El sueño ha muerto: el fin de la última jugada, los 60

Por Miguel Ángel Morales

Estamos en la década prodigiosa, 1960. La última jugada. El tema de esa época es la búsqueda. Esto suena a una contradicción. Surge la duda: ¿Es posible reformular el modelo de modernidad en un momento en el que ya no parece haber un freno? Si hay algo que (en teoría) tenía el proyecto moderno era una justificación, un camino, un método. Pasado el medio siglo, el mundo vuelve a tener un autocuestionamiento sobre la humanidad en tanto generadora de conocimiento. Se trata de un regreso a la pregunta spinoziana: ¿Qué tanto puede un cuerpo? Es una búsqueda de un estadio previo a la razón, como si todo lo que nos dejó de sí lo ilustrado hubiera sido una ficción. Y no es fortuito que se deje de confiar en este proyecto. Agnes Heller hace hincapié en que la modernidad dejó de cuidar su más preciado motor: la esperanza. El mundo palidece. Y la única forma de recuperar el sentimiento utópico, esto es, la esperanza, es mediante la imaginación. Como dice Heller: «La esperanza es anterior al conocimiento, el marco mental de los ‘aún no conscientes’, un producto de la imaginación, no un producto de la razón.»

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En el contexto desencantado de los conflictos armados de la segunda mitad de siglo (Corea, la crisis de los misiles, Vietnam), es sintomático que los jóvenes quieran reactivar al mundo por medio de la creatividad y la alteración de la conciencia. (Pienso en «Lucy in The Sky With Diamonds» o el LSD). Es el momento de llevar la imaginación al poder. Traigamos a la memoria algunas de las escenas de Los soñadores (Bernardo Bertolucci, 2003) sobre la juventud francesa y estadounidense de los sesenta que ejemplifican el zeitgeist de la resistencia. La última jugada. Theo (Louis Garrel) e Isabelle (Eva Green) son herederos de una tradición intelectual (hijos de padre escritor, devorador de bibliotecas) que cree en el potencial del arte como refugio del horror cotidiano, un par de europeos que se dan cuenta que la cultura también se da del otro lado del charco, en lo entonces considerado popular (el cine en apariencia cómico de Buster Keaton y Chaplin, los periódicos como Herald Tribune). América es la fascinación por lo nuevo. Nada vanguardista les es ajeno. Se comen lo americano, al americano (Matthew), literalmente. Se sientan en la primera fila del arte. Matthew se sienta con ellos y dice:

Yo era uno de los insaciables. De los que siempre se ponían en las primeras filas. ¿Por qué nos sentábamos tan cerca? Quizá porque queríamos recibir las imágenes los primeros, cuando aún eran nuevas, frescas. Antes de que saltaran las vallas de las filas siguientes. Antes de difundirse de fila en fila, de espectador en espectador, hasta que, agotadas, de segunda mano, del tamaño de un sello, volvían a la cabina del proyeccionista. Quizá la pantalla era además una pantalla que nos protegía del resto del mundo.

El joven norteamericano es el reverso critico de esa imaginación. Se da cuenta de que a los hermanos dionisiacos no les queda mucho tiempo en ese sueño, que todo en ellos es pulsión de muerte. Pero decide vivir esos momentos porque vale la pena hacerlo. No todos los días haces el amor con la Venus del Milo y decides volver realidad las escenas de tus películas favoritas de Jean-Luc Godard, Rouben Mamoulian, Howard Hawks o Tod Browning. El arte imita a la vida, dijo Aristóteles. La vida imita al arte, diría Wilde después. Esta reformulación, con sus consecuencias en la vida real concreta, tiene resultados tan bellos como terribles en la historia de Bertolucci. En una de las escenas vemos a Matthew cogiendo con Isabelle. Afuera, estalla la violencia. Banderas rojas. Cuerpos acelerados perseguidos por la policía. En el cuarto, también los cuerpos se aceleran; la sangre del cuerpo de ella se mezcla en la cara de él. La sangre menstrual también es una bandera roja. Podemos decir que toda revuelta es necesariamente erótica. «Un mundo nace cuando dos se besan.» Así, tanto interior como exterior son parte de un momento revolucionario.

