Suede: canciones de cuna para dormir en aguas profundas

POR MIGUEL ÁNGEL MORALES / 

FOTO: LUIS MANUEL RIVERA

Ya lo dijo alguna vez Bachelard en uno de los libros que dedica a los sueños: «¿Podríamos acaso describir el pasado sin recurrir a imágenes de la profundidad? ¿Y podríamos tener una imagen de la profundidad plena sin haber meditado antes al borde de un agua profunda? El pasado de nuestra alma es un agua profunda.» Irremediablemente vinculé la instantánea de una mujer con el agua hasta el cuello dejándose llevar por las aguas de un océano nocturno, imagen que ilustra el más reciente disco de Suede. Así es como imagino el presente y el futuro de la agrupación británica. Un ejercicio crítico en donde una ninfa se mira en un estanque, como una especie de Narciso deformado: al reflejar su cara en las aguas se da cuenta que ya no posee las bondades de la juventud, pero eso no la hace menos bella. Y mientras más se sumerge en el líquido sombrío, halla resquicios nuevos y otros casi olvidados de memoria e identidad que adquieren una nueva forma a medida que sus pensamientos se mezclan con la noche. Se entiende que la sustancia nocturna en la que se hunde es la eventual muerte que afronta. 

Desde su regreso al estudio, en 2012, Suede ha continuado su ejercicio apocalíptico y estilístico de retratar mundos futuros arruinados rebosantes de paisajes nucleares y picnics en medio de autopistas interestatales. Pero ahora la ruina yace como paisaje interior, en el cuerpo avejentado que se sabe vulnerable ante la intemperie de la existencia. Vivir la segunda mitad de la vida es, de cierta forma para el quinteto, despertar del glamour, de los excesos de la bombástica juventud, de los premios y del estrellato. Distante queda también el producto etiquetado como britpop, al que Anderson y compañía nunca se adscribieron del todo. Los hermanos Gallagher siguen en su papel de rancios cascarrabias; Damon Albarn volteó a América y Medio Oriente, y Jarvis Cocker tiene esporádicos destellos solistas. Por suerte, Brett ha dudado hasta de él mismo, siempre tensando la cuerda entre el romanticismo y la ultraviolencia, entre el drama y la banalidad, entre la evolución y el desencanto de su generación, entre la destrucción y la ternura («Trash», «Lovers», «The Beautiful Ones», «Beautiful Pain»). Es miserablemente humano, y quizá por ello, ha trascendido a sus contemporáneos. Asume involuntariamente su labor de cronista de la degradada clase media inglesa, que, guardando las proporciones, también es la mexicana: ahogada en presiones de corto plazo y devorada, un poco más cada día, por el sprawl financiero. Retratar la suciedad, la opacidad de la comunidad, siempre le ha salido bien gracias a sus cantos sombríos y ásperos sobre gente común: la mujer solitaria y enajenada a su teléfono («Duchess»), los tipos que engañan a sus esposas, patean a sus hijos y pelean en clubes nocturnos («Young Men»), los jóvenes suicidas que saltan desde algún rascacielos suburbano («Stay Together»), la ama de casa que toma válium para sobrellevar la cotidianidad («Sleeping Pills»).

Los rasgos en la cara se acentúan, las arrugas ya no ocultan el desgastado semblante de aquel ex efebo de Albión que de un tiempo para acá sólo escucha música clásica y desconfía de las producciones musicales actuales. El súcubo de la arracada prominente ha tornado un anodino padre de familia que compra cereales y mira al retrovisor de su pasado, rumiando sobre qué pasó en el intermedio. El proceso incluye desilusionarse más fácilmente de las cosas y ser menos aprehensivo ante el mundo de asfalto que lo aplana todo, incluso a los sueños. Inmejorable ejemplo de esto es el cortometraje que acompaña al crepuscular Night Thoughts. En él, una pareja protagoniza el auge y derrumbe de su amor. Pasado y futuro conviven mordiéndose la cola. Suede nos dice algo certero: aquel futuro de ciencia ficción se interiorizó. There’s no tomorow es el nombre de una de las composiciones nuevas. La ruina es aquello de lo que con certeza se puede esperar: How long will it take to break the plans that I never make? El protagonista barbón revisa la handycam de su pasado; en el aparato rebobina sueños que ahora parecen ajenos, implantados: un amor romántico, una utopía juvenil, un hijo que representa la posibilidad de soñar más allá del dormitorio.

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El sueño es hasta ahora el último espacio al que no ha llegado el capitalismo cognitivo. Propiamente, soñar es dejar fluir la imaginación y descargar las pulsiones reprimidas de lo real sin que nos limitemos por llenar un tanque de gasolina imaginario o pagar impuestos metafísicos. Brett lo ha plasmado desde los inicios de Suede: las drogas, el delirio y lo onírico son algunos de sus temas predilectos. Refugio de los neuróticos, escape y liberación de la represión cotidiana, eso son los pensamientos nocturnos. La cubierta de Night Thoughts muestra a una bella ninfa en un estanque azulino. ¿Es ella el producto de la imaginación del individuo dormido en la portada de Dog Man Star, o es ella quien lo sueña? ¿Se tratará de un delirio compartido por los jóvenes que yacen en el colchón psicodélico de Coming Up? «En la hidromancia, parece que se atribuye una doble vida porque ella nos muestra un doble de nuestra persona», ha dicho Bachelard. Sin especular demasiado, podemos decir que mucha de la imaginería Suede gira sobre lo onírico y el futuro. Pero el porvenir, nos dice Brett, tiene una cara burlona: Yours are the names on tomorrows newspapers. Sí, dos décadas después, aquel narrador que escuchaba en su cabeza la llamada de una nueva generación que cambiaría todo, sugiere que el futuro es un crimen en el que seremos sus protagonistas. ¿Dónde quedó la libido y la imaginación?

