Quemar a la bruja blanca: Radiohead y la política del fuego

Por Miguel Ángel Morales 

I.

Saludemos de nuevo al Radiohead más subversivo y miremos en perspectiva el desastre neoliberal. La aparición de «Burn the Witch» y el anuncio de un prometedor nuevo álbum propicia el acercamiento mínimo a los aspectos políticos de una de las bandas que mejor han tomado el pulso a problemas sociales contemporáneos. Que no nos engañen los alegres arreglos de cuerda cortesía de Jonny Greenwood, porque aunque puedan remitirnos momentáneamente a los primeros compases de «Viva la vida», es sabido que la ingenuidad se encuentra en el diccionario del quinteto de Oxford como un motivo que da paso a lo siniestro.

Siguiendo esta idea, no es de sorprender que en cuanto «Burn the Witch» avanza, adquiere un sentido irónico peculiar que la hermana a piezas como «Optimistic» o «There There». Incluso, el escenario pastoral tiene una leve conexión con ese primer sencillo de Hail to the Thief (2003). En aquel tema de ritmos tribales un vagabundo (interpretado por Thom Yorke) entra a un pueblo localizado en medio de una zona boscosa. Mientras tanto, vemos que en «Burn the Witch» un miembro de la ley ingresa a una aldea de tintes premodernos. Uno husmea; el otro supervisa. En ambos casos el desenlace es similar: el paria trata de huir sin éxito y termina transformado en un habitante ramificado del lóbrego bosque, mientras que el policía será el triste tributo de una hoguera pagana. Pero el video de «Burn the Witch» resulta un tanto más perturbador debido, quizás, a su carga infantil, con su estética prestada del programa clásico para niños Trumpton (1967), y su homenaje directo al filme The wicker man (1973), en el que también un agente policiaco que se presta a resolver un crimen en una comunidad precristiana; al igual que en esa clásica película británica de horror, el investigador de «Burn the Witch» es encerrado en una estatua de madera antropomórfica para ser incinerado eventualmente .

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Radiohead ha recurrido nuevamente al horror para su nuevo relato. Si hacemos un poco de memoria, notaremos que a partir de este milenio en el imaginario de Yorke y compañía, el tono siniestro va muy ligado a cuestiones políticas, con ligeras variaciones: los villanos representados en los pequeños cerdos Gucci de OK Computer (1997) dieron paso a los monstruos secuestradores, los monstruos cobradores de impuestos y los monstruos de múltiples ojos que vigilan sin parpadear a sus víctimas de Kid A (2000). Como el siniestro raconteur para niños paranoicos que es, Yorke se inspira en figuras de los cuentos de hadas y de terror, y los mezcla con los miedos citadinos. Su zoológico se ha poblado de lobos que amenazan con insistentes llamadas telefónicas, grullas gigantes con visión de rayos X («A Wolf at The Door»), vampiros que chupan sangre joven («We Suck Young Blood»), minotauros torturados (véanse la portada y miniclip que acompañó a Amnesiac), osos de sonrisa diabólica que sobrevuelan los cielos contaminados que bloquean las señales telefónicas, y ganado humano que se atrinchera, temeroso, en sus casas-corrales («2+2=5», «I Will», «Life in a Glass House») en espera del cataclismo.

La figura en turno ahora es la bruja, que tiene una connotación histórica asociada a las mujeres acusadas injustamente de actos heréticos en la Edad media y el Renacimiento. La bruja en el folclor y en la literatura se encuentra ligada al mal, a lo perverso, a lo demoniaco. En el video de «Burn The Witch» no hay una mujer con magia negra o poderes sobrenaturales destructivos, sino un hombre elegante de traje negro y sombrero de bombín.

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Más que representaciones pasivas, tales mutaciones fantásticas han servido al quinteto para potenciar imágenes que escupen futuros conflictivos y cuestionan continuamente el oscuro presente de las civilizaciones occidentales. Pero aun en la ominosidad, lo sabe Radiohead, hay belleza. Algunas de sus piezas más hermosas («Like Spinning Plates», «All I need», «How to Disappear Completely», «Life in a Glass House», «Pyramid Song») recurren a escenarios miserables e inestables en los que se asoma tímidamente una pizca de esperanza; en cualquier tierra baldía en algún búnker subterráneo siempre saldrá alguien a la luz. En el video de «Burn The Witch», el funcionario-bruja sobrevive a la quemazón.