Sin embargo, sabemos que estos insaciables miran el mundo a través de una burbuja de jabón que más temprano que tarde reventará. Nihilistas de pacotilla que tienen miedo de Dios. Son soñadores que viven de los cheques que les da su padre, que convierten su casa un Estado de excepción siempre y cuando no esté ese significante mayúsculo, su progenitor. Están hinchados de amor y de arte romántico nocturno. Sólo falta la luz del sol para que seque esa madera burguesa.

Paralelo a esto, surgen los discursos totalizadores que buscan (no sabemos si de forma retórica o no) una reconciliación con el otro. Digamos nombres. Por ejemplo, John F. Kennedy, presidente de Estados Unidos, que augura el momento francés y la vorágine. Representante del país que creó la bomba atómica, el napalm y las estrategias biopolíticas de dominio mundial, Kennedy busca solucionar un conflicto de una manera no moderna, o sea, sin armas ni razón instrumental. El filme 13 days (Roger Donaldson, 2000) recoge una pregunta peculiar que se hace el mandatario sobre aquel octubre determinante conocido como la Crisis de los Misiles:

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¿Qué tipo de paz estamos buscando? Hablo de paz genuina, el tipo de paz que hace que vivir en la Tierra valga la pena. No solamente una paz en nuestro tiempo sino una paz para todos los tiempos. Nuestros problemas son problemas hechos por hombres, en ese sentido, pueden ser resueltos por hombres (…) Nuestro punto en común más básico es que todos habitamos este pequeño planeta. Todos respiramos el mismo aire. A todos nos preocupa el futuro de nuestros hijos. Y todos somos mortales.

El gigante egoísta del mundo se da un tiempo para reflexionar para buscar de nuevo otra dirección que lleve a la sociedad a otro destino. Un posthumanismo. Para ello, hace uso del lenguaje, como quien se da cuenta del poder subversivo del discurso. El lenguaje es política, lo han explicitado diversos autores como Barthes, Derrida o Sartre. En ese sentido, la puesta en escena de un conflicto como el de la Crisis de los Misiles resulta destacada. En medio de la pugna de que si el lanzamiento de fuegos artificiales significa una declaración de guerra o no, surge la figura del Secretario de Defensa Robert McNamara diciendo: «Esto no es un bloqueo. Esto es lenguaje. ¡Un nuevo vocabulario de la talla que el mundo nunca ha visto!¡Es el presidente Kennedy hablando con Krushev!». Efectivamente, nos encontramos en una reconfiguración del funcionamiento del mundo, en donde un discurso puede cambiar el devenir de las cosas. Pero, no olvidemos desde donde hablan sus emisores. En 1961, McNamara asumió el cargo de Secretario de Defensa norteamericano. Tan sólo un año antes era el presidente de la Ford Motor Company. Primero, un empresario. Después, un funcionario en el frente bélico hablando de temas empresariales. Mucho después, un empresario al frente de los negocios del mundo. Vayamos a eso. En el crucial 1968, McNamara brincaría al que sería el cargo más importante en su carrera profesional: Presidente del Banco Mundial. En ese marco, el “Otro mundo es posible” del humanismo se torna oscuro, irónico. ¿Quién puede acceder a esa paz mundial que pide Kennedy? Por supuesto que ni Cuba, ni la Nicaragua sandinista o el Chile de Allende.

