La forma del Oscar

Por Rafael Villegas*

“Guillermo viene”

Me entero de que están por inaugurar la Cineteca FICG y que, al parecer, una de las salas llevará el nombre de Guillermo del Toro. “Guillermo viene a la inauguración. Va a llegar recién desempacado de Los Ángeles, con todo y Oscar”. Me dicen también que quizá visite el archivo fílmico donde trabajo.

De camino al archivo, pienso que debo mostrarle a Del Toro (no me atrevo a llamarlo Memo o “Gordo”, ni que lo conociera, ni follow me ha dado en Twitter) la foto que tenemos de él, jovensísimo, convertido en vampiro. También debería enseñarle el guión original de uno de los episodios de La hora marcada que escribió en su paso por la televisión mexicana. O, mejor, ese día podría llevarme los carteles originales de Cronos y El espinazo del diablo que tengo en la casa. Le podría sacar un par de firmas y listo, con un poco de paciencia tendré algo para comprar medicinas en mi vejez. Tal vez, pienso mientras subo en un elevador que tiene constantes turbulencias a las que ya me he acostumbrado, no debería pedirle nada, ni una selfie. Sólo debería agradecerle por El laberinto del fauno, esa película redonda a la que puedo perdonar cualquier inexactitud histórica. También le podría dar las gracias por aquella presentación en la FIL cuando llevó Nocturna, novela que nunca pude terminar, básicamente porque me pareció un timo. Pero en aquella presentación, Del Toro dijo que para contar historias de horror-fantasía-ciencia ficción hay que estar dispuesto a ir a contrapelo del prestigio. Eso me envalentonó, debo confesarlo, a dañar mi promisoria carrera como autor serio.

Eso haré cuando venga, pienso, agradecerle y ya.

Entonces llego a mi oficina. Me siento frente a la computadora. No puedo concentrarme en el trabajo. Me doy cuenta de que hace más de una década no veo trabajos de Guillermo del Toro que me parezcan dignos de sus primeros años. Desde sus novelas a sus guiones de la trilogía de The Hobbit; de Pacific Rim a The Shape of Water. Algo ya no me cuadra.

Imagen: Biblioteca Pública del Estado de Jalisco, Fondo Emilio García Riera

 

“He’s fictional but you can’t have everything”

Pero Del Toro gana dos Óscares. Y me da gusto por él, aunque no puedo dejar de pensar que se los dieron por la película equivocada. O la correcta, según se vea. Madurar, supongo, significa aceptar la inexistencia de Santa Claus y no esperar nada, bajo ninguna circunstancia, de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas de Estados Unidos. De la Academia no debemos esperar, en específico, que confirme nuestros gustos fílmicos. Mi favorita, Phantom Thread (Paul Thomas Anderson, 2017), no llegaba ni al 2 % de las preferencias en las rigurosas encuestas de Facebook. Otra de la que creo que seguirán hablando los cinéfilos del futuro es The Killing of a Sacred Deer (Yorgos Lanthimos, 2017), pero no la dejaron ni asomarse a la alfombra roja del Teatro Dolby. A Blade Runner 2049 (Denis Villeneuve, 2017) ni la taquilla ni la Academia le hicieron mucho favor, pero quizás el tiempo termine por hacerle justicia. O no. ¿Pero qué está en juego con los Óscares? No el disgusto, por supuesto, de los que tuiteamos fúricos que The Shape of Water es una película más bien medianita, incluso dentro de la filmografía de Del Toro; tampoco el gusto de los que salieron a dar vueltas por la Minerva para confirmar que hay mame y memes fuera de las redes sociales. En los Óscares sólo importa la construcción y difusión de la imagen que la élite liberal de Hollywood tiene de sí misma. No hay hilo negro aquí.

Pero preferimos creer que algo en ese ritual anual nos entrelaza de manera definitiva a los dioses que rigen nuestras fantasías. Meryl Streep preside y participa de la ceremonia con toda su potencia maternal. En esta edición de la entrega de los Óscares, la número 90, Jimmy Kimmel, Gal Gadot, Mark Hamil, Armie Hammer y Guillermo del Toro casi surgieron de la pantalla de una sala vecina al Teatro Dolby para sorprender a los espectadores. ¿No es eso todo lo que queremos los que amamos el cine? ¿No queremos que la cuarta pared se rompa, que nos reconozcan las celebridades y que nos alimenten aunque sea con graciosos dogos gigantes de utilería? Se volvió un lugar comun decir, a propósito de The Shape o Water, que todos somos el monstruo. Pero más bien todos seguimos siendo Cecilia, el personaje de Mia Farrow en The Purple Rose of Cairo (Woody Allen, 1985). Estamos atrapados en el dilema de quedarnos con Tom, el personaje ficticio que sale de la pantalla por amor a Cecilia, o entregarnos a Gil, el actor que interpreta a Tom (ambos actuados por Jeff Daniels). Nos decidimos siempre por el amor “de verdad”, pero éste sólo guarda decepciones. Luego regresamos a la fantasía, pero ésta nos expulsa tarde o temprano. El ciclo se repite. Giramos entre el amor y la repugnancia por lo real.

