Pachequear es cosa seria: Una tarde en el Club Cannábico Xochipilli

Por Andrea Mireille

Antes de tocar la puerta, mi anfitrión llega justo detrás de mí. Luciendo una playera verde cannabis, me saluda con una mirada y una sonrisa que delatan la presencia de la hierba en su sistema. Apenas cruzamos la puerta y una mata nos recibe mientras una jauría de xolos corre a olfatearme.

Ubicada en la colonia Bondojito, la casa destaca por su tamaño y por ser la sede del Club Cannábico Xochipilli. Ahí sus miembros se reúnen para conversar, realizar juntas de trabajo, planear eventos y fumar marihuana. Llegamos a la parte más alta del lugar, una pequeña recámara tapizada con calcomanías alusivas a la mois e imágenes del príncipe de las flores es el punto de reunión, el inconfundible olor de la mota llena el lugar, Disjointed de Netflix está en la pantalla y varios miembros ya nos esperan con aspecto relajado y las pupilas dilatadas.

Antes de empezar la plática, Jasiel Espinoza, fundador del club, exclama sin perder la sonrisa: «pásenme esa bachita que estoy viendo desde aquí», una vez que el humo sale de su boca me cuenta cómo se le ocurrió crear una sociedad para entusiastas de la grifa.

Cuando aún era estudiante, un proyecto de regulación comenzaba a sonar en el congreso local del Distrito Federal; fue entonces cuando la Suprema Corte de Justicia de la Nación reconoció el derecho al libre desarrollo de la personalidad. A partir de ello Jasiel convocó a un grupo de médicos, abogados y psicólogos, quienes además de crear el club también formaron Fundación Ananda, ambos organismos defienden los derechos humanos de los consumidores, así como la investigación médica y científica para aprovechar al máximo los beneficios del cannabis.

Todo estaba listo. El club necesitaba un nombre tras pedirle permiso a su efigie en el Museo Nacional de Antropología. Eligieron a Xochipilli, también conocido como el príncipe o el niño de las flores. Se trata de una deidad conectada a la felicidad, a la celebración, al goce sexual y a las plantas de poder —tabaco, hongos, ololiuqui. De acuerdo con su mitología, su rostro es el de alguien en pleno éxtasis psicotrópico y en comunión con la divinidad.

 Pachequear es cosa seria

Contrario a lo que podría pensarse, los pachecos son gente muy bien organizada y eso queda claro desde su lema: «Porque para nosotros la pacheca es cosa seria». El club está registrado ante notario público, cuenta con mil 500 miembros que participan en rodadas, marchas, tienen contacto con organizaciones como el Movimiento Cannábico Mexicano y acuden a reuniones con el senado. Actualmente se han concentrado en credencializar a sus miembros, que por cien pesos mensuales, obtienen una identificación con fotografía, acceso a la casa, además de atención médica, psicológica y legal. El doctor Rubén Pagaza y la psicóloga Karina Malpica dan asesoría y consulta a los miembros, así como a sus familiares, para que conozcan los efectos de la planta.

Los tratamientos que se ofrecen son, desde luego, a base de cannabis, la asistencia psicológica aborda el uso problemático y ayuda manejar el rechazo o los prejuicios de la familia o amistades. En cuanto al aspecto legal, Jasiel recalca que si el miembro lleva la cantidad permitida —cinco gramos— la liberación está garantizada por los abogados del club. Todos los presentes coinciden en que lo peor que le puede pasar a un consumidor de marihuana es ser detenido por la policía: algunos miembros han sido arrestados arbitrariamente, golpeados e intimidados, poco a poco, todos empiezan a contar sus anécdotas, en las que abundan la violencia y los intentos de extorsión: «me han detenido sin nada y han querido sacarme dinero», ataja el líder, alguien más evoca la suciedad y las larguísimas horas en los separos aun cuando lo que portaba estaba por debajo del límite permitido, otro los golpes, las amenazas.

Asimismo, el club orienta a los consumidores, brinda información para reducir riesgos y sobre la calidad del producto que consumen y de donde proviene: «los consumidores de esta colonia fuman marihuana prensada, del narcotráfico, con hongos», explica Jasiel. Por ello, asegura, es importante dar información y que esta sea para todos, «somos una asociación civil que quiere ayudar al consumidor, no somos un modelo, no somos sus papás, somos un grupo de adultos responsables de sus decisiones personales, tampoco fomentamos el consumo, únicamente promovemos los derechos y el único derecho que tienes en este país como consumidor de cannabis es fumarla, ejércelo, que no te avergüence», ataja.

Pese a que hoy el ambiente está saturado de testosterona, hay de todo, mientras seas mayor de edad, consumidor y no cometas delitos hay lugar para cualquiera en el club, sin importar orientación sexual u ocupación. Hay amas de casa, profesionistas, estudiantes, médicos, hasta una mujer de 80 de años, abuela de uno de los miembros, quien trata con aceite malestares en la columna causados por una caída y una fractura de cadera, además de quitarle el dolor, favorece su digestión. Asimismo, acude con regularidad a los eventos, que también incluyen a los familiares de los miembros.

Las reuniones no se limitan a la casa o al bar donde realizan fiestas, el Apache 14. Cada diciembre realizan uno de sus eventos más importantes: la cata cannábica, en donde los participantes aportan sus muestras, que son sometidas al juicio de los pulmones y los sistemas nerviosos centrales más exigentes; también hay concurso para seleccionar al forjador de porros más rápido y hábil. Dentro de la cata también se brinda y acopia información para elaborar programas de disminución de daños y riesgos. El evento lo tiene todo. Es recreativo e informativo, se hace en distintas playas del país y a ritmo de reggae, ese género eternamente ligado a la pachequez.

Conforme llegan más miembros, el cuarto parece cada vez más pequeño. Bubba, que es músico trae a unos colegas de Jamaica, que recién aterrizados, están a punto de despegar nuevamente con el wax que los espera en el enorme bong sacado en su honor, mientras el resto espera su turno, vemos al músico dar un jalón y cómo cambia su expresión. La mota no te crea ni te destruye, pero sí que te transforma.

La marihuana tiene grandes beneficios, su uso seguirá extendiéndose, al igual que la aceptación de su consumo, así como su aplicación con fines terapéuticos y recreativos. Xochipilli es el único club público, legal; pero a la par hay otros de cultivadores, —aún en la clandestinidad— y otros que poco a poco han ganado visibilización: como Xochijuana o Mijares Crew.

El futuro de la mota es frondoso y ascendente, hemos escuchado que si todos fumáramos mota el mundo sería mejor y al ver el buen ambiente del club empiezo a creerlo. La reunión se prolongará unas horas más, la tarde se consume entre música, plática y volutas de humo, desde su altar, Xochipilli nos contempla radiante y las carcajadas estallan tan fuerte que podrían derrumbar las paredes.

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