Tragedia al óleo: Loving Vincent, de Dakota Kobiela y Hugh Welchman

Por Leo Lozano

Aunque existen muchas versiones al respecto, sin saber a ciencia cierta cuál es la más fidedigna, se sabe que el colapso mental de Friedrich Nietzsche ocurrió el 3 de enero de 1889 en la plaza Carlo Alberto en Turín: un cochero azota a su caballo, al ver la escena, el autor de Ecce Homo se abalanza sobre el animal, lo abraza y rompe en llanto. Lo que ocurrió después, ya lo sabemos. El episodio se ha convertido en un símbolo de la locura que azotó al filósofo y poeta alemán. Este cuadro, trágico, como la vida del oriundo de Röcken, inspiró más de cien años después a un aclamado filme, El caballo de Turín, de Béla Tarr. Así y en sintonía con las vidas trágicas que inspiran cintas, otro personaje, en este caso un pintor holandés, Vincent Van Gogh para ser precisos, fue el germen para la película Loving Vincent de reciente estreno en salas mexicanas.

Quizá por morbo premeditado, o por masoquismo consciente, la tragedia ajena siempre despierta curiosidad en el hombre, o quizá esa es mi percepción. Lo que sí puedo asegurar es que las grandes tragedias siempre han rodeado a los grandes genios de la humanidad. No conozco casos recientes, quizá porque la figura del genio es un concepto muy decimonónico, puede ser. El asunto aquí es que para el filme que nos atañe, la tragedia llamada Vincent Van Gogh despertó el interés y la curiosidad de Dakota Kobiela y Hugh Welchman, directores de Loving Vincent. El pintor, al igual que Nietzsche, jamás gozó en vida las mieles del éxito, por el contrario, sólo experimentó rechazo e incomprensión.

La premisa de la cinta gira en torno al encargo que Joseph Roullin, amigo de Van Gogh, le hace a su hijo Armand, un año después de que el pintor se suicidara en Francia. La tarea consiste en entregar una carta al hermano y patrocinador de Van Gogh, Theo. En un principio Armand se muestra reacio a obedecer a su padre e incluso tiene una mala opinión sobre Van Gogh, a quien considera débil y timorato, debido a la causa de su muerte, sin embargo, una vez que decide realizar el encargo y conforme va descubriendo los pormenores de la vida del pintor y de todo aquello que rodeó a su trágico desenlace, la opinión de Armand cambia radicalmente.

Al igual que con el colapso de Nietzsche, la muerte de Van Gogh está rodeada de misterios y no se sabe con seguridad si realmente se suicidó o si se trató de un homicidio. La cinta del matrimonio Welchman/Kobiela aborda estos aspectos, aderezados con el cotilleo de los habitantes de Auvers, la localidad francesa donde Van Gogh vivió sus últimos años y en donde estuvo al cuidado médico del Dr. Gachet, con quien el pintor tuvo una relación que por momentos llegó a rebasar los límites de médico-paciente. Armand va tejiendo la historia del deceso de Van Gogh precisamente con los comentarios y observaciones, a veces contradictorias las unas con los otros, de quienes le rodeaban. De hecho, todos los personajes que aparecen en la cinta fueron retratados por Van Gogh.

Hasta aquí había omitido una particularidad de esta cinta. La película se ensambló con cerca de mil pinturas al óleo (se pintaron 65 mil, pero al final sólo se eligieron mil) que imitan el estilo de Van Gogh: cuadro por cuadro una pintura que recrea la travesía de Armand Roullin, con los trazos, colores y composiciones del autor de Sembrador a la puesta de sol. Uno de los directores, Welchman, seleccionó a los pintores, que no animadores, que se encargarían de «pintar» el filme y el resultado es una auténtica experiencia visual, acompañada además de una finísima banda sonora a cargo de Clint Mansell.

Loving Vincent es, además de una carta de amor al pintor, una oda al espíritu trágico, ese que poseyó a pintores, poetas, músicos y novelistas durante el siglo XIX (y parte del XX). Si el espectador quiere desintoxicarse del falso optimismo que abunda en la cartelera comercial, esta cinta es una excelente opción para honrar a la tragedia. Enhorabuena.

 

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