Población, vigilancia y redes (virtuales) de poder: Foucault y el engranaje del sometimiento

Por Diego Espíritu Chávez

Cuando Michel Foucault falleció el 25 de junio de 1984 portaba el virus de inmunodeficiencia adquirida. Pocos lo sabían. En Al amigo que no me salvó la vida Hervé Guibert describía la agonía de su amigo escondiéndolo sutilmente tras el anonimato de un personaje: Muzil, un seudónimo casi transparente que no ocultaba el dolor de una enfermedad hasta entonces desconocida. Lo cierto es que Guibert usaba el caso de Foucault como una inevitable confesión de la seropositividad que le aquejaba a él mismo. La figura sometida por el dolor de quien fuera uno de los mayores pensadores del siglo XX poco a poco se disipaba a través del debilitamiento de su cuerpo. Sin embargo, su pensamiento habría de sobrevivir, como una especie de remanso metafísico, al embate de la muerte inoportuna. Las ideas que su cerebro coaguló en conceptos habrían de permanecer dilatando por muchas décadas más nuestras vidas.

En 1968, cuando Foucault era el director del experimental y novedoso Departamento de Filosofía de la Universidad París VIII, alentó a los estudiantes no sólo como ideólogo sino el mismo participando en la toma de edificios y más tarde fundando el Grupo de Información sobre las Prisiones, como una forma de denuncia a los mecanismos de las detenciones arbitrarias. Sus argumentos y principales conceptos fueron acompañados siempre de una militancia, una que encaraba de frente la exclusión de las instituciones: su vida misma fue una resistencia que ilustraba mejor que nada su concepto de micropolítica, por ejemplo.

¿Cómo concebía Foucault a la sociedad moderna en la que vivía? como una especie de entramado de poder donde no existe una sola fuerza, sino que es una red donde diversos y distintos poderes confluyen en una jerarquía que conforme avanza, el inicio se va diluyendo sin alcanzar a ver hasta dónde termina. Dicha red se teje en torno de una arquitectura social donde las instituciones pueden mirarnos y controlarnos sin siquiera ser vistas, una construcción donde cada persona está siendo constantemente vigilada sin darse cuenta de ello, una urdimbre de celdas, un panóptico.

Así, los procesos a través de los cuales la institución vigila el comportamiento de los sujetos, están estrechamente ligados a los dispositivos tecnológicos con los que cuenta. No es necesario más señalar con el dedo del soberano para juzgar quien merece o no la muerte, como era una práctica recurrente todavía en la Edad Media, basta legislar su vida. Para este fenómeno Foucault acuñó el concepto de biopolítica: en una palabra condensaba la construcción de múltiples instituciones cuya función era la de controlar, regular y normalizar los cuerpos para volverlos parte de la eficiencia de fastuoso engranaje.

Imaginen ahora la terrible pérdida de una persona a causa de un accidente que terminó con la vida de un familiar suyo. La investigación para esclarecer los hechos hurga no sólo en las declaraciones de sus allegados, sino que la burocracia tan sólo tiene que extender la mano dentro de los archivos que guarda de la víctima para saber casi todo de ella. El dictamen del forense, en caso de enfermedad, los interminables registro médicos del paciente, su credencial de elector, su CURP, su RFC, documentos escolares y laborales y un interminable etcétera. Entonces caemos en cuenta de una de las mayores verdades de la sociedad moderna: somos la cifra de una columna de números en la hoja de algún trabajador atrapado en una oficina del Seguro Social. No tenemos rostro. Somos una masa de cuerpos sometidos por los mecanismos de un entramado de poder anónimo.

Ahora imaginen que esa misma persona tenía una cuenta de Facebook o Twitter. Lo que sea que les permita tener una mayor empatía con este hipotético experimento mental que intento. Basta un clic para conocer sus gustos y preferencias. No hace falta que sometan nuestro cuerpo cuando nuestra mente ha sido capturada por unos cuantos caracteres. ¿Qué diría Foucault del Facebook? ¿Le darían RT si publicará en Twitter un aforismo criticando estos espacios de visibilidad y confinamiento? ¿Desde dónde observaría la mirada ubicua del Gran Hermano que vaticinó Orwell? ¿Desde dónde el mundo feliz de Huxley? Probablemente edificaría un nuevo estrato en su labor arqueológica del pensamiento, uno que apuntara de forma pertinente la nociva segregación de los ciudadanos “normales” a través de las redes sociales. Porque el control también se manifiesta en el narcicismo excluyente de las fotos de perfiles. Y si no lo creen, prueben con una cuenta en Tinder.

El pensamiento de Michel Foucault padeció al final de sus días del señalamiento de algunos críticos y colegas que señalaban fisuras en sus más importantes tesis. Contradicciones que el paso del tiempo se había encargado de acentuar. El libro Lectura de Foucault (reeditado en 2014 por Sexto Piso) es un ejemplo de estas tensiones en las que se encontraba el pensamiento foucaultiano ante el tribunal (no pocas veces) políticamente correcto de la academia. Ante estas imputaciones Foucault respondía con la irrefutable verdad del cambio: no es posible no mutar en nuestras ideas cuando los años transcurren irremediablemente en el pensamiento. Foucault se preguntaba cómo la locura, el sufrimiento, el crimen y el deseo estaban o no ligados al poder, incluso, aunque no nos diéramos cuenta de ello. En el umbral de su muerte y afectado su enfermedad tomaría mucha más fuerza su respuesta a dicha interrogante: “Estoy seguro de que no encontraré nunca la respuesta, pero eso no quiere decir que debamos renunciar a plantear la pregunta”.

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