Tal vez en el fuego y en los monstruos se encuentre la propuesta política de la agrupación: para rehacerse, el mundo necesita ser incinerado en su totalidad y pasar por momentos de horror. A través de su labor como activista, Yorke ha insistido en el momento límite en el que vivimos. En una entrevista realizada en 2005 dice: «Creo que estamos entrando en un tiempo muy peligroso. Occidente se ha establecido y decidió que está a cargo, no por buenas intenciones, no para el beneficio de la humanidad». No se puede decir este modelo haya cambiado en la última década; al contrario, sólo ha acentuado las diferencias entre los habitantes. Big fish eat the little ones.

¿Qué estrategias de resistencia puede elaborar un pez pequeño ante la amenaza de ser comido? Consciente de este malestar y consecuente con su ideología, Radiohead cambió la jugada al renunciar a su compañía discográfica (EMI-Parlophone) y vender su álbum In Rainbows dejando que el público fijase el precio que quisiera para adquirirlo a través de Internet. Hace unas semanas también cuestiono la forma en que circula la información en Internet, borrando de sus perfiles de redes sociales todo dato publicado sobre ellos, desapareciendo completamente del mapa. ¿Puede haber una biografía, una identidad, en un muro limpio? Para las generaciones millennials, acostumbradas a encontrar cualquier dato de (casi) cualquier determinado tema en la red, esto puede llegar a ser desquiciante. Es el temor de la hoja en blanco, la angustia de no estar disponible para todo el mundo, el temor de la duda. Paradójicamente, esto funcionó como una excelente campaña de mercadotecnia para generar expectativa en torno a la banda.

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II. 

Mientras sale a la luz el material oficial sólo podemos tejer conexiones provisionales con los datos que hay diseminados en la red. Una decena de temas —«Identikit», «Cut a Hole», «The present tense», «Come to Your Senses», «I Lie Awake», «Riding a Bullet», «Follow me Around», «Wake me (before they come)», «Ful stop»— han circulado con bajo perfil en canales de videos y audio, y comparten la cualidad de que han sido retrabajados en diferentes momentos, que van de las sesiones de Kid A (2000) e In Rainbows, hasta presentaciones en vivo que no rebasan los cuatro minutos. Los arreglos musicales tienen pocas variaciones a diferencia de las letras, que se han ido depurando durante años. De estas candidatas a entrar en el nuevo disco del quinteto, destaco la semiacústica (banjo incluido) «Come to your senses», que es algo así como una diatriba contra la acumulación: Me gustaría que recapacites, de algún modo / Tu olla de oro está bloqueada en cajas, está encerrada en una bóveda de banco a puerta cerrada. La letra críptica se conecta piezas de cariz anticapitalista como «Dollars and cents», incluida en Amnesiac (2001), que reza: Somos los dólares y los centavos y las libras y los peniques y el marco y el yen. En un mundo que se rige cada día más por la lógica de los números —el mundo de los Community Managers, los ejecutivos de cuentas, las estadísticas y los sistemas de información geográfica—, el humano ha cambiado los afectos por los contactos. Resulta curioso que a través de su estilo a menudo tachado de «intelectual», «robotizado», «insensible» o «frío», Radiohead ha sido una de las pocas propuestas en la música que ha descrito con precisión quirúrgica los cismas de la humanidad del siglo XXI.

Al margen de los tiempos actuales y regresando a «Burn the Witch», ¿cuál sería entonces la lectura política que podría hacerse de una canción que se empezó a escribir hace mas de diez años? Todo indica que su publicación responde a momentos críticos: el interminable problema migratorio entre Medio Oriente y Europa, la revelación de los Panama Papers, los actos terroristas y muestras de discriminación hacia la población musulmana en Francia, y las elecciones presidenciales en Estados Unidos, en particular, el caso Donald Trump. En ese marco, el noveno álbum se antoja tremendamente politizado. Detrás de los falsettos de «Burn the Witch» se encuentran líneas crípticas pero amenazantes como dispara al mensajero, sabemos dónde vives, evita todo contacto visual, que hacen eco de las sociedades de control y mecanismos de vigilancia estudiadas tanto por Gilles Deleuze como por Naomi Klein.

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 III.

