¿El involuntario costumbrismo del cine mexicano?: El Jeremías y Levantamuertos

Por Luis Manuel Rivera

Hay ciertas generalizaciones recurrentes que se le hacen a la sociedad mexicana. Cuatro para ser precisos. De arriba a abajo. La gente del norte, hasta Zacatecas quizá, son los machistas, los más «contaminados» por la cultura estadunidense y sobre todo son los que cargan con esa imagen del hombre que todo lo sabe, todo lo ordena y todo lo puede por encima de la mujer. Luego los del Bajío (el Occidente también se puede incluir aquí): a ellos les dicen los «mochos», zonas de conservadurismo donde la familia tradicional y Dios son el eje de todo y donde los machos ya no son igual de agresivos que en el norte pero siguen liderando. Después la Ciudad de México y sus alrededores es el área más variopinta pero igual mantiene un estigma progresista y menos conservador el del resto del país. La famosa centralización de todo. Al final, sur y suroeste de México es la zona que tal vez carga con menos prejuicios a la personalidad, esos más bien son estigmatizados como los estados más verdes, más exóticos y más pobres del país, sobre todo si no se trata de Quintana Roo y la mina de oro que tiene frente al Mar Caribe. Evidentemente, como cualquier generalización, falsas hasta cierto punto.

Esto viene a cuenta porque el cine nacional pareciera que no logra desmarcarse de esos juicios, algunos claramente presentes, y que de manera involuntaria los encaja frente a la cámara, los imprime en sus guiones y sus personajes no pueden dejar un lenguaje con el que se criaron, esa inercia con la que crecieron. Todo se queda inmóvil, como la viuda que jamás pudo olvidar a su marido y se muere también ella con esa carga.

Hay dos películas recientes que cargan con esto y que tienen lugar en el norte, rodadas relativamente cerca una de otra: El Jeremías (2015) en Hermosillo, Sonora, y Levantamuertos (2013) en Mexicali, Baja California.

El Jeremías tiene una premisa básica: un niño genio que intenta zafarse de ese estereotipo norteño tradicional pero que al final cede a la fuerza de la familia. La película es entretenida, en una misma línea repetitiva pero lo es. Todos los cuestionamientos que el protagonista se hace en torno a la vida sugieren que su familia no lo merece, que son unos conformistas de visión cerrada. Lo mismo, aunque en otro sentido, lo hace con la gente de la Ciudad de México cuando el personaje viaja a ella para tomar una oportunidad: se retrata a cierto sector de los capitalinos como los ventajosos, los mamones, los que viven en la plena comodidad con todo al alcance.

La película no termina por atreverse en ningún momento a nada pero deja un mensaje muy claro: la familia lo es todo, no importa si te sientes el ser más ajeno a ella y el contexto limita tus ambiciones, quédate ahí, no seas un malagradecido.

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En otro sentido pero también sin soltar ni un segundo ese costumbrismo del norte está Levantamuertos. Se define como una comedia negra en uno de los veranos más calurosos de Mexicali. Pues lo segundo quizá, aunque igual habrá que ver las estadísticas climatológicas de los últimos años, pero de comedia poco y de negra todavía menos. El argumento: el protagonista trabaja en la SEMEFO de la ciudad y se encarga de ir a identificar cuerpos asesinados o muertos por diversas causas. Esto contextualizado por la muerte de su hermano, una forazada amistad con un cerdito, y un extraño romance con una mujer a la que le gusta ser golpeada con fuerza [sic] mientras tiene relaciones sexuales y que al final, así sin más, abandona al protagonista por quien creen, por uno más «macho» claro.

Deja exhibir sus carencias pronto: la chica del romance está siendo acosada en una cantina, el protagonista sale a la defensa de ella y claro, el que la intenta ligar ahora es él. Luego va al baño y mientras ella lo espera, supuestamente (eso no se observa en pantalla) vuelve el acosador y la agrede. Salen del bar, él le pide a ella que espere en el coche y regresa al bar a golpear al agresor, porque claro, agresión con agresión se soluciona.

Gestos como estos son recurrentes en la cinta, y no digo que sean de manera intencional, me cuadra mejor la idea de que son parte inherente de una cultura que carga con una pesada loza de esas generalizaciones de las que muchas personas intentan huir y otras dejan que les caigan encima.

Sería curioso, por ejemplo, que una de esas películas de amoríos y fiesta Roma-Condesa que hacen directores de publicidad o productores que dicen dirigir cine, se filmaran en alguna ciudad del norte con personajes alejados de toda esa estigmatización. Sólo para desatarse un poco de ese conservadurismo y ver qué sucede, a ver si es involuntario o no.

Repito, curioso, porque tampoco esperemos que una maniobra de ese tipo tenga resultados artísticos sobresalientes, por supuesto que no basta con eso. El ejemplo más fresco de un intento similar pero con fines descaradamente publicitarios es la cinta Cambio de ruta (2014), el comercial más largo que he visto en mucho tiempo. Un romance que podría tener lugar en cualquier rincón del mundo pero que curiosamente lo tiene en medio de las zonas turísticas más atractivas de la Riviera Maya y con rostro de estrellas de televisión.

Evidentemente las apuestas deberían ser otras, más apegadas a ideologías mucho más honestas y a estéticas más atrevidas, que no por ello falsas. Es verdad, rodar historias simples con personajes que logren empatía con el grueso de las personas puede que funcione, pero en un público mexicano aspiracional acostumbrado a ver cintas de acción y romance hollywoodense, difícilmente películas como las mencionadas podrán competir frente a ese monstruo industrial norteamericano. Entonces, si el público va a ser poco, quizá sea mejor apostar a generar el propio a través de una identidad o a encontrarlo en el camino. Dialogar con el espectador. Decirle que tú también estás harto de los prejuicios, de los roles tradicionales y de los gestos conservadores. Tal vez no sea una mala idea.

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