Las metamorfosis de Ava Rocha

Por Adrián Ávila

Preguntarse quién es Ava Rocha es un reto al tratarse de una artista con una complejidad conceptual. Desde las raíces tradicionales del bossa nova hasta los estridentes guitarrazos propios del metal, Ava Patrya Yndia Yracema (2015), primer disco solista que escuché de ella, resulta una inmejorable introducción a su obra.

Pero ella no es sólo música. Al escuchar/ver alguna de las presentaciones que ha dado en México (como la del festival Nrmal en 2016 o los diversos recitales en Departamento en ese mismo año y en 2018), uno no puede más que asombrarse por su manera de combinar diversas disciplinas en un solo producto artístico. En ese sentido, al charlar con ella tal vez la pregunta correcta no es ¿quién es Ava Rocha?, sino ¿quiénes son Ava Rocha?

De cabello ensortijado, la compositora brasileña tiene una mirada fija bajo su frente y unos dientes chuecos dentro de una sonrisa encantadora. Es sensual y fuerte, con una dicción dulce y voz grave. Cuando habla tiene las manos quietas, pero cuando piensa sus respuestas las junta para sacudirlas levemente sobre sus piernas.

Su construcción escénica proviene de un diálogo con su pasado. La intertextualidad de su formación se ve reflejada en su teatralidad. Para Ava, «Las referencias vienen de muchos lados… vienen en el momento. En este concierto en particular. Yo me voy acordando. Porque las referencias, las influencias nos atraviesan. Este concierto tiene mucho de las experiencias vocales indígenas, las influencias del canto indígena, del canto negro, los ritmos africanos, entonces… esas influencias están presentes en nuestra ancestralidad».

Su árbol genealógico también tiene un gran peso en Sudamérica. Su madre, Paula Gaitán, es una artista plástica, poeta, fotógrafa y cineasta, mientras que su padre, Glauber Rocha, fue un cineasta, actor y escritor. Ella admite sus influencias: «Buñuel, Almodovar. Mi música tiene planos cinematográficos. Mi padre Glauber Rocha. Yo pienso mucho en estas imágenes. Esto me conduce para ir haciendo mis movimientos. Mucha influencia del butó, danza afrorreligiosa de los japoneses».

Y tiene razón. Sus movimientos por el escenario se complementan con la música. Se transforma conforme avanza. Crece en el escenario. Por momentos se arrastra por el suelo, se levanta, gira las caderas y parece poseída por el ritmo como si estuviese en el Café Müller de Pina Bausch. Pero estas metamorfosis también se entreven con su vocalización. Por momentos, la voz se desprende de las palabras, pero no de su significado. Gritos, gemidos, rugidos y seseos se vuelven parte de la música:

«A mí no me interesa ser una cantante con un tono, que cante en una región. Yo soy contra alto, tengo una voz pues más grave, pero a mí… es posible llegar a muchos lugares con la voz, la voz no está allí sólo para las palabras, sólo para interpretar o decir cosas, está para sentir, para transmitir, como si fuera un instrumento. Es un instrumento. Es más que eso, es un arma, entonces yo lo utilizo de muchas maneras y cumple funciones diferente», dice.

Ava también es significado y lucha política: «Yo estoy también en proceso político y estético de inventar mi arte y de traer ideas e imágenes, esas imágenes en mi concierto y mi música, me parece que es un instrumento de conexión, de reflexión colectiva… yo hago mi parte mostrando que estamos en un momento de invención, que no estamos cerrados en ningún concepto, en ninguna idea de la cultura industrial. Son muchas cosas juntas. Yo estoy en este movimiento y la mejor manera que tengo de hacer política y plantear mis ideas es a través de la música. Mi música es como mi cuerpo transgénero. Vamos a defender lo transgénero, la libertad, vamos a defenderlos pueblos, somos hermanos, vamos a recordar a los indígenas. ¿Cuál es mi mejor manera de recordar? Cantando. Cantando, conectándome con las voces de las mujeres indígenas, con esos sonidos que me habitan, que habitan mi alma, cantos que yo siento en la tarima. Yo voy haciendo lo que siento. Yo siempre bailo y todo, pero los movimientos cambian, porque yo voy construyendo sobre la tarima. Hay un concepto, todos esos elementos que me mueven, casi como un proceso alquímico. Es como el teatro».

Todo en Ava, desde su cuerpo hasta su indumentaria cobra significado a través de su discurso. Sin embargo, un elemento que resalta, es su cinturón de cuchillos, pues el objeto se vuelve una extensión del pensamiento de la artista. Éste parece un arma, algo agresivo que resalta a la vista desde el primer momento, como si su presencia marcara un ritmo para conjuntar todos los elementos del performance. Su sola presencia causa tensión.

Ella misma lo describe: «es un mensaje directo, porque nosotros tenemos una visión linda y romantizada del pueblo indígena. Pero el pueblo indígena está siendo masacrado desde siempre. Entonces es una imagen violenta, es una imagen irónica, es una imagen surrealista y es mi manera de incorporar una india. No quiero incorporar así una india romántica. Porque pues, creo que tenemos recordar otras cosas, pero este objeto es un objeto que se metamorfosea, es un collar indígena, él es cabeza de orisha, él es falo. Hoy no lo use de todas las maneras, lo pongo como collar, cinturón, arma, como cuchillo, me lo como… es un objeto también sexual, un objeto de violencia. Me parece eso y como también esta presencia femenina. Cuchillo, faca, estas son las imágenes que debes construir con la contradicción y la ironía poética. Es un objeto que se va cambiando, que se va transformando él mismo, un objeto muy simple, y muchas cosas, yo veo en el momento, muchas cosas yo fui inventando en los conciertos».

Pensar el género (musical y del cuerpo)

Las culturas indígenas tienen un peso importante en su obra. La música de Ava es un homenaje moderno a lo tradicional y se preocupa por la integración de esos pueblos al mundo contemporáneo. «Ellos tienen que tener espacio en todo y poder ser lo que ellos quieren. Yo creo que todo está en movimiento, la cultura está en movimiento. Nosotros tenemos que tener un respeto, una conexión con nuestra historia, con la tradición, con nuestra ancestralidad, pero estamos en movimiento, en movimiento cultural, eso sucede en todos los espacios.

«Es natural que en una tribu indígena esto suceda. Ellos están en un proceso de invención, de movimiento cultura, entonces yo pienso que ellos pueden hacer lo que ellos quieren con la música de ellos, la música del mundo. Quien quiere irse al campo se va, quien no quiere irse al campo, no se va. Lo que pasa es que, yo creo que hay que tener una libertad. Ellos no tienen que hacer nada, ni tienen que no hacer nada. No tienen que ni modernizar, ni no modernizar. Tienen que seguir el flujo realmente de su cultura, como ellos van a interpretar eso, porque las generaciones van cambiando y a eso voy yo con mi música y la música brasileña».

Rocha dota de significado a todo lo que integra su actuación. La música es apenas la punta de un iceberg de complejidades. Sus actos no se pueden explicar de forma textual, pero tienen un efecto intencionado. Lo transgénero se ve reflejado en la polaridad que alcanza su arte. Su discurso es importante para nuestros días porque vivimos en la era posmoderna donde todo parece relativo y nada parece tener un significado fijo. Hay tanto cuestionamiento que se olvida la propuesta. Ava Rocha utiliza diferentes disciplinas para deconstruir, pero sin dejar de lado una iniciativa.

Al final, la cantante se despidió compartiendo su experiencia en nuestro país: «Me encanta México, me encanta estar acá, me encantó el concierto, me pareció que me recibieron bien, que les gustó. Quiero estrechar esta conexión. Yo soy mitad colombiana, también, estoy sacando un disco este año que hice con los colombianos, con composiciones en español. Espero que apenas esté empezando nuestra historia de amor.»

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