«Burn the Witch» tiene una ambigüedad que posibilita que su discusión no sólo se centre alrededor de un tema migratorio, como ya lo han replicado varios medios. Pienso en tres conceptos: la ley, el saber ilustrado y la discriminación. En el primer rubro, el de la ley, puede verse a la autoridad (y en términos más específicos, la autoridad del modelo neoliberal) como la bruja indeseable que aterra y altera el funcionamiento cotidiano de la villa. Como el lobo de «A Wolf at The Door» que acosa al padre de familia con llamadas telefónicas y lo amenaza con secuestrar a sus hijos, el funcionario, en sus diferentes facetas (cobrador, policía, juez, congresista) es una figura que causa horror en el desposeído. El miedo, se ha visto, es un poderoso agente de las movilizaciones. No sería descabellado ver entonces en los pobladores de aquella villa una suerte de inconformes con un sistema con el que no concuerdan. Un Robespierre comunal para otra revuelta del siglo XXI. El subtexto que se obtiene de esta lectura no deja de ser inquietante: ¿acaso no hay sublevaciones contra la autoridad que no sean siniestras? Hay una delgada línea entre la violencia que calcina cuerpos en pos de la revolución y la violencia que calcina cuerpos y los desaparece para ocultar su delito. Radiohead también ha tratado con doble rasero el supuesto poder de las revueltas. En «No Surprises», Yorke canta: Derribemos al Gobierno, no nos representan, todo en una balada de tonos infantiles que al igual que «Burn the Witch» da lugar a un sentido irónico.

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En lo tocante al segundo abordaje, el del saber ilustrado, me gustaría recurrir a la clásica figura de Prometeo, quien es a menudo colocado como ejemplo del humanismo. El ladrón del fuego divino, quien domesticó la llama incontrolable, es un pilar de los pensamientos ilustrados. La luz domeñada es la que da calor a nuestros hogares y guía los caminos oscuros, también nos permite leer en las noches y guiar a aquellos que no la poseen. ¿Qué se puede decir entonces de los pirómanos de «Burn the witch»? En primera instancia, que van en contra de ese proyecto de civilización. Se entiende que hay dos políticas del fuego en disputa, la de la modernidad, representada por el policía (un investigador que arroja luz sobre un caso y brinda orden mediante el derecho). Aquí el fuego es la esencia de su movimiento. La otra política del fuego, la de los pobladores, apela a una lógica que no pretende dominar la llama, sino que sea pura potencia. En esa visión orgánica y no lineal, la destrucción también posibilita la vida. Las ofrendas (humanas o no) y piras ofrecen la oportunidad de tierras más fértiles. ¿Hay entonces una lectura anticapitalista en la pieza de Radiohead? Es difícil afirmarlo, pero puede advertirse que en esa aldea piromaniaca hay un proyecto emancipatorio del modelo neoliberal.

El tercer y último abordaje, el de la discriminación, nos sugiere que el poblado es una masa que al ver un pensamiento distinto lo reprime. La cacería de brujas sería entonces un ejemplo del escarnio que sufren aquellos que disienten de la opinión consensuada. El cuerpo social afectado responderá con violencia (fuego) al individuo que cause ruido en su sistema de correspondencia. Ahí es donde resuenan con fuerza los ecos del Ku Kux Klan, el apartheid, el confinamiento de culturas en reservas naturales o la segregación en campos de concentración. La estética de la animación stop motion, ya se dijo, está inspirada en la serie inglesa infantil Trumpton. Si al inicio de este texto mencionamos que en Radiohead no hay lugar para la palabra ingenuidad, se sigue que Trumpton, el lugar donde viven estos personajes, alude por consonancia al candidato republicano Donald Trump, conocido por sus muestras de racismo y discursos de supremacía blanca. No es difícil advertir que hay una relación muy directa entre la exclusión, la discriminación y el racismo con el proyecto capitalista contemporáneo. A esto, Bolívar Echeverría lo llama blanquitud. Ésta no se basa en un principio de identidad de tipo racial (a la que llama blancura), sino en una supuesta concreción identitaria dentro del capitalismo tardío. Se trata, según Gustavo García Conde, «de una identidad que se concentra en características sociales de un determinado comportamiento, el cual no sólo tiene que mostrar aquiescencia al capitalismo, sino que también tiene que percibirse sensorialmente». Esto deriva en formas de exclusión hacia lo no blanco y eventualmente aniquila la diversidad. Siguiendo esto, las cacerías de brujas serían una consecuencia de ese modo de pensar que segrega lo diferente y lo desaparece hasta sus cenizas.

El 8 de mayo es la fecha de salida del noveno álbum de Radiohead. Se espera que mínimo corran algunos chispazos, aunque lo más probable es que se desate una gran hoguera.

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