¿Sólo una buena pieza de entretenimiento?: Dunkirk, de Christopher Nolan

Por Jesús Iglesias

Desdeñar el entretenimiento popular es un leitmotiv clásico del juicio crítico cinematográfico. Calificativos como «palomera» o «dominguera» suelen ser los recursos dialécticos más socorridos por aquellos que no se permiten loas a los espectáculos pop, pero están más que pendientes de la genealogía del blockbuster moderno. Personajes que menosprecian la habilidad de conectar con las masas, como si de una fórmula sencilla se tratase, mientras defienden a capa y espada la honra de su cinefilia con medallas de resistencia como la de estar ocho horas sentados frente a un filme del filipino Lav Diaz.

Es por lo anterior que resulta interesante analizar la recepción crítica que ha tenido Dunkirk: el más reciente filme del cineasta inglés Christopher Nolan, sobre el asedio que sufrieron las tropas inglesas y francesas en la Segunda Guerra Mundial, tras ser acorraladas en la ciudad costera de Dunkerque por el ejército alemán que, en una jugada tan inesperada como brillante, rodeó a ambos ejércitos tras avanzar con velocidad inusitada por la región de las Ardenas.

Abandonados a su suerte, casi medio millón de soldados esperaron durante días a ser rescatados por vía marítima, teniendo el gobierno inglés que activar un protocolo de acción en el que cualquier fragata comercial o personal debía adherirse al proceso de rescate. La victoria logística de la evacuación de Dunkerque sirvió para reforzar la moral británica y para maquillar uno de los más grandes errores tácticos de la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, todo ese recuento de fallos y aciertos estratégicos a Christopher Nolan le tiene sin cuidado, ya que durante hora y media de metraje el cineasta inglés ensambla un frenético survival-horror film, que incidentalmente se ubica en la Segunda Guerra Mundial, pero que bien podría ubicarse en la era medieval, o en un universo postapocalíptico con resultados similares.

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Poco caso tiene enumerar los incontables aciertos técnicos de este filme cuyo principal objetivo es embotar por completo los sentidos del espectador, mas no en la forma en la que los típicos blockbusters modernos acostumbran, con su inconsecuente destrucción de anónimos edificios y ciudades, sino con el incisivo virtuosismo de alguien que sabe cómo catalizar la angustia en su público, y que de la mano del soundtrack cuasipsicótico de Hans Zimmer –capaz de reventar los nervios del espectador más estoico con su implacable segundero– generan una experiencia cuyo vértigo arranca en el primer minuto de metraje y se detiene apenas unos segundos antes de los créditos finales.

Esta perfecta maquinaria de entretenimiento, que ensambla su narrativa con un peculiar juego de tiempos (una hora en la campaña aérea, un día en la campaña marítima de rescate, y una semana en la campaña terrestre) que se entrelazan gradualmente hasta llegar a un catártico clímax, contrasta en su parquedad narrativa con los últimos ejercicios fallidos de Nolan (la interesante pero mal ejecutada Inception y la francamente horrorosa Interstellar), comprobando la teoría de que mientras menos diálogos escriba el director inglés, mejor –incluso las pocas conversaciones que hacen su aparición en Dunkirk están en todo momento construidas a partir de una bis patriótico-cursi-cliché, que por fortuna no logra sacar al espectador del frenético trance visual de la cinta–.

Y es aquí donde viene lo verdaderamente interesante de este fenómeno fílmico: la división del público en dos grandes segmentos. Por un lado aquellos que se sintieron abrumados y fascinados por la cinta, y por otro los que desdeñan al filme –irónicamente– halagándolo con el calificativo de «sólo una buena pieza de entretenimiento». Los mismos que alaban el cinéma pur de Dziga Vertov y Fernand Léger, en el que la imagen lo era absolutamente todo, se molestan ahora porque un filme se rehúsa conscientemente a presentar un desarrollo narrativo o de personaje, sin ver que es precisamente ese el gran acierto de Nolan: la disección y exposición casi punk de todos los elementos que constituyen el cine de acción moderno, con una contextualización mínima y con personajes verdaderamente anónimos que permiten volcar en ellos todas las filias y fobias del espectador, que en su mente le otorgará a cada uno de esos soldados el background y las motivaciones que Nolan se rehúsa a presentar. En el fondo ambos grupos coinciden en que Dunkirk es un gran filme de entretenimiento, el problema es que para algunos la palabra entretenimiento es cosa de bárbaros.

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