Menelao Rapsodia y la insoportable desdicha del amor. Entrevista con Nicolas Sotnikoff

ePor Óscar Tinoco

Fotografía: Luis Arias

Menelao luce fundido sobre el escenario. Paris, rey de Troya, se lenicoa fugado junto a su esposa Helena con total alevosía. La pérdida le ha producido al rey de Esparta interminables noches en vela y un cólera angustiante que lo ha llevado casi al delirio y esquizofrenia. En el lecho de la noche, donde los fantasmas y las voces abundan alrededor de él, despotrica, grita, ríe, llora y sufre la ausencia de su amada. Menelao Rapsodia es un monólogo que protagoniza y dirige el actor Nicolas Sotnikoff (París, 1968).

Al intérprete francés el gusto por la actuación le llegó desde muy temprano por una mujer convertida en pasión. Tenía apenas 19 años. Hijo de madre alemana y de padre ruso, en su sangre y apellido lleva la casta de un abuelo soviético que fue, primero oficial pro-zarista en la Guardia Blanca y después formó parte del flanco rival en el Ejército Rojo durante el estallido de la Guerra Civil Rusa. Tras cesar el conflicto bélico, radicó en París donde nacería su hijo y posteriormente su nieto Nicolas, hoy convertido en actor.

Después de dedicar gran parte de su juventud al buceo, decidió tomar cursos y talleres en la compañía El Teatro del Sol, de la directora de escena Ariane Mnouchkine. En ella tuvo la oportunidad de trabajar junto a actores como Serge Nicolai y Olivia Corsini. El actor parisino, que ha participado en varias películas, series de televisión y obras de teatro en su país, destaca el cortometraje que protagonizó al lado de su hijo Aliocha y que estuvo en la Selección Oficial del Festival Internacional de Cine de Morelia: Reconciliados (2014), de la cineasta mexicana Victoria Franco.

Ahora, después de radicar por casi 3 años en la Ciudad de México, montó por su cuenta la obra Menelao Rapsodia con el texto de Simon Abkarian, actor franco-armenio, mejor conocido por caracterizar a Elijah en la película que coactuó junto a la fallecida Ronit Elkabetz, Gett: El juicio de Viviane Amsalem (2014).

La obra, traducida por César Maurel y que tuvo la asistencia en la producción de Isaac Ramdia, es una representación del coraje y rabia que sufrió Menelao tras la pérdida de su mujer Helena a manos de Paris. El actor ejecuta una actuación donde su rostro y su cuerpo van transformándose violentamente conforme el personaje es consumido por la soledad y el resentimiento. El contexto histórico y la Guerra de Troya son sólo excusas para hablar de desamor y desdicha tras la ruptura de una relación.

Tras la conclusión de su temporada en el Teatro Shakespeare, charlamos con el actor parisino de la obra, del teatro como arte condenado a la clase alta y el proceso terapéutico que puede tener la cultura en el ser humano.

Por mucho tiempo se ha considerado al teatro como una expresión para la elite. Incluso, solemos decir que el cine es el teatro de los pobres. Se hace referencia a los altos precios de los boletos. Como actor que has trabajado en Francia y México, ¿crees que el teatro sigue siendo sólo para la clase alta?

Según yo, que el teatro siga considerándose para la elite es un tema que no sólo compete a México, sino también a Francia. Lo que tú dices es un punto de vista bastante real, que efectivamente sucede allá como aquí. En México hay una dinámica de teatro bastante importante, pero veo obras donde los boletos pueden llegar a costar 500 pesos para adelante. Eso es un privilegio que sólo puede darse la clase alta. De los casi 3 años que llevo viviendo aquí, he conocido a gente de muchos barrios que no pagarían jamás un precio así. En Francia eso se llama teatro privado, hay muy buenos teatros y obras, pero el boleto puede valer por lo menos 150 euros. Eso es muchísimo dinero. Entonces obviamente el teatro es para la clase alta, pero aquí en México hay muchas expresiones artísticas como la música, danza, pintura, cine y teatro que son bastante accesibles, a comparación de allá. Como en todas partes, hay muchas cosas buenas y malas. Yo por ejemplo, primero presenté la obra de Menelao Rapsodia en un pequeño foro en Santa María La Ribera, donde no me pidieron dinero para montarla. Eso es imposible en París.

