El ruido de la pubertad al caer: Alba, de Ana Cristina Barragán

Por Luis Manuel Rivera

– ¿Cine ecuatoriano? ¿Pero de qué me estás hablando?

– Sí, también ahí se filman películas

– Vaya, pues no lo sabía

Hace algunos meses conocí al realizador ecuatoriano Pablo Arturo Suárez a propósito de que presentaba una película en el Festival Internacional de Cine Las Américas, en Austin, Texas. Entre varias cosas que confluían en la charla, la que más se me quedó grabada fue su insistente recomendación y aplausos hacia su colega Ana Cristina Barragán. Sin titubear, y tomando en cuenta que él también estrenaba una película, me decía que Alba (2016), primer largometraje de la ecuatoriana, era lo mejor del año en Ecuador cinematográficamente hablando.

Tal y como se alude en la conversación inicial ficticia de este texto, Ecuador es un país falto de referentes artísticos, el mismo Pablo Arturo lo reconoce. En aquellas pláticas hacía referencia al gran suceso que representa en aquel país que artistas mexicanos visiten una ciudad como Quito, que irónicamente se mueve entre dólares como moneda oficial, porque en realidad su producción nacional de emblemas, ya sea por la vía publicitaria o de talento, es bastante pobre.

Ana Cristina Barragán (Ecuador, 1987) logró levantar su primer largometraje tras varios años de esfuerzo, algo que también le reconoce Suárez, gracias al fondo Hubert Bals que otorga el Festival Internacional de Cine de Rotterdam, lugar en donde se estrenó mundialmente la película, y a una coproducción con México, alianza que deja en claro la carencia de rodajes en aquel país y la falta de recursos del gobierno para apoyar a la cultura, así como la poca demanda que suponemos existe por este tipo de contenidos.

A pesar de la calidad argumentada por el ecuatoriano, Alba se trata de una película que no resulta apta para todo público, bueno, ninguna lo es, pero su carácter particularísimo en el tema y la ausencia de largas conversaciones son motivos suficientes para dejar de lado a gran porcentaje de posibles espectadores. Cuando tuve oportunidad de verla, al menos dos parejas abandonaron la sala con la bolsa de palomitas a medio consumir. Habrá quien califique a la cinta de contemplativa y demás lugares recurrentes en la opinión, que no crítica, cinematográfica más renuente a lugares sensitivos que simplemente no comparten y que por ende creen que no existen.

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Es verdad, Alba no tiene su base en el diálogo más sesudo y tampoco en el más cómico, que son dos ejes que suelen funcionar bien. La película explora de una manera sensitiva y visual, el trance que puede vivir una niña cuando entra a la pubertad, en este caso con el adicional de estar en una familia disfuncional de la que sólo tiene a un padre (Igor) retraído y de carácter oscuro al que apenas conoce. Hace énfasis en una infancia que rompe con los convencionalismos de la clase media alta, que muchas veces es la más expuesta a no creer que existen montones de formas de vida fuera de su círculo de comodidad.

Hace unos meses, Ana Cristina respondía en una entrevista, ante la pregunta -que suponemos se le presenta de manera frecuente- de que si Alba se trataba de una cinta autobiográfica, que era más bien un trabajo muy personal. La pregunta podría encontrar una justificación en el parecido físico de la protagonista, Macarena Arias, quien bien podría pasar por la Barragán de hace 18 años.

Cualquiera diría que todas las películas tienen algo personal de quien las dirige. La dosis de ello radica en ese rango que existe entre el llamando cine de autor, que argumenta un control total del creador, y una producción estilo Hollywood. Alba, si bien no alcanza un nivel puro de cine autoral -eso además lo sabrá sólo la directora-, sí se acerca demasiado a un retrato muy cuidado desde las manos de Ana Cristina, lo que termina por embonar en una mirada bastante cercana a lo que creemos significa vivir ese modo de pubertad en una mujer.

Seguramente habrá mujeres que puedan colocar decenas de adjetivos de desaprobación en torno a una cinta que aseguren, se aleja de lo que verdaderamente vive una mujer en esa etapa de su vida, pero otra cosa también segura es que intenta generar empatía, con un muy probable resultado exitoso, con quienes sí tuvieron una infancia cercana a la de Alba o con los otros tantos que por su género o condición social, no pudieron vivir en carne propia esa etapa de la vida.

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