True Story: periodistas susceptibles en busca de fama

Por Rafael Romandía

Es verdad que en el periodismo, como en casi todo, la fama abre oportunidades laborales y de otro tipo. Se entiende que surja la tentación de mantenerse sobre el pódium una vez que se ha llegado a él. Que las portadas ganadas se extrañen cuando pasa un tiempo de no conseguirlas. El precio que están dispuestos a pagar algunos periodistas por rasguñar de nuevo el estatus que da esa primera plana, en ocasiones puede desencadenar en historias dignas de otras portadas. Historia sobre historia. Aunque al final el prestigio quede por los suelos.

Michael Finkel, que trabajó en el New York Times hasta el 2002, en aquel entonces era una de las plumas más notables del diario y tras tocar una fibra sensible de la autenticidad periodística que no debió, fue despedido. «Tienes un gran futuro Mikel, pero no aquí», fueron las últimas palabras que le dijo su jefe. Finkel afirmó en su reportaje que lo que le habían contado cinco personas, le había sucedido solamente a una. Creyó que ese cambio hacía más dramático el hilo de la historia. Y así fue, tanto que la organización Save the children investigó los hechos y al hacer el reclamo al NYT devino el despido.

Jonah Hill es quien encarna a Michael en True Story (2015), quien de la mano del debutante director Rupert Goold protagoniza la cinta al lado de James Franco, quien hace las veces de Christian Longo, un homicida que utilizó el nombre de Finkel en el momento de huir de su crimen argumentando admiración hacia el periodista. A partir de que Longo fue detenido viene el grueso de la historia, las mascaras emocionales y los cambios de papeles. Christian parece tener más astucia que el mismo Finkel, quien se empeña en encontrar una historia basada únicamente en la versión del inculpado.

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En la realidad, Finkel no ha publicado nada desde que logró vender a Harper Collins True Story, que no es otra cosa que las memorias de aquellos días fundamentados en lo que Longo platicó e intercambió con él, y en el desenlace que la historia tuvo en los juzgados.

Ética periodística vulnerada. Habilidad homicida para sensibilizar el colmillo investigador. Valoración de hechos relevantes y otros que sólo aspiran a serlo.

Rupert Goold, quien ha dirigido en cine sólo dos cortometrajes pero que tiene una larga carrera dirigiendo teatro, logra un primer largometraje que pica pero no perfora. Que deja entrever los huecos que vive incluso el más alto periodismo que se practica en el mundo, ese que presume de los mejores fact checkers y que gasta millones en las mejores plumas.

Si eso sucede en el primer mundo de la información, qué esperamos que suceda en países como México, en donde antes que buscar una cinta de esas cualidades –porque a pesar de sus carencias, las tiene sobre todo en las actuaciones–, deberíamos preocuparnos por tener medios que tengan la valentía de enfrentarse a las instituciones, y como de esas es generalmente de quienes depende, luce complicado filmar en terreno nacional algo siquiera cercano a True Story.

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