Tengo un concepto del teatro muy diferente. No me considero un actor de la clase alta porque actúo en un foro como el Teatro Shakespeare. Si me considerara de clase alta actuaría sólo en el Teatro Helénico, y aunque seré parte de una obra histórica allí sobre Winston Churchill, lo hago porque de alguna forma también tengo que vivir como actor. El proyecto de esa obra me interesa, pero me interesan más mis propias creaciones, según mi idea del teatro popular. En el Teatro Shakespeare siempre fueron súper amables conmigo. Pero lo que busco hacer es un teatro que conmueva a la gente. La mayoría de las personas que vienen a verme no conocen la historia de Menelao y Helena, pero se sienten conmovidos por este hombre que tiene el corazón roto.

La pregunta es muy importante, pero ustedes como mexicanos tienen mucha suerte porque hoy la cultura es muy accesible. En París habían teatros underground hasta los años 80, pero todos desaparecieron. Todo mundo me pregunta, «oye, ¿para qué te viniste a trabajar a México si en París tienen muchos teatros?» Y les digo, sí, pero tú como actor sólo tienes dos opciones: o te haces parte de la institución oficial, donde para ingresar a un teatro te piden que ganes mínimo 500 euros por día, o formas parte de una carrera en la independencia, donde probablemente te morirás de hambre. No es que montar una obra o ser actor sea más fácil aquí, pero hay más maneras de equilibrar tus gastos. No te vas hacer rico, pero puedes vivir. Lo que yo quiero hacer son proyectos más importantes en el futuro, pero para mí es muy importante tener un teatro abierto a toda clase de público. Hay magia en el teatro, pero esa magia depende mucho de tu trabajo. Entonces, para mí no hay malos o buenos actores, simplemente hay actores y actrices que lo son y no lo son. Para mí, en la Ciudad de México hay una oferta de cultura fenomenal que se asemeja mucho al Nueva York de los 80.

Diriges y actúas tu propia obra, ¿qué tan difícil se vuelve eso?

Es prácticamente imposible. Lo que pasa es que yo no tenía otra elección porque estaba solo. Al principio mi preocupación más grande era encontrar músicos, porque quería que la obra estuviera musicalizada en vivo. Y los encontré, eran fantásticos, pero me pedían demasiado dinero por ensayo. Entonces me di cuenta que era imposible actuar con músicos sobre el escenario. Me pedían mucho dinero por día y honestamente no lo tenía. En el teatro estamos mal acostumbrados a trabajar gratis. Así que me quedé solo con el texto y acepté que la iba a montar sin músicos. Por otra parte, como yo tenía los derechos de la obra, no quería en términos de producción que alguien famoso se pusiera como director o directora. Entonces eso era bastante difícil. Encontré un asistente mexicano, Isaac Ramdia, y él me apoyó mucho en cuestiones que tienen que ver con la escenografía, música y todo lo exterior.

La parte de la actuación no era tan difícil porque yo entendía claramente lo que quería en escena. Me pregunté, ¿cómo voy a montar la obra solo? Así que me apoyé muchísimo en el texto. Estoy casi todo el tiempo sentado y me la paso tomando, por lo que comprendí que tenía que sobrellevar la obra de una manera más pragmática. Me puse reglas, la principal era que no tenía que levantarme hasta el final. Por eso no fue tan difícil, aunque la mayoría de las cosas sencillas en el teatro suelen ser complejas. En mi siguiente proyecto quiero montar Penélope, tendré 7 u 8 actores más en escena, así que será más difícil la dirección.

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En la obra vemos cómo vas enloqueciendo conforme avanzan los diálogos, como actor, ¿qué tan difícil es manejar esa intensidad en las emociones?

Es que Menelao es súper intenso, y en el texto así lo es. El secreto es sobrellevar las emociones como actor. Llenar el espacio del teatro es un reto. No hay que pensar que hay cosas fáciles en el teatro, todo en general es difícil. Mi primer reto fue el texto, porque ese tipo de diálogos no los puedes recitar simplemente, tampoco puedes elegir un estado de ánimo. Es como bucear, vas a recoger un diamante al fondo del mar y una vez que lo tienes, es el estado de gracia, pero sabes que tienes que regresar a la superficie para no ahogarte, y al final que sales, respiras hondo. Ése es el goce de la obra.

Hace un año y medio que la actúo y la verdad nunca sentí que fuera fácil. Las últimas funciones han estado muy llenas y siempre estoy muy sensible. Si me ven sudando es por la lucha contra mí mismo como actor, porque es realmente difícil leer y actuar el texto, en especial cuando se trata de un tipo con el corazón roto, pero también se trata de un rey. Debes tener tus momentos. Cuando me lleno de emoción y me salen las lágrimas, estoy perdido en el personaje. Así que tú tienes que manejar el texto y retenerlo. Son cosas de actuación, cuando me ven afligido estoy luchando internamente, y cuando termina la obra me acelero, pero es porque estoy conmovido.

