«Para mí el arte siempre va a tener que ver con la política»: Betzabé García

Por Óscar Tinoco

Fotografía: Mauricio Rosas

Cuando al crítico de cine Jorge Ayala Blanco le preguntaron qué cortometraje de los estudiantes del CUEC veía con buenas posibilidades de sobresalir en festivales, sin trastabillar, señaló que Venecia, Sinaloa (2011) de Betzabé García (Mazatlán, 1990) era el mejor. Incluso, destacó que la sinaloense poseía dotes de una cineasta nata y que debido a su talento no tenía mucho que aprender en la escuela.

Después de cinco años, a la joven realizadora los elogios no la vuelven loca pero reconoce que le gusta el glamour y los premios que ha cosechado en la industria del cine desde el estreno de su ópera prima: Los reyes del pueblo que no existe (2015). A sus 26 años ha logrado poner en alto el documental mexicano en festivales internacionales y ha posicionado su nombre como una de las directoras más prometedoras en la cinematografía nacional.

Betzabé no anda con rodeos ni le gusta perder el tiempo. Por momentos, parece que prefiere las preguntas cortas, directas, al grano. Su lucidez y carácter afable no le impiden soltar una que otra carcajada de algún recuerdo o comentario que le viene a la mente durante la plática. Aunque su cabello camaleónico cambia de color como parte de un proceso terapéutico y creativo, su flequillo siempre se mantiene intacto en su lugar. Los cambios le agradan y refiere que cada tatuaje sobre su cuerpo simboliza un proyecto nuevo.

Los reyes del pueblo que no existe narra la vida de tres familias ancladas en el viejo pueblo de San Marcos, Sinaloa. Tras la construcción de la presa Picachos en 2009, la concentración de agua provocó inundaciones abrumadoras que sepultaron las tierras de cientos de trabajadores y comuneros, convirtiendo al pueblo en una especie de Venecia arraigada en la sierra sinaloense.

García, después de rodar junto a su equipo por cinco años, logró construir un relato que envuelve reflexiones filosóficas sobre vivir en un lugar condenado a destruirse. El trabajo del fotógrafo Diego Tenorio traza encuadres hermosos y contemplativos del halo fantasmagórico y penetrante que emana de los fríos e inhóspitos rincones del lugar.

Nos reunimos con la realizadora para conversar de lo que ha sido su experiencia de filmar su ópera prima, el camino exitoso de la cinta por la ruta de festivales, y otros temas sobre cinematografía y lucha social que envolvió la reubicación de San Marcos.

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Betzabé, tu opera prima ha conseguido un camino exitoso por los festivales y mucha gente importante ha elogiado tu trabajo, pero, ¿cómo fue ese punto de inflexión en tu vida para que quisieras dedicarte al cine?

Estudié teatro de los 8 a los 16 años. Tomé cursos en una compañía de teatro comunitario y llevábamos las obras a pueblos en la sierra de Sinaloa. Era un tipo de teatro callejero y era increíble porque tenía mucha cercanía con la gente. De hecho, en una de las presentaciones fue como conocí San Marcos. Mi maestra Sandra Jaime me ayudó a montar una pastorela con la gente de las otras comunidades. Lo que tiene de peculiar esta compañía, que es parte de la UAS (Universidad Autónoma de Sinaloa), es que involucra mucho a la gente que vive en los pueblos, no era solamente llevar una obra de García Lorca, sino se trataba de hacer partícipe a toda la comunidad. En esa pastorela que presentamos en San Marcos, la gente local actuaba, y obviamente teníamos que jugar con el guión y hacerlo más lúdico, con chistes locales. A mí me encantaba eso, porque desde chiquita yo quise ser actriz, pero luego me di cuenta que no era lo mío, era muy mala.

¿Por qué crees que eras tan mala?

Porque me vi a los 14 años en un vídeo y tuve un shock tremendo. Me dije, con razón mi mamá nunca va a verme, porque sí era muy mala (risas). Después comencé a escribir mucho para teatro, pero más cosas como cuenta cuentos, historias muy cortitas para niños. Ahí le echaba más ganas, porque no tenía que construir sólo un personaje. Después comencé a tomar foto y vídeo de las obras, y asistía a la maestra Sandra. Mi trabajo en el teatro y algunas películas que me gustaron mucho en ese momento me llevaron a estudiar cine en el CUEC.

