cuidado que ya estoy cómodo», amenaza.

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Con nombre de rey y apellido de artículo portador de dinero, juega un par de ocasiones con el asunto. Hace referencia a su estancia en Venezuela al lado de Hugo Chávez y lo dice sin pena alguna. Aló Presidente. Se disculpa irónicamente al hablar de ello y también cuando menciona la palabra «madurar». Una exageración del recurso. Dice que en México podría ser relacionada con Nicolás Maduro.

Monedero renunció hace varios meses a la cúpula del partido que lo consagró como uno de los elementos de posible cambio en España. En su discurso, defiende el proyecto que a la fecha lidera Pablo Iglesias como si aún formara parte directa de él. Por México Hoy y La Fundación para la Democracia en un intento por validar su iniciativa han organizado el acto que rebasa en asistencia al patio principal del Museo de Arte Popular. Piñatas que cuelgan desde los balcones y alebrijes en la entrada principal le sirven al ponente para hablar de la autenticidad.

«Podemos parte de una derrota», repite con insistencia. El catedrático de la Complutense de Madrid rememora con sarcasmo el movimiento que existe en los medios de comunicación en contra de la reciente formación política. Exhibe de manera anecdótica a una reportera de la que no menciona su nombre. Se dice acostumbrado a los ataques y la fortaleza de sus ademanes valida ello al menos en apariencia.

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Arranca su discurso con un par de agradecimientos y con una sentencia que previene al público del elemento al que más recurrirá durante las dos horas de intervención.

«Me gustan los chistes porque nos salvan de la estupidez de la solemnidad, pero sobre todo de la estupidez de los solemnes. Pero hay que ser muy cuidadosos, porque a veces somos muy irreverentes, a veces hacemos chistes muy graciosos cuestionando a los gobernantes, pero otras somos muy obedientes. Los chistes nos tienen que servir para ser desobedientes».

Va de un lado a otro pero nunca abandona la línea que achaca los problemas del mundo al neoliberalismo y a la pobreza de unas supuestas izquierdas que actualmente habitan en la política. «A lado de la derrota retórica de la izquierda, hay otra derrota muy profunda, que es la derrota de los valores tradicionales de la izquierda. Hemos sido derrotados en la práctica de la izquierda. Ser de derechas o de izquierdas se ha convertido en algo profundamente confuso».

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«El miedo se ha convertido en el elemento central de nuestra sociedad, de lo que nos ocurre. Tenemos miedo porque el mundo se ha convertido en un eterno supermercado, todo se ha vuelto una mercancía. Todo es un mercado que está en virtud de la oferta y la demanda. Un mundo neoliberal en donde todos somos empresarios de nosotros mismos».

Ejemplifica esa invasión inversionista en casi cualquier ámbito con una anécdota en la que un amigo suyo lamenta profundamente una ruptura amorosa y al final el lenguaje del personaje cae en el sitio criticado, «estoy destrozado porque he invertido mucho en esta relación».

Pide mirar hacia otros lados y lamenta esa falta de atención a un panorama más amplio. Sugiere observar en sitios menos recurrentes y dejar de lado el lugar común, pues ello ha ocasionado que el miedo y la resignación se hayan transformado en una política de estado.

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«La gente ha convertido el neoliberalismo en un nuevo sentido común. Y eso hace que los valores comunitarios hayan dejado el paso a los valores individualistas, consumistas, a los valores del egoísmo, de que lo privado es mejor que lo público. Una concepción de que ser malo es natural para el hombre y ser solidario es tonto. El mal es no tener empatía, es no estremecerte por el llanto de un niño, de un ser humano».

«Estamos en un momento de crisis porque hay un mundo que se está marchando pero que no termina de hacerlo y uno que está llegando pero que no termina de llegar. Por eso hay tanta confusión». Y en esa transición, afirma, «nos hemos vuelto una sociedad endeudada. Estamos endeudados con los mafiosos».

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«Todo necio confunde valor y precio», menciona en nombre de Antonio Machado.

«Cualquier pensamiento es antes un sentimiento», dice en el propio.

De México no habla demasiado pero lo hace de manera puntual. Movimiento #YoSoy132 y Ayotzinapa. Asegura en un intento de empatía que siente a los 43 estudiantes como si fueran suyos.

«Me han preguntado 20 veces lo mismo: ¿ve usted posible un Podemos en México? Y les digo: quien busque un Podemos se equivoca, lo que tenéis que buscar es un movimiento de los indignados, un movimiento desde abajo, de democracia popular». Es el punto más alto que toca en cuanto a posibles soluciones para el país que visita.

Remata con una crítica a un sector de la industria editorial, «cada que vengo a las librerías de México hay un espacio que crece y crece sin cesar, que es el de los libros de autoayuda. Es la propuesta que nos hacen en mitad de este miedo. Al final como estamos aislados y nos sentimos mal, nos dicen, ‘cómprate un libro de autoayuda’».

«Hay una macdonalización del mundo que busca que no pensemos en nuestras propias realidades. No vaya a ser que nos encontremos a nosotros mismos». Nuevamente la ironía.

«¿Y a mi qué me importa quien se ha comido tu queso? La única autoayuda que funciona es la colectiva, y esa es la política, aunque nos han repetido hasta la saciedad que la política es una cosa sucia».

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En la sesión de preguntas, toda clase de intervenciones se hacen presentes, la más recurrente, la que es todo menos un cuestionamiento a Monedero. Él se limita a hacer apuntes y evita la mirada directa con el temporal dueño del micrófono. Frustraciones que hacen reventar el audio de las bocinas y largos posicionamientos que desearían tener un lugar en el estrado. La validación de una mayoría que suponen necesaria.

A Juan Carlos se le observa cómodo desde fuera de Podemos. Valida el movimiento pero no forma parte de él. Prefiere recorrer los círculos afines dictando conferencias y tomar como bastión el origen de todo: la Universidad Complutense de Madrid.

Pareciera que nunca se le agotan los temas. Habla de religión, se burla de los eufemismos políticos y nunca abandona ese intento para lograr la simpatía del público. «Sí se puede», son las últimas sílabas que articula.

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