Hay una línea donde dices que «el que ama no castiga». En esta obra abordas temas como el desamor y el resentimiento. ¿Necesitas conectar esas emociones con tus experiencias personales?

Simon Abkarian pudo haber escrito una obra de ficción sobre un hombre cualquiera, pero no, escogió a los griegos y hay varias razones. Él piensa que la tragedia griega es la base de todo. Hay muchas cosas dichas que son todavía actuales y además, hay ese camino de catarsis. Los griegos escribieron todas esas tragedias para aliviarse de ellos mismos. Es una cuestión filosófica, pero ellos pensaban que hablar, escribir y actuar tragedias era para luchar contra ellas mismas. Entonces Simon está escribiendo según yo, sobre eso. Después hay otra cosa, efectivamente a modo personal, la obra me hizo pensar mucho lo que es el amor, si hablamos de lo que es para mí, aunado a mi experiencia y a la edad, no hay contrario a él. Amar es amar, odiar es odiar, y punto. No hay contradicciones. Por eso me relaciono con la obra de Simón, él inicia con los insultos porque obviamente cuando un hombre se separa o tiene una bronca con una mujer, triste y clásicamente salen los insultos.

Un día un periodista me preguntó, «¿por qué hablas de Menelao y Helena hoy, si es una historia muy vieja?» Yo no supe qué contestar. Simplemente lo miré y le dije que tenía ganas de actuar la obra porque es lo que he vivido a nivel personal. Cuando llegué a México todavía amaba a la madre de mi hijo, y pues bueno, son cosas de la vida. Tenía sufrimiento y decidí montarla así. He pasado momentos con una botella de mezcal a solas, en una cocina en mi estudio, escuchando música en total soledad, gritando, hablando con mi mente, y mirándome frente al espejo diciéndome, «te vas a despertar llorando otra vez». Así que decidí montarla así, Menelao siempre está tomando y se envuelve en su delirio.

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¿Tu actuación hubiera sido la misma de no haber tenido esa experiencia previa con tu ex mujer?

No sé. Yo puedo ser muy loco en la vida, pero no soy esquizofrénico como Menelao. Conocía la época, que el texto era demasiado fuerte, y que además hablaba de ese dolor (…), pero los actores estamos para pensar, instruir e iluminar si tenemos esa pretensión y orgullo. No somos buenos para escribir pensamientos en el sentido filosófico de la palabra. Estamos hechos de emociones, carne, sangre, lágrimas y todo eso, que es todo lo humano y ponemos el alma en la escena. Entonces obviamente vamos a trabajar con lo que hemos vivido, pero de ninguna manera lo ponemos enfrente del público. Porque no funciona, puede funcionar cuando estás en tu casa y estás repasando el texto, pero cuando entras en escena, es importante dejarte ir dentro del personaje. Esa es la única cosa. Si yo pensara en mis fracasos, como cada uno con sus ex amores, lloraría, pero no por eso va a salir bien, porque son mis lágrimas, no las del personaje. Entonces, por experiencia te digo que 10 minutos después, probablemente te vas a perder y vas arruinar toda la obra.

¿El teatro puede ser una herramienta para la catarsis, y si podemos llamarlo así, un proceso terapéutico para curar toda experiencia pasada?

De Menelao no absorbo nada, me cuido bastante (risas). Porque si no andaría en la calle insultando a la gente, mentando madres y todo eso. Pero bueno, el teatro es una cosa muy seria. Más cuando te involucras como actor, incluso puede ser hasta peligroso. En escena puedes volverte loco. Eso es algo que hay que cuidar mucho, porque nos puede romper. El tema de la catarsis es interesante, por ejemplo, creo que todos nosotros estamos marcados por nuestras historias familiares, dramas, felicidades y frustraciones, yo seguramente no podría haber hecho otra cosa con el papel, pero siempre insisto sobre eso. No soy yo, Nicolas el que está ahí, es el personaje.

La única cosa que te puedo decir es que el teatro te despierta. No tengo la pretensión de cambiar al mundo. Pero sigo creyendo en la fuerza de la palabra y en la belleza de un gesto y, ¿dónde lo puedo hacer?, sólo arriba del escenario. Les puedo decir una cosa, sólo hay tres lugares donde me siento profundamente bien: dentro del agua, sobre el escenario y dentro de una cocina. Entonces, el hecho de estar conectado con uno mismo te permite hablar de la tragedia, interpretarla y luchar contra ella. Esa es una forma de aliviarte de todo eso que traes detrás.

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