Por Guadalupe Gómez Rosas
En pleno 2019, ¿qué sentido tiene hablar de los filmes notables del año que nos dejó? En primera instancia, buscamos seguir una tradición que iniciamos desde 2015: la de volcarnos al ejercicio de selección e introspección de un puñado de producciones cinematográficas que suponen lo más personal y destacado del año. En segunda, fijar una postura fílmica a partir de la crítica, entendida esta no como el señalamiento feroz que se regodea en uno mismo, sino una crítica plural y ama(ble). A diferencia de otras listas, caracterizadas por el ego sobrado y la pedantería sobre las veces que el crítico ha visto tantas películas mucho antes de que aparezcan en las salas, los filmes aquí elegidos atienden el riesgo narrativo, pero sin dejar de lado la sensibilidad, intuición y la pasión de sus creadores. Miradas que logran estar abiertas y atentas.
INTERNACIONALES
Cold War
El nuevo clásico del romanticismo cinematográfico se llama Cold War. Su diáfana elección en blanco y negro permite no sólo enamorarse de sus protagonistas, sino del contexto, de sus óbices. Dicen que en Europa del Este el tiempo se detiene, porque no hay prisas, hay canciones populares y ligereza… incluso en tiempos de guerra. Hace un lustro, el polaco Pawel Pawlikowski nos regaló lda con una fotografía sobresaliente y con un guión límpido de tan invisible que era. Ahora tenemos un cuento de amor competente, estéticamente blanco. No por nada Pawel se hizo acreedor al reconocimiento como Mejor Director en Cannes. Una oda a la sutileza y al amor.
Burning
A diferencia del cine coreano conocido, donde reinan Joon-ho Bong y Chan-wok Park, Burning, de Lee Chang-dong, tiene unas entrañas muy arraigadas en la tensión y el simbolismo. Así como el mundo del arte tiene El Beso de Gustav Klimt con sus formas, su erotismo y sus empalmes, esta entrega fílmica es una confección compleja y exigente que requiere atención. La historia proviene de un libro de Murakami, pero no por ello el filme es de línea pop, al contrario, es una puesta en escena sin fórmulas o lindes por el thriller común. La instransitable lucha de clases que persiste en forma de odio y desprecio es su protagonista, los espacios de soledad permiten al espectador engendrar el hastío y la desesperación durante más de dos horas. El resultado: el autoaniquilamiento. No es una película sencilla, es un quiebre ontológico.
Shoplifters
Al igual que Burning, Shoplifters también viene de esas historias que duelen a nivel social, porque es posible que pocos puedan exprimir la vileza y la nobleza de las personas en el mismo plano como el cine oriental. Lo que parece una familia extremadamente pobre —que acaba quedándose con una infante ajena— se convierte en un relato de humanidad con todos sus bemoles. Esta historia es un vaivén que como la mayoría del trabajo de Koreeda escarba en la construcción social. El elenco es una combinación de veteranos y jóvenes, donde la actuación de Lily Franky vuelve a ser pieza de anclaje. Es un filme de desasosiego que congela el corazón.
Roma
Roma es una maquinaria narrativa multisensorial. No ahondaremos en el argumento porque en todos lados se ha replicado. Tampoco es nuevo que todo mundo proclame sobre ella: bella, apabullante, espléndida, sorora, feminista. Lo cierto es que es un trabajo de obsesión y detalle máximo, más allá de una reproducción de época —donde cada ladrido, botella o granito de arena está puesto en un perfecto espacio-lugar de los 70— hay una situación puzzle que cobra sentido con el paso de las escenas. Visualmente es tan hermosa como Cold War, y es brutalmente puntual en las emociones y actuaciones. Es una gran película, ¿la mejor? no lo creemos, pero vale la pena más allá de una reivindicación por el trabajo doméstico. Creemos que hay tantas sobreinterpretaciones que hemos perdido el piso sobre su origen: Roma es un artefacto de entretenimiento y una narrativa audiovisual perfectamente llevada a cabo.
First Reformed
Paul Schrader es un ave fénix y renació entre las cenizas. El guionista de Taxi Driver y Raging Bull hizo de esta película un tratado dialéctico contemporáneo, y también dirigió al que puede ser el mejor actor del año: Ethan Hawke. El pastor evangélico Toller (Hawke) conoce a un activista y su esposa embarazada y desde ahí la historia arranca con un guion pétreo y sagaz sobre la vida, la muerte, el planeta, el fin último. Desafía el yo psicoanalítico en tres momentos narrativos y curiosamente el argumento para hacer este filme surgió de una conversación que Schrader tuvo con Pawlikowski, creador de Cold War y quien encabeza esta lista. Es bella porque es necesariamente inteligente.
You Were Never Really Here
Esta confección cinematográfica se vendió como la nueva Taxi Driver; todavía hay dudas si pasará a la historia con esa denominación, sin embargo, no hay titubeo cuando hablamos de su directora, Lynne Ramsay, quien demostró desde Ratchatcher y We Need to Talk About Kevin que era una grande del cine patológicamente social. Sus personajes son tan humanos que cuesta clasificarlos maniqueamente. En esta entrega, Joaquin Phoenix se pone en el medio como un ex marine a sueldo con un corazón níveo; tal vez sea una reminiscencia a Leon: The Professional, pero llevado a una violencia explícita y a un trastorno que se magnifica con el score de Jonny Greenwood. Una dirección intrépida de thriller noir con la actuación de un auténtico profesional, eso es You Were Never Really Here y por ello vale la pena.
