Batman v Superman: Una guerra sin daños colaterales

Por Miguel Ángel Morales 

Hubo un tiempo en que los filmes de superhéroes eran sinónimo de entretenimiento barato, palomitas y salas de cine llenas de niños. En algún momento de principios del nuevo siglo, esta preconcepción fue dejada de lado al tiempo que se presentaron trabajos que demostraron que el género podía convertirse en fuente de exploración de diversos problemas existenciales. El protegido (M. Night Shyamalan, 2000) fue un logro gracias a su guion preciso. X-Men (Brian Singer, 2000) dio paso a la seriedad de los trajes oscuros. Pronto, el mutante, el monstruo, el demonio, el discapacitado, el raro, convergieron en las preocupaciones de los superhéroes. Después aparecerían los Raimi, los Nolan, los del Toro y unas cuantas joyas de por medio. Tres lustros después, surge una duda: ¿cuándo terminará, por fin, el reinado de las capas y las identidades secretas?

Zack Snyder (Wisconsin, 1966) es el ejemplo más palpable de que esa moneda seguirá en el aire por mucho tiempo. El estadounidense es parte de ese nicho ahora infaltable en Hollywood: el director de películas de superhéroes. De 300 (2007) a Man of Steel (2013), Snyder ha sido señalado como alguien solvente para adaptar tiras cómicas al celuloide, un logrado efectista, pero también un artesano repetitivo (¿quién no está harto de su uso de la cámara lenta?) y un torpe creador de historias. Si queda duda de esto sólo hay que echar un vistazo a su nuevo despropósito, Batman v Superman: el origen de la justicia (2016), una cinta que pretende venderse como un fresco renacentista de superhéroes.

A Snyder le gustan dos tipos de aniquilación. Pongámoslo claro a través de dos ejemplos que nos ha dado el director en su paso por el universo DC: la mencionada Man of Steel, con sus destrucciones gratuitas y extendidas, argumentos poco trabajados sobre el papel mesiánico del hijo de Kriptón y miles de muertes cuestionables. Nunca antes en el cine Superman había arrebatado tantas vidas de manera directa o indirecta. Mención aparte tiene la polémica de romperle el cuello al General Zod. En el otro extremo (y en el que quisiera enfocarme más) está Batman v Superman, un enfrentamiento sin daños colaterales. La primera pelea, entre Batman y Superman, se registra en una serie de edificios viejos y abandonados. Como en un set de cascarón de los Power Rangers, sólo que en CGI. El simulacro le ha ganado a la épica. Snyder es un niño manipulando dos juguetes para su satisfacción onanista y de varios miles de fanboys. No me parece mal la falta víctimas en el filme, sólo considero que Snyder, posiblemente advertido de las críticas sobre el gasto innecesario de sangre, ha decidido hacer una puesta en escena indolora, de videojuego, en la que sabemos que Superman revivirá con oprimir nuevamente la opción «Start again». Esta sospecha es reforzada por el segundo enfrentamiento (en teoría, el as bajo la manga del director). Sin embargo, también éste es un desperdicio: Doomsday queda reducido a un golem digitalizado sin personalidad, que sirve para enmarcar la unión de la trinidad de superhéroes. El lugar de la pelea va de una Metrópolis semivacía (por suerte muchos de los oficinistas hicieron el check de salida poco antes del nacimiento de Doomsday) a una enorme isla despoblada. La sensación de que algo está en juego es prácticamente nula. Por si fuera poco, hay un tercer enfrentamiento de características similares, sólo que en el espacio, en medio de la nada para después, trasladarse a un puerto abandonado en Ciudad Gótica.

