La lista de listas: las 11 mejores películas de 2017

Al igual como lo hicimos en 2016, en un ejercicio de no quedarnos fuera de las afamadas listas con lo mejor del año, pero también siendo conscientes del enorme sesgo que esto representa y la cantidad de películas valiosas que se quedan fuera de estos más/menos grandes reflectores, invitamos a 11 críticos y/o periodistas que concentran buena parte de su vida en la cinefilia, para que eligieran su película favorita y como era de esperarse, al menos un par coincidieron en su elección, lo que convierte a esta selección en una lista imperfecta que no es más que la evidencia de que la crítica y el gusto cinematográfico son entes vivos propensos a modificarse en cualquier momento. Misma razón es por la que no hay criterios nada rigurosos, son películas vistas por ellos gracias a sus posibilidades o al ímpetu en el ejercicio de la cinefilia que cada uno ejerce. Así mismo, un ejercicio de estas condiciones nos parece que también deja conocer ligeramente a cada uno de ellos, sus interéses y los lenguajes que más los trastocan en el mejor de los sentidos. En orden estrictamente alfabético, aquí las 11 elegidas.

  •  A quiet passion de Terence Davies

Por Carlos Rodríguez

Terence Davies es un virtuoso: su habilidad para representar el paso del tiempo, tema sobre el que se vertebra su obra, sorprende. En A quiet passion, que inauguró la séptima edición de FICUNAM, ficciona la vida de la poeta norteamericana Emily Dickinson, que nació en 1830. A través de lentos movimientos circulares de cámara y sutiles variaciones de luz, Davies representa la transformación de Dickinson, que asume su enclaustramiento como una forma de rebeldía creativa, autoimpuesta. La poeta, que vivió gran parte de su vida encerrada en su casa, escribió más de mil poemas, aunque muy pocos de éstos fueron publicados en su día. Esta intensidad es más personal que histórica en manos del director británico, que logra captar a través de las formas más clásicas del cine, un espíritu revolucionario y radical.

  • Call me by your name de Luca Guadagnino

Por Sergio Huidobro

La película de Guadagnino está llamada a dejar marcas generacionales profundas. Debajo de su regodeo pop y su coqueteo abierto y simultáneo con la alta cultura y la frivolidad hipster, el guión de James Ivory –traducido con respeto y sensualidad por Guadagnino– es un canto clásico a la belleza, el amor, la trágica fugacidad del hedonismo… y sí, a los duraznos. Es difícil decir si es mejor que las de Zvyagintsev, Östlund o Carla Simón (mis otras fuertes candidatas), pero mientras aquellos construyen cine grande a partir de ideas, la de Guadagnino se desmarca por apuntar a esa zona etérea de lo sensible que los viejos solían llamar el alma.

  • Did you wonder who fired the gun?  de Travis Wilkerson

Por Rafael Guilhem

Este año Travis Wilkerson logró una proeza: desligarse de las formas estéticas y políticas de representación dominantes alrededor del racismo en Estados Unidos, sin dejar de tematizar esta coyuntura. En clave detectivesca, Wilkerson llega a un pequeño poblado en Alabama para indagar sobre el asesinato perpetrado por su bisabuelo contra un hombre negro varias décadas atrás. Lejos de la elaboración de hipótesis descriptivas, el filme trabaja la realidad como huella y se apropia del murmullo de las historias donde se desentrañan las estructuras nucleares del racismo: una suma de engranajes, genealogías y relaciones que entrelazan un tejido de odio y poder. De lo personal, se pasa a lo colectivo; a un contagio complejísimo donde Wilkerson deja entrever que no estamos ante un humanismo truncado sino frente a un profundo problema político.

  • Kaili Blues de Gan Bi

Por Rodrigo Garay

No puedo ser el único que, cuando viaja, lo hace con cierto despecho por el lugar que se está dejando atrás, con una nostalgia que acentúa los sentidos y los hace recibir al camino más vivamente. El viajero cabeceando en el asiento de un autobús, de un tren o de un avión: ese instante de sopor transitorio entre sueño y vigilia es lo que parece constituir a Kaili Blues como materia esencial. Chen, su protagonista, se dejó perder entre recuerdos (propios y ajenos) y se vio a sí mismo transformado en el sujeto de uno de sus poemas, entregado al desarraigo del tiempo y de la carretera.

  • Kaili Blues de de Bi Gan/Sieranevada de Cristian Puiu (ex aequo)

Por Julio César Durán

Por un lado la sangre nueva de Gan Bi, por otro la mano del veterano Cristi Puiu. En aquel está la poesía y la espiritualidad oriental, en éste el lazo familiar y la política. En ambos se encuentra una lealtad que para el protagonista de Kaili Blues lo hace atravesar presente, pasado y futuro; mientras, para los personajes de Sieranevada los obliga a mantenerse firmes en la casa paterna con ácidas consecuencias. Las dos películas nos muestran el mundo del sueño, uno místico e inocente, el otro revelador y maduro, no obstante suponen las paradas obligadas para el cine estrenado en México durante 2017, filmes que recuperan nuestra esperanza y nos hacen retornar a la cinefilia más vital.