La trilogía de El Padrino expone eso: cualquier discurso subversivo es válido para el amo siempre y cuando le sea útil. Michael Corleone es un hijo del capital en su fase neoliberal. Su padre era otra cosa, uno de esos hombres que solía arreglar todo por su cuenta. Como símil del Estado pater familias, don Corleone administraba todo y cumplía sus promesas. Hasta que fue traicionado por un paro cardiaco. En cambio, a Michael le toca vivir momentos de incertidumbre económica y política: la Revolución Cubana y la fuga de los capitales privados, la inserción de la mafia en el mundo legal y la pérdida de la hegemonía de su familia. Vive una mutación del sistema capital hacia lo que Sayak Valencia llama «capitalismo gore», esto es un nuevo sistema neoliberal en el que la violencia es la raíz de sus prácticas. La ley de la bala y el veneno mandan. En la última parte de la trilogía podemos ver que el Estado asesina, el Vaticano es una empresa de múltiples negocios y fraudes, y todo gira en torno a una especie de barbarismo civilizado. Bolivar Echeverría lo llama «situación límite»:

La historia contemporánea, configurada en torno al destino de la modernización capitalista, parece encontrarse ante el dilema propio de una «situación límite”: o persiste en la dirección marcada por esta modernización y deja de ser un modo (aunque sea contradictorio) de afirmación de la vida, para convertirse en la simple aceptación selectiva de la muerte, o la abandona y, al dejar sin su soporte tradicional a la civilización alcanzada, lleva en cambio a la vida social en dirección a la barbarie.

Michael —a la manera de Charles Foster Kane con su irritante esposa cantante— intenta proteger a su vástago de otro horror, el de la crítica despiadada de la Ópera. Pero fracasa. El segundo Padrino sacrifica todo por el poder y la estabilidad de los suyos, pero no puede lograrlo. El máximo capo del mundo no sabe cómo evitar la caída de la familia Corleone y la muerte de su estirpe. ¿A qué cielo irá su hija Mary si ya ni siquiera tiene asegurado un buen trato con el Dios cristiano? ¿Qué puede hacerse en un mundo en el que las grandes instituciones han sido cooptadas por la razón financiera?

En 1970, aún en la fiebre hippie, John Lennon, tal vez su máximo gurú musical, publicó «God», una declaración acerca de la muerte de las utopías, de los Dioses (Buda, Jesús y sus fetiches, como la Biblia), de los oráculos (el i-Ching, el Tarot) de los centros tonales occidentales (Elvis, Dylan, The Beatles), de los grandes soberanos (los reyes, Hitler, el mencionado Kennedy), del logos. El “The dream is over” lennoniano es el epitafio de esa última jugada que fueron los 60. Pero no todo es pesimismo. Queda deconstruir ese pasado y volver a pensar en la posibilidad. Creer en uno, dice Lennon. «Esa es la realidad.»

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BIBLIOGRAFÍA

Bertolucci, Bernardo. Los soñadores, Francia, 2003.

Coppola, Francis Ford. El Padrino I, II y III. 1972, 1974 y 1990.

Donaldson, Roger. 13 days. Estados Unidos, 2000.

Echeverría, Bolivar. Modernidad y capitalismo (15 tesis), p. 3. Recurso en línea:http://www.bolivare.unam.mx/ensayos/Modernidad%20y%20Capitalismo%20(15%20Tesis).pdf

Heller, Heller. La situación de la esperanza al final del siglo., p. 1. Recurso en línea:https://sites.google.com/site/cursosgarrido/home/lecturas-1/AgnesHeller%2Lasituaciondelaesperanzaalfinaldelsiglo

Huyssen, Andreas. Modernidad y postmodernidad, Alianza Editorial, México, 1990.

Francis Ford Coppola. El Padrino I, II y III. Estados Unidos, 197

Sayak Valencia Triana. Capitalismo gore. Barcelona, Melusina, 2010.

 

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One thought on “El sueño ha muerto: el fin de la última jugada, los 60

  1. UNA EXCELENTE REFLEXION. DEBE TENERSE EN CUENTA. HACE BIEN EL AUTOR AL CITAR A AGNES HELLER. ES MUY IMPORTANTE SU ENSAYO SOBRE LA EXPERANZA Y SU SITUACION AL FINAL DEL SIGLO XX.

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