Es inevitable pensar en esto en el marco de su regreso a México. En vez de caminar horas en el Autódromo Hermanos Rodríguez para ver unos minutos a una banda que no conoce del todo, el puñado de seguidores del quinteto prefirió verlos en una sala de conciertos ubicada en la Colonia Condesa. La promesa era más gratificante: escuchar un montón de éxitos y lados B, y regresar a casa, satisfechos. Seguramente, varios de ellos no esperaban que Suede tuviera algunas sorpresas. La de esta ocasión constó de dos estrategias: volverse invisibles colocando un muro que los separó del público, y romper la cuarta pared, bajando entre la masa. El muro, podría remitirnos a una segregación que a muchos puede calarles. Yo lo veo como algo refrescante porque lleva al público a cuestionar los límites de lo que llama «concierto». Casi cincuenta minutos de pura arrogancia y sensibilidad que sólo tiene comparación con la reciente proyección multimedia de Steven Wilson en su gira Hand Cannot Erase. El acto de Suede debe también al rock progresivo esa voluntad de hacer representaciones cargadísimas de emoción; la desmesura como estética, el drama como política. Pero, en la banda noventera, a diferencia del líder de Porcupine Tree, predomina un sentimiento particular: de estar siempre al borde del abismo, discutiéndose entre lo fantástico y lo real que a veces es la vida. Si bien la idea de incluir video ex profeso para un álbum no es algo nuevo para la banda (la gira de Dog Man Star estrenó esa faceta audiovisual), esto se sintió como algo novedoso. A la manera de actos como The Wall, la banda tocaba bajo una luz tenue, iluminada de vez en vez. Los treintones y cuarentones contemplaron el relato desolador de un hombre sencillo. La pantalla los reflejó. El punto más álgido de esta primera parte, «I Don’t Know How To Reach You», muestra el rasero de la vida, esplendor y ruina de las relaciones. Una joya íntima y decadente, que se ha vuelto un pequeño himno entre la cantidad ingente de hits de la banda. Con ella, Richard Oakes demuestra por qué es uno de los grandes guitarristas injustamente valorados de los 90. Tal vez no tenga la personalidad del siempre añorado Bernard Butler, pero su estilo es único: los arpegios lentos, llenos de sustancia, la agresividad en los acordes y sus solos precisos lo vuelven el héroe fantasmal de ese relato llamado Suede. Y es que es inevitable no caer seducido por el protagonismo de Brett. Jadeando en el suelo o abajo con el público, todo empieza y termina con él. Yo sólo veía a las mujeres y los hombres desmoronándose, conmovidos, frente a la personalidad dionisiaca del cantante.

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La segunda parte rompió el tono contemplativo de sala de cine con «Killing Of A Flash Boy», uno de los actos más estridentes del grupo. Siempre imaginé que esta pieza encajaría perfectamente dentro de Bronson o Hooligans, filmes en donde la violencia absurda se apodera de lo real. Ese non-sense es el pretexto ideal para la eventual espiral descendente: «Trash», «Animal Nitrate», «Metal Mickey». A partir de ese momento, se hizo más notoria la mencionada ruptura entre banda y público. No conforme con cantar muy cerca de la valla de seguridad, Brett decidió meterse entre la gente, perdiéndose entre los coros de «The Drowners». Se postró frente a nosotros, con su extrema delgadez y movimientos sensuales. Cantaba sobre el incesto, sobre el suicidio por depresión, sobre las sobredosis para mantener el cuerpo joven. Nada que no se vea hoy, pero en esas viejas canciones sugieren una totalidad que aún guarda algunos mensajes secretos en espera de ser revelados. Recuerdo su presentación en los Brit Awards de 1993 vía youtube. Habían pasado unos diez años de eso. En aquel tiempo, ellos ya ni existían. Sin embargo, yo, sentado en un café internet, imaginé estar entre el público petrificado tarareando Slow down slow down you’re taking me over… Más de una década después, Suede ya no gana premios ni los especiales musicales importan, pero ahí sigue, en espera de su heroína, su musa, su Marilyn. La versión acústica de «Everything Will Flow», incluso le da una cara diferente al pesimismo de la primera parte: Duerme profundamente y sueña. La vida es una canción de cuna. Entonces, ¿por qué no pensar que el relato de ciencia ficción es la vida en sí? Una arqueología del futuro en donde podemos ver nuestra ruina final desde el momento en el que aún somos jóvenes que retan las convenciones sociales. Real drowners. Wild ones. Outsiders.

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Hace poco, alguien me dijo que Brett y Neil le recordaban a un par de modelos otrora gloriosas que han sobrevivido a sus años mozos para asumirse como personajes decadentes. Hay mucho de cierto en ello: fueron la continuación del mito byroniano del poeta: trágicos, bellos y oscuros. Hoy, Suede es un cuerpo maduro flotando en los suburbios inundados, y lo asume sin patalear; como Foster Wallace diría: «La cuestión aquí, es la vida antes de la muerte. Es llegar hasta los treinta, o tal vez incluso los cincuenta, sin querer dispararse a sí mismo en la cabeza.»

Para Suede, el futuro está en un colchón familiar.

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