  • La libertad del diablo de Everardo González

Por Alberto Acuña Navarijo

Hace un año, gracias a Tempestad, el documental de Tatiana Huezo, reafirmamos que la maldad puede cambiar cada determinado tiempo de forma y nombre pero que sigue siendo un ente que recorre a sus anchas caminos, habitaciones, espacios públicos y cualquier resquicio que le plazca. Ahora, mediante el sexto largometraje de Everardo González pudimos escucharla y verla directamente a los ojos. Amén de las conocidas decisiones estilísticas que el cineasta tomó para prescindir de cualquier imagen explícita y de la pertinencia de su aparición en los días que corren, creo que la virtud de La Libertad del Diablo es la manera en cómo consigue hacer resonar las confesiones, los lamentos, las palabras llenas de ira, las descripciones pesadillescas y demenciales, o bien, las voces que ya han perdido cualquier asomo de sensibilidad. Ahí están pues, los restos de la humanidad de victimas y victimarios de la guerra contra el narcotráfico que asola al país.

  • Scarred Hearts de Radu Jude

Por Alonso Díaz de la Vega

Estrenada en FICUNAM, la más reciente película del rumano Radu Jude es un retrato brillante de la lucha de un autor por la inmortalidad y el inevitable olvido al que se dirige después de una vida de pasiones y cotidianidades. Resalta la fotografía con sus impresionantes composiciones que emulan lo pictórico pero sin ignorar el movimiento inherente al cine. Su narración minuciosa y su ritmo sosegado dan la impresión no de estar viendo una película sino las imágenes proyectadas en la consciencia al leer las palabras de una novela modernista, en este caso, Scarred Hearts (1937), de Max Blecher.

  • The Florida Project de Sean Baker

De Jorge Negrete

Después de la entrañable vulgaridad y los juegos formalistas de Tangerine, película filmada enteramente con iPhones, el cineasta estadunidense Sean Baker entregó una de las mejores películas del grisáceo Festival de Cannes con The Florida Project. En ella, de manera semi documental, presenta la odisea de un grupo de niños en un colorido y estridente conjunto residencial de Florida, inspirado en los enormes complejos turísticos de Disney World. Con un sentido de la infancia que remite a François Truffaut o Jean Vigó (Zero de Conduite,1934), e infusionada con corriente energía y chillantes colores, así como un fantástico ensamble actoral encabezado por la jovencísima revelación Brooklyn Prince y que incluye a un fenomenal Willem Defoe, la película funciona como una agudamente sensible radiografía de los marginados de EU, sin sensacionalismo ni morbo, a través de la óptica de sus víctimas más vulnerables: los niños.

  • The Killing of a Sacred Deer de Yorgos Lanthimos

Por Davo Valdés

Lanthimos, también director de teatro, sabe cómo utilizar las virtudes del teatro para insertarlo en el lenguaje cinematográfico y lo hace para convertirse en unos de los autores más sorprendentes inquietantes de los últimos años. Sus personajes se mueven en otro tiempo (fuera del tiempo objetivo) y se insertan en una suerte de tiempo religioso, en el sentido que propone Eliade Mircea en Lo sagrado y lo profano. Dice: “el Tiempo sagrado es por su propia naturaleza reversible, en el sentido de que es, propiamente hablando, un Tiempo mítico primordial hecho presente. Toda fiesta religiosa, todo Tiempo litúrgico, consiste en la reactualización de un acontecimiento sagrado que tuvo lugar en un pasado mítico, «al comienzo». The Killing of the Sacred Deer utiliza en ese sentido la catarsis del sacrificio y Lanthimos utiliza cada uno de los elementos: los actores, los diálogos, las tomas para desconcertar y proponer un cine de capas y el reto está en ir más allá de lo aparente para hallar lo sagrado, el horror y la compasión que provoca el conocimiento.

Not Your Usual Stag Film: Anna (Nicole Kidman) has a good reason to look pensive in The Killing of a Sacred Deer.</em
  • The Other Side of Hope de Aki Kaurismäki

Por Eduardo Cruz

El más reciente filme del finlandés Aki Kaurismäki resulta encantador y desolador en partes iguales. En un año repleto de cintas que apelan a la violencia explícita para hablar del estado del mundo, The Other Side of Hope se aproxima a la situación de los refugiados sirios en Helsinki, sin sacrificar el humanismo característico de la obra de su autor. A Kaurismäki no le interesa mostrarse expresamente cruel y opta por ofrecer una mirada cargada de optimismo sin negar en ningún momento la realidad política de las sociedades europeas.

  • The Square de Ruben Östlund

Por Jesús Iglesias

Ruben Östlund, autor de la extraordinaria Force Majeure, se une al popular discurso de ataque al arte contemporáneo pero sustituyendo el lugar común del desdén fácil por una brillante exposición de situaciones que, desde la inteligencia que caracteriza al realizador sueco, desmenuzan y tratan de darle sentido a buena parte del clamor popular que se alza contra ese mundo regido por la élite económica del mundo, cuyos resultados estéticos yacen irremediablemente anclados a una teoría artística de complejidades insondables que terminan por alienar el goce del espectador promedio.

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