Happy as Lazzaro
El cine italiano, más allá de Sorrentino, Bertolucci o Benigni, es una joya escondida que disfruta lo mismo de la miseria que del humor más negro, y precisamente esa condensación es Happy as Lazzaro, de Alice Rohrwacher, también directora de The Wonders. La ensoñación que tiene la cineasta por lo campirano hacen de una hacienda el lugar perfecto para colocar a una comunidad engañada y esclavizada en tiempos modernos, población que a su vez abusa del noble y hermoso Lazzaro. Las vicisitudes de la trama pasarán por un milagro y una nueva etapa en la ciudad, pero siempre clarificando las necesidades de la pobreza y la dignidad de un buen corazón. Esta película se encuentra en Netflix, pero eso no le impidió competir en Cannes.
The Rider
Chloé Zhao logró capturar el sentimiento de pertenencia en una película. Su historia retrata a un jinete de caballos salvajes cuya movilidad está en peligro. La trascendencia de la adrenalina como objetivo, la edificación de las comunidades rurales y el conflicto con el desapego obligatorio hacen de The Rider una historia conmovedora hasta la médula. La búsqueda de la propia existencia de su protagonista nos llevará por una historia que aunque ajena al espectador es muy propia de las crisis identitarias. A pesar de que puede considerarse un filme “masculino”, es ahí donde radica su importancia, en explorar pasiones que no se permiten en una construcción de masculinidad homogénea. Será una película difícil de conseguir por su espíritu independiente pero vale la pena buscarla por su gran confección y fotografía.
Western
En el mismo tenor de masculinidad que The Rider se encuentra esta larga película de construcciones foráneas, de apegos extraños. Tal vez no hacía falta un trabajo audiovisual que hablara de xenofobia o prejuicios, pero sí uno que hermanara todo lo que pasa en una persona. En Western, de Valeska Grisebach, un pequeño grupo de trabajadores alemanes debe construir una planta hidroeléctrica en la Bulgaria profunda, cerca de los lindes con Grecia. Desde ese momento el lenguaje, las formas y conductas se tornan ásperas, desconocidas e incluso románticas. Sus escenas lentas, reflejo del hastío y lo desértico en lo social, son un acompañamiento de la soledad y de la búsqueda perenne de alguien que necesita sentirse vivo.
BlacKkKlansman
Spike Lee ha demostrado que puede hacer cine de diversos tonos y aspiraciones, y particularmente se ha preocupado por mostrar historias que tocan la fibra racial. BlacKkKlansman sigue ese elemento y logra tratar con un humor un tema por demás delicado: la infiltración de un negro y un judío en un grupo del Ku Klux Klan. Lee no sólo incluye a un gran actor de comparsa: Adam Driver, también logra que, bajo su dirección, John David Washington destaque como pieza fundamental de la trama, pocos creían que un ex jugador de americano pudiera actuar tan bien. El filme se arriesga con los clichés y la recreación de época.
MEXICANAS NO INTERNACIONALES
Nuestro tiempo
Reygadas ha llegado al momento cumbre de su carrera con esta entrega. La más personal por no decir biográfica. Diversas aristas se unen para hablar de amor libre, arrepentimiento y placer. Bellos escenarios tlaxcaltecas se funden con momentos de celos, fiestas y drogas. Un guión con verdaderos aforismos para enmarcar. Bella de principio a fin.
Tiempo compartido
La actuación de Luis Gerardo Méndez y Andrés Almeida le dan vida a esta tragicomedia moderna. Tres historias que se conectan en un espantoso circuito de tiempo compartido en un paraíso tropical. Las entrañas de una farsa turística en un tono noir y de juego psicológico. Es tan sólo el segundo largometraje de Sebastián Hoffman pero logra desafiar las pautas del cine comercial mexicano. Estrenada en Sundance 2018.
Bayoneta
Nuevamente Luis Gerardo Méndez es la maquinaria de este filme, pero no sin la ayuda del director Kyzza Terrazas, probado documentalista con Somos Lengua. Un guión directo, doloroso y claro permite que en la gélida Finlandia un boxeador mexicano quiera resurgir entre las cenizas en pos de un futuro para su hija. Las actuaciones y el nostálgico contexto de saberse extranjero juegan con una historia del pasado que poco a poco se va develando. Méndez demuestra una vez más que no es un actor one hit wonder.
Hasta los dientes
A Alberto Arnaut le movió la injusticia y la reconstrucción de la memoria. Su investigación sobre dos estudiantes del Tec de Monterrey, asesinados por el Ejército en 2010, y luego inculpados como si fueran criminales, dan pie a un trabajo documental desgarrador, fáctico y necesario para México.
La libertad del diablo
No es moda ni novedad que muchas de las manifestaciones artísticas hablen de la cruenta situación en México. Everardo González, documentalista e investigador de las heridas sociales en el país, compiló una serie de relatos entre víctimas y victimarios, logrando hacer un crudo retrato de la violencia. Impacta el nivel de las historias en ambos sectores, donde lo mismo escuchamos a jóvenes sicarios que a madres reconociendo a sus hijos por el color de sus prendas. Imprescindible en estos tiempos de indiferencia.
El vigilante
En 2016, Diego Ros se levantó en el FICM con esta ópera prima, misma que se hizo de un lugar en la entrega del Ariel. Esta película recuperó la esencia del cine sencillo de profunda trama y personajes honorables. El rol interpretado por Noé Hernández (el vigilante) es la amalgama del mexicano humilde de gran corazón, que tiene que manejar una serie de vicisitudes durante una jornada de trabajo en una construcción. Un cine mexicano diferente.
Sueño en otro idioma
Ernesto Contreras regresó con una película selvática y excitable, filmada en San Andrés Tuxtla, Veracruz. Destaca su cruce temático que escarba en lo masculino, el miedo, lo social y el amor. Una factura de primer nivel, profundamente emocional hasta dejarnos secos, como rocas.