Snyder se ha esforzado en hacer una película que le dé justicia cinematográfica a los lectores serios de novelas gráficas. Pero, para ello es necesario dar un viraje totalmente distinto al tono de sus predecesores. Digo esto porque la carga de Christopher Nolan es aún muy pesada. Es casi una obviedad aseverar que su trilogía es un hito debido a  la reelaboración de la historia de Batman en un mundo verosímil. El plus que lo mantiene en el culto unánime es que pudo explicar esos relatos de una forma madura. Su Batman funcionó en un contexto noir y pesimista que se parece mucho a la sociedad estadounidense post 9/11, con su paranoia por el terrorismo, la corrupción y la pérdida de valores. En ese momento, un defensor de los intereses del capitalismo como Batman encajó tenazmente. En la visión de Snyder, el mundo necesita dioses que resuelvan los muchos problemas que lo aquejan. Necesariamente debía ser una historia diferente; sin embargo, el estadounidense sigue empeñado en emular a su predecesor. El problema en Snyder, creo, reside en que confunde oscuridad con opacidad, acción con tremendismo, motivaciones con traumas chabacanos, justicia con venganza. Aquí es donde la presencia fantasmal de Nolan resurge en la construcción de personajes atormentados y con trasfondos duros. A Snyder le cuesta tanto separarse de su ídolo al grado de mantenerlo como productor ejecutivo; lo mismo pasa con su equipo de guionistas, que incluye a David Goyer. Incluso le pidió a Hans Zimmer hacer la música. Los últimos segundos del filme, anticlimáticos, también beben del estilo nolanesco, con su ambigüedad a la Inception.

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Resulta curioso que BvS tome como eje fundacional los traumas con los padres. Desde el inicio se nos presenta el ya sabido crimen de la familia Wayne y la forma en cómo sus muertes han marcado la vida de Bruce. El colofón se da en el enfrentamiento con Superman, frenado por el recuerdo del amor materno. El extraterrestre-inmigrante-paria-periodista y el junior-millonario-dandy-vigilante no son muy diferentes entre sí: ¡incluso tienen madres que se llaman Martha! En el otro extremo se encuentra Clark Kent, quien sigue recordando las enseñanzas de su padre (Kevin Costner) y aminorando con su madre (Diane Laine) su complejo de Jesucristo. Esto resulta confuso, porque mientras ella le dice que no tiene obligación con el mundo («No les debes nada»), el fantasma de su padre le dice lo contrario: que luche por los desprotegidos.

En un mundo despiadado con empresarios perversos, un individuo de buenas intenciones como lo es Clark sólo da lugar a la sospecha. Pero su posición de semidios podría llevarnos a lecturas políticas. ¿Es el kriptoniano un simple redentor  o una verdadera amenaza de los intereses del capital? ¿Bruce Wayne/Batman teme por la seguridad del mundo o por la destrucción de sus propiedades privadas? Estas problemáticas son levemente abordadas por Snyder (de Sups se dice que es un «Extraterrestre ilegal») para darle fuerza a los dilemas binarios: el día contra la noche, el blanco contra el negro, el Dios contra el humano, el bien contra el mal. Sin embargo, tales contraposiciones no son profundizadas en absoluto en las poco más de dos horas y media del filme. De Superman no obtenemos una sola declaración de defensa sobre su presunta inocencia. Inversamente proporcional a su asombroso físico, Henry Cavill no deja de ser un maniquí de reducidas cualidades histriónicas. Por otro lado, Batman se muestra como un pésimo detective —tantas preguntas surgen: ¿Por qué diablos no investigó con toda su tecnología quién es el hombre tras el manto rojo?, ¿Por qué da por asumido que Superman es el responsable del atentado del Capitolio?¿Si es capaz de robar proyectos ultra secretos a Lex Luthor, cómo es que no advirtió su ‘otro’ plan maestro?—, una figura de tonos fascistas que asesina a diestra y siniestra, ve en Superman una amenaza y sugiere que sea «destruido»; incluso sella a los delincuentes con su símbolo (como buen empresario privatiza el concepto de vigilante), excepto al más peligroso de todos, Lex Luthor. Por eso resulta sorprendente que el odio irracional que siente Bruce/Batman hacia Clark/Superman desaparezca en medio de la batalla al oír la coincidencia de nombres entre sus madres.

Más preocupado por llenar de easter eggs (el sueño apocalíptico con Flash, los parademons, la escena del espacio, las referencias a Frank Miller) a la historia que por unir las diferentes personalidades disímbolas, Snyder ha entregado un filme espectacular pero hueco. Es una pena porque se trata del mismo director que tan buenas críticas recibió por su adaptación de Watchmen, el otro gran cómic de los ochenta de DC junto a The Dark Night Returns, del cual Batman v Superman toma varias viñetas. En general, en eso consiste esta producción: en una serie de viñetas, un gran trailer  que en su conjunto pierde toda sorpresa. Como consuelo, huelga decir que no todo es absurdo y solemne. En su intento por parchar los elementos criticables de Man of Steel, Snyder le dio cierta humanidad a la larguísima batalla de destrucción entre rascacielos de Superman y el General Zod. Mediante el punto de vista de Bruce Wayne, esta pelea adquiere un sentido más cercano al ciudadano común.

Ben Affleck debe estar tranquilo ya que salió bien librado de su interpretación del Caballero Oscuro. De hecho, su personaje es el mejor trabajado de la larga lista de nombres que aparecen en la película-desastre. Hay elementos suficientes para augurar un buen tratamiento del superhéroe en la saga en solitario que el mismo Affleck dirigirá en un par de años. Pero, de seguir con el ritmo y motivaciones de Batman v Superman, el vigilante de Ciudad Gótica corre el riesgo de un ridículo similar al de Joel Schumacher en 1998. Pero si hay algo bueno que legó el chasco que resultó Batman & Robin fue probablemente lo necesaria que es la crítica para abrir la perspectiva a los oídos sordos. Tal vez sin la avalancha de comentarios negativos —contrario a sus buenos números en taquilla y comentarios suaves y laudatorios a la franquicia, justo como hoy—, los productores difícilmente hubieran aceptado un filme como Batman begins (2005).

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El interés que ha despertado Batman v Superman denota también la gran tensión entre crítica y público, sobre lo que debe considerarse bueno y lo que no. Como ya lo ha advertido muy bien mi compañero Luis Manuel Rivera hace unos días, en la actualidad vivimos una época difícil para el periodismo y, en general, para emitir una opinión detallada y reflexiva. A falta de gente comprometida, abundan replicadores de información, entusiastas del acontecimiento llano. Esto también puede extenderse a la crítica. En foros especializados las críticas son implacables con el filme de Snyder, el cual es calificado de regular a malo. En cambio, en los foros geeks, la base de seguidores se polariza, pero sobresalen las muestras de apoyo: «Es un filme complejo que pocos entenderán», «Sirve de puente al gran universo de la Justice League», cosas por el estilo. Seamos sinceros: Batman v Superman es un trabajo mediocre que urgentemente necesita de un director y un buen guionista que concreten las ideas buenas que ha tenido Snyder. Las películas de superhéroes han demostrado que viven un momento fructífero (ahí están las soberbias Daredevil y Jessica Jones y las estupendas Ant Man y Deadpool, curiosamente todas de Marvel) que nos indica que el género aún tiene cosas qué decirnos. Si es llevada de la mano por la persona indicada (antes se habló de George Miller), la Liga de la Justicia será todo un acontecimiento.

Es un hecho que BvS saldrá victoriosa de las críticas. Empezará a rodar próximamente el universo de la Liga de la Justicia y toda esta polémica en torno a sus huecos narrativos y torpeza en las elipsis quedarán olvidadas con un nuevo tráiler, tal vez más misterioso que lo visto antes. ¿Qué nos dice esta forma de hacer películas de acción? Me parece sintomático de esta generación la «trailerificación» de las películas, esto es, la construcción de un filme como una escalera para llegar a otro peldaño y así a otro peldaño y así a otro peldaño. Sin duda esta estrategia —ejemplificada con las escenas post créditos de Avengers— me hace pensar que este tipo de filmes ya no son suficientes por sí mismos, relegando así el enigma de una historia hacia nuevas aventuras y películas futuras. En otro cuadrante se encuentran aquellas historias de superhéroes que han marcado la historia del cine, esas que dejan a sus personajes en medio de patíbulos éticos y que siembran en el espectador más cuestionamientos que certezas, más daños que victorias. En palabras de Cortázar: «No se baja vivo de una cruz».

Al salir de la proyección de Batman v Superman tuve la sensación de volver a esa sala en la que de niño vi Batman & Robin. La experiencia es similar: hay un festín de explosiones, múltiples cambios de vestimenta, dos superhombres peleando por motivos sosos, dos horas de entretenimiento barato. Pero le concedo la victoria a Schumacher: al menos él no pretendía vender a su Batman como un lienzo exquisito.

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