LCD Soundsystem o la música electrónica verdaderamente en vivo

Fotos y texto: Luis Manuel Rivera

Todos los titulares son un engaño, cuando menos un fracaso. Absolutamente todos, ninguno se salva a pesar de que algunos presuman de lograr su objetivo, como quizá lo es este si usted ha llegado hasta esta línea. No huya, que aunque tal reacción pueda generar el encabezado de este texto porque incluye con soberbia esa palabra tan peligrosa llamada «verdad», no es para nada un intento de manipulación para hacerlo creer en una sola, se trata más bien de una exposición de la que en este caso se defiende.

Vale la pena, antes de entrar en materia, cuestionarse qué entiende cada quien por «música electrónica». En estricto y lexicográfico sentido, toda música en la que interfiera un cable transmisor de energía eléctrica entraría en tal definición, es decir, que sólo aquella que llamamos «acústica» no estaría en tal categoría. Una discusión para otro momento. Ciñámonos a la connotación más popular y mayoritaria, aquella que da por hecho que en esa música los sonidos nacen a partir de sintetizadores, computadoras, sampleos y toda clase de hardware y software que no haya sido concebido bajo los estándares tradicionales de lo que conocemos como un instrumento musical, y que incluso puede ser creada sin saber de teoría musical, bastando nociones de rítmica, oído y un poco de intuición.

Aclarado esto, por algunos puntos de los mencionados y otros más, la música electrónica tiene miles de detractores, incluso algunos radicalizan su desdén y aseguran que ni siquiera debería llamársele así, música, que cuanto más resulta un ruido. En el menor de los casos de descarte se refieren a ella como una extrañeza que no les resulta armoniosa, que les incomoda o les aturde. Esto sucede a menudo con una generación a la que la tecnología no la alcanzó en sus años más productivos o no quiso que la alcanzara, por simple rechazo a los avances, que muchas veces viene acompañado de poca disposición por entender las nuevas formas de producción artística, o porque la nostalgia está ya muy cimentada en ellos.

En mi caso defiendo a la música electrónica hasta donde el conocimiento me alcanza, que es poco, y aún así -o quizá justo por eso- tengo un problema con ella, vaya, no con ella en sí misma, pues existen cosas valiosísimas hechas desde México o manufacturadas en la élite (en un sentido de calidad) más vanguardista de Berlín o París -quizá las ciudades más prolíficas del mundo en cuanto a ello-. Mi problema radica en la forma que muchas veces se le presenta al público, que aunque claro que es el principal culpable si de consumo hablamos, no deja por eso de ser cuestionable la manera en la que a mi parecer se le engaña, o en todo caso la falsa idea que se le vende.

Vamos, la incomodidad es con el uso del término «concierto», «acto en vivo» o como quiera llamársele a ese frente a frente catártico entre artista y espectador. Que sí, la catarsis es posible tenerla incluso en solitario con sólo unos audífonos, pero llamarle de tal forma a un suceso en donde una persona se para ante cientos de espectadores para hacer lo mismo que podría hacer una tarde frente a su computadora en cualquier día normal, con el único adicional de una producción monstruosa detrás y el intento de entusiasmar a la gente con gestos y ademanes, no me parece precisamente lo más indicado, que no por ello poco válido. De nuevo, si la demanda existe, o en su defecto se crea, no hay ningún crimen en explotar aquello.

Hago un paréntesis para citar y dejar aún más clara mi postura en cuanto a la creación de música electrónica desde cualquier plataforma. Yo no lo podría decir mejor y por ello dejo textual lo escrito por Julián Woodside, uno de los académicos mexicanos -lo siguiente va a sonar incluso contradictorio- más interesados en explorar la escena musical ajena al llamado mainstream y sobre todo la nacional.

«2016: año en el que sigue cuestionándose si mezclar música o hacer sonidos con una computadora cuenta para ser músico. Dato curioso y verídico: las quejas contra el uso de tornamesas, computadoras y samplers son las mismas que cuando se popularizó el piano, pues «se podía tocar simplemente presionando teclas»».

De vuelta al tema del acto en vivo, ahora es muy común que para diferenciar un Dj Set de lo que se entiende tradicionalmente por un concierto, utilizar el anglicismo Live, que muchas veces no resulta otra cosa que el agregado de unos cuantos más sintetizadores y una persona tocando la batería o cualquiera que sea la base de las canciones del artista. «Pero va a ser en live» se escucha con frecuencia y entusiasmo entre los asistentes a este tipo de eventos. Esto se hace con un objetivo muy claro: hacer más atractivo el acto y vender más boletos. Al final la idea tradicional del concierto sigue primando y parece ser más efectiva en cuestiones de mercadotecnia, al menos en la cabeza del que se encarga de producir y vender artistas creadores de música electrónica, de lo contrario tal término no lo encontrarían útil, bastaría el nombre del exponente.

Entiendo que la mayoría de las veces se trata de un tema de presupuesto y rentabilidad, que es también una de las razones por las que muchas bandas se han visto reducidas en su alcance. En evidencia, si al promotor le resulta igual de rentable traer a un grupo de seis que a una persona y el costo por ello es equivalente, optará por la segunda opción si siquiera tomar en cuenta todo de lo que aquí se habla.

Una vez desarrollado lo anterior, vamos a destacar a una banda en particular, no porque sea la única que lo merezca sino porque el recuerdo es fresco, y aunque muchos lejanos se conservan con claridad, suelen ser más nítidos los que apenas sucedieron. LCD Soundsystem es un ejemplo de lo que a mi reducido entender, sería propiamente un «concierto en vivo de música electrónica». Cada quien tendrá su concepción de lo que eso signifique, pero intentaré argumentar en formato breve -de alguna manera todo lo expuesto ya lo trató de hacer- por qué me resulta tan adecuada esa definición para ellos.

Partimos desde el mismo lugar, el sonido del proyecto de James Murphy se basa en sintetizadores, sí, pero tiene alrededor de ello múltiples elementos: todo tipo de percusiones, piano, bajo, guitarra e incluso por ahí se asoma un piccolo. El término que arroja Wikipedia para definir la clase de música que hacen es el de «dance-punk», lo que en palabras más populares y latinas vendría a ser un «rock irreverente, electrónico y bailable». En algo estaremos de acuerdo, esas definiciones tan cerradas son quizá la peor barrera para que la música encuentre sus propios espacios, o no.

Un elemento que por default valida como un acto en vivo al de LCD Soundsystem es que su música tiene vocales y son cantadas en vivo por Murphy, cosa que en tiempos de playback se agradece mucho. Tan cierto es ello que en su reciente presentación en México, el músico salió al escenario acompañado por un tanque de oxígeno, no sabemos si por el arrastre de un mal respiratorio o simplemente por la altura de la Ciudad de México, pero con la disposición de cualquier otro concierto. Lo sucedido es que cada dos o tres canciones, Murphy se colocaba una mascarilla, abría la perilla del tanque e inhalaba por unos segundos para volver con fuerza frente al micrófono. Un hecho muy humano que vendrían a reforzar el también llamado «en directo».

Siete tipos sobre el escenario -quizá me esté faltando uno- que además de multiinstrumentistas muchos de ellos, vienen a dejar en claro que un verdadero acto en vivo implica más allá de darle play a los mixers y sonreírle al público -incluso no tendría ningún problema si muchos no lo hicieran y en su lugar mostraran sus capacidades  de ejecución arriba del escenario-. Siete músicos que vienen a transformar y poner en otro nivel de musicalidad, lo que Murphy tardó meses en componer y grabar en su estudio.

En realidad las palabras no alcanzan para convencer a nadie de cuando un acto en vivo vale la pena, el boca a boca podrá influir pero no definir la idea. En la música sobre todo, resulta inútil explicarle a alguien por qué nos resulta tan emocionante tal artista en vivo, porque el mismo tipo de acto que aquí se critica, puede causar esa misma emoción en muchos y no es algo que la lógica pueda rechazar. Por ejemplo, Girl Talk se ha encargado de demostrar no sólo eso, sino que se puede ser músico incluso utilizando sin autorización cientos de canciones ya existentes y montándolas una sobre otra. A ese grado de libertad han llegado las nuevas formas de creación, que aprobadas o no por una mayoría, existen y, fuera de problemas legales que en efecto suceden, son elementos que nos sirven para cuestionarnos si realmente un acto como el de Girl Talk, que se planta en el escenario, tal cual con su computadora portátil y le da a la barra espaciadora para dejar correr el set que preparó, es meritorio de ser llamado un concierto en vivo. Son cosas que sucederán cada vez con más frecuencia y probablemente no tengamos otra opción más que la de adaptarnos a ellas.

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