“¡Del Toro, te amamos, porque eres…!”

Un tipo que sale en Ventaneando declaró durante la transmisión de los Óscares que los reconocimientos para Coco (Lee Unkrich y Adrian Molina, 2017) y The Shape of Water, dos películas ajenas al sistema de producción fílmico mexicano, eran un reconocimiento para nuestro país, tan triste y necesitado de likes. Estamos tan felices de que nos miren desde el Teatro Dolby y que nos lancen cuerdas especiales desde el otro lado del muro para que sigamos el ejemplo de esos braceros mágicos que son Del Toro, Hayek, Cuarón, Iñárritu, Luna, García, González y Derbez. Gracias, pues, hermanos de Hollywood. Son un dechado de virtudes. Su apertura debería conmovernos y hacernos sentir en un sueño de Fridas florecientes y alebrijes brillantes. Por eso el premio al mejor ósculo de anoche se lo llevó Hollywood besándose a sí mismo por ser tan incluyente. De eso se trata, pues; los Óscares son la selfie definitiva. Ellen DeGeneres lo supo bien hace cuatro años.

Pero la ceremonia manifiesta poderes extraños sobre los que estamos en otros lados de los múltiples muros de Estados Unidos. Aquí creemos desde hace años que los Óscares se tratan de México. Me pregunto si en Chile piensan que estos Óscares fueron sobre ellos y su mujer fantástica. O en Kenia. O en India. O en la comunidad LGBTTTIQ. O entre las mujeres. Seguro. Se trató de todos. La entrega de los Óscares funciona como exorcismo colectivo a gran escala. Una puesta en escena de los demonios de nuestro tiempo y de la buena voluntad para resolverlos desde los mejores asientos del Teatro Dolby. Oprah para presidenta del mundo libre. Todo bien ahí.

“We, the weird people”

El triunfo de Del Toro y The Shape of Water es también, al parecer, un triunfo para Fantasía, una patria de la que los que cultivamos géneros con capacidades diferentes (fina carrilla de un amigo novelista) al parecer deberíamos enorgullecernos incondicionalmente. Graciosa concesión que nos hace la Academia. Aunque no puedo dejar de pensar que hace como quince años mostró también su magnanimidad premiando The Return of the King (Peter Jackson, 2003). En todo caso, con ambas películas me ha quedado un mal sabor de boca. ¿Ese par consiguen para Fantasía la deseada medallita de oro? Es como ganar un partido de futbol con autogol tempranero y jugando al catenaccio. Pudieron estar ahí tantas y mejores otras: King Kong (Ernest B. Schoedsack y Merian C. Cooper, 1933), Bride of Frankenstein (James Whale, 1935), Psycho (Alfred Hitchcock, 1960), 2001: A Space Odyssey (Stanley Kubrick, 1968), Rosemary’s Baby (Roman Polanski, 1968), Alien (Ridley Scott, 1979), The Shining (Stanley Kubrick, 1980), Blade Runner (Ridley Scott, 1982), Blue Velvet (David Lynch, 1986), Mulholland Dr. (David Lynch, 2001), Children of Men (Alfonso Cuarón, 2006), El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006), The Dark Knight (Christopher Nolan, 2008), Mad Max: Fury Road (George Miller, 2015), etcétera, etcétera.

Se ha premiado una idea de lo fantástico, su versión más complaciente e inofensiva. The Shape of Water es una película bellísima, digna de ganar un montón de Óscares técnicos. Reconozco atrevimiento en la representación del sexo interespecies y la posición activa de Eliza (Sally Hawkins) en el cumplimiento de su deseo. Pero también es una película perfectamente calculada, un Oscar bait (estrategia muy utilizada por Harvey Weinstein, por cierto, para colocar películas en las nominaciones). Esta carnada para la Academia tiene forma de delicioso embutido. Del Toro ha puesto en él no sólo todo lo que ama, sino lo que sabe que la Academia necesita para construir su imagen de sí misma este año. Porque para Hollywood, lo lamento, las causas necesarias van cambiando cada temporada de premios como si se tratara de vestidos y trajes de diseñador. Me da la impresión, ahora mismo, de que la Academia no ha premiado a Fantasía, como lo hizo con The Return of the King, sino algo distinto: la domesticación de lo fantástico a las necesidades discursivas de la élite de Hollywood. The Shape of Water cumple con varios de los elementos habituales del Oscar bait y los comprime en un embutido fantástico. Drama: check. Romance: check. Un homenaje a Hollywood mismo: check. Un contexto histórico bien definido: check. Un transfondo de tensión bélica: check. Un musical: check. Un mensaje positivo o esperanzador: check. La representación de una discapacidad: check. Además, atiende lo que se adivina ya como nueva condición de Oscar bait, un cast diverso: check. The Shape of Water es un guiño obsequioso a Hollywood, no la fantasía transgresora que se nos quiere hacer ver. La tolerancia, la empatía, la equidad y la diversidad son deseables y urgentes, claro, pero se vuelven sospechosas bajo el amparo del privilegio hollywoodense.

The Shape of Water es amable, linda. Vamos, la película incluso tiene moraleja: el monstruo (Doug Jones) es más humano que el humano (Michael Shannon). Una simplificación de la tradición que inauguró Mary Shelley con Frankenstein (1818). Si Hollywood de verdad quería hablar de humanos que son monstruosos, ahí estaba el Woodcock (Daniel Day-Lewis) de Phantom Thread. A la criatura de The Shape of Water le hace falta toda la ambigüedad moral del fauno (el mismo Jones) de aquella película de 2006. Del Toro, quizá sin quererlo, participa de esta tendencia a disneyficar lo monstruoso, como se ha hecho ya con Dracula Untold (Gary Shore, 2014) y Maleficent (Robert Stromberg, 2014). Es verdad, la ficción nos permite habitar al monstruo, pero la condición última de lo monstruoso es la repulsión. Del Toro lo olvida. Habitamos al monstruo, pero éste nos expulsa. En The Shape of Water tenemos un obvio monstruo que nos expulsa, Strickland, pero Del Toro no nos permite habitarlo ni por un segundo. Sus personajes son de cartón, meros tipos. La intención última de The Shape of Water no es la comprensión de lo humano, sino cierto didactismo limitado sobre las estructuras que sostienen, de hecho, el patriarcado, el racismo, la misoginia y la xenofobia. El arte didáctico, como el propagandístico, suele caer en el olvido, limitado por sus mismas circunstancias políticas de encumbramiento.

“…con todo y Oscar”

Al final del día, las opiniones en contra de una película no importan gran cosa. Por otra parte, no creo que un director, ninguno, necesite de porristas. El cine necesita espectadores, no consumidores fanáticos. Suficiente extremismo hay por todos lados como para que también lo hallemos en el arte. Bien por Del Toro, que con su cine se ha hecho de un público que espera sus historias. En particular, yo espero At the Mountains of Madness. Del Toro llegó a la ceremonia orondo, nervioso y contento con su anillo de la Universidad de Miskatonic. De eso se trata también. De superstición. El Oscar atrae dinero y confianza. Se necesita mucho de esto para realizar el proyecto maldito de Del Toro. La película que quiero ver. Otra historia por la que me gustaría agradecerle un día.

* Autor de Animal verdadero (Ediciones B México) y Apócrifa (Paraíso Perdido).

 

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6 thoughts on “La forma del Oscar

  1. Hey, qué bárbaro el artículo. A mí, The Shape Of Water se me hizo terrible. Exposición por todos lados y los personajes gritándote la trama casi literalmente.

    De paso, me pareció importante recalcar que los dogos gigantes eran en realidad cañones de dogos. Mis amigos y yo estábamos encantados con la idea. Tu punto se mantiene, pero las consecuencias son más deliciosas.

  2. Que triste ver por todos lados a pendejos pomposos, y me refiero tanto a quien escribió este artículo como a los imbéciles que escriben comentarios apoyándolo. La película es una maravilla que tiene todo para ser un clásico desde ahora. ¿Y qué carajo hay de poco meritorio o banal con alzarse con el máximo premio de la industria? ¿Estos imbéciles no saben que la cinta ganó también con todas las de la ley el León de Oro en Venecia? ¿Acaso también el criterio del jurado de uno de los festivales más simbólicos en Europa y el mundo también es un acto de complacencia? Dejen el juego de «soy el imbécil tan profundo e intelectual que este filme me parece poca cosa», no se ven profundos, sólo pretenciosos.

  3. También creo que hay miles de películas mejores que The shape of water. Tal vez es el perfecto embutido para «oscar bait».
    Sí, el trasfondo de Hollywood es felicitar la mentira de inclusión (pero de E.U. mismo), su «disneyficación» de entornos crudos y su premio a la versión más complaciente e inofensiva de la fantasía.
    Sin embargo la evolución de Del Toro es la mezcla de todos sus deseos que también grita en cada uno de sus discursos: Levántate, haz arte, haz lo que quieras, como quieras, sueña y después levántate.
    Por favor, te suplico: no mates la lucha, la tarea de vida, la inspiración que un mexicano ha logrado nacer en mentes remotas (no sólo de México) pues este artículo por poco y le llama «Vendido» a del Toro.

  4. Guillermo del Toro ya repetidamente ha descrito metafóricamente lo que significa su película. El únicamente es el creador de lo que pasa en su mente llena de grandes fantasías. Por qué tanta envidia de que no es buena, que tiene mejores que si esto o lo otro. Al menos él ha logrado realizarse en el trabajo que ama y gusta . Y por lo tanto nos llega a los corazones de sus seguidores. En cambio usted que ha hecho, es reconocido? Porque yo jamás he sabido quien es usted. Con todo respeto ahora todos se creen verdaderos críticos de arte, pero sólo escriben sus propias frustraciones no logradas.

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