¿Y cómo fue ese proceso viniendo desde Sinaloa?

Cuando entré al CUEC fue en el 2009, tenía 19 años. Mis papás siempre me apoyaron un chingo, me dijeron «órale, si quieres estudiar cine adelante, si no te quedas en la escuela, te nos regresas», todo siempre bajo amenazas. Pero mi mamá siempre ha sido como terca en ese sentido. Le dije que quería estudiar cine, y estuve un año tomando cursos antes de presentar el examen, ya después me quedé. Eso pasó casi al mismo tiempo en que montaron el nuevo pueblo de San Marcos. Ahí fue que tomé la decisión de hacer un cortometraje llamado Venecia, Sinaloa. Después que lo terminé, le pedí permiso al CUEC para irme un año a filmar. Con el apoyo de Diego Tenorio nos mudamos a San Marcos y pues todo fue vivir previamente ahí, en el pueblo inundado.

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¿Cómo pudiste intercalar la escuela con la filmación de tu cortometraje en San Marcos?

Es que todo se dio al mismo tiempo. En el CUEC se hace un ejercicio por año de ficción, y cuando fui a San Marcos fue para realizar mi primer corto. Fue entonces que les dije que acababa de conocer este lugar y había estado trabajando con la gente de ahí por medio del teatro. Pero desde el principio supe que era un corto muy peligroso, en esas fechas la guerra contra el narcotráfico era muy fuerte. Como primer ejercicio era muy ambicioso, pero la gente realmente me echó un chingo la mano.

Lo que tú ves en Venecia, Sinaloa son 40 personas que venían del nuevo San Marcos y les pedí que regresaran al viejo pueblo inundado para actuar el desalojo y todos ellos fueron. Toda la ayuda que nos brindaron fue algo muy padre, porque era un lugar tan violento y todo mundo en Mazatlán le tenía miedo, ir allá significaba preguntarse quién se mete a la sierra. Pero una vez que estuve ahí y vi todo el apoyo de la gente, fue cuando decidí hacer la película y salirme momentáneamente del CUEC.

Después de que comenzaste a rodar ese proyecto inicial, ¿de qué manera percibiste que había algo que contar?

Yo no trabajo con guión, en ese entonces tenía uno y no funcionó nada. Era sobre las víctimas de la inundación de la presa y cómo esa gente se fue y otras más se quedaron en el pueblo. Pero después me enfoqué en las tres familias que vivían en San Marcos. Cuando los vi, observé a una pareja muy alegre que vivía en una casita de madera y después se pasaron a vivir a la casa más grande y más bonita.

La primera vez que platiqué con ellos nos contaron que estaban muy a gusto de vivir ahí. Decían que no sabían para qué se fueron los demás al nuevo San Marcos si les faltaba agua, cuando aquí eso era lo que sobraba. En ningún momento se asumen como víctimas de la inundación. Entonces fue como dijimos, está bien, vamos a quedarnos a observar. Ya teníamos momentos que nos gustaban para la película, pero tuvimos que descubrir cómo desarrollarla. Eso fue una especie de embudo a la hora de editarlo acá e incluso en San Marcos, de ir encontrando espacios y tiempos, e ir a buscar dinero. Esta película tuvo apoyos estatales por parte del gobierno de Sinaloa y también apoyo del FONCA, otras inversiones y por supuesto, la postproducción de la beca Ambulante, esa ayuda fue justo para terminarla.

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¿Cómo era su vida cuando no grababan?, ¿qué comían?, ¿cómo lidiaban con el tiempo? A veces parece que en ese tipo de pueblos el tiempo pasa muy lento.

Eso fue una de las cosas en las que me ponía a pensar desde el principio. Ahí me di cuenta de lo bien que funcionó el crew. Porque somos gente que nos gusta la banda sinaloense, que nos gustaba estar ahí y comer frijoles con manteca. Además, con la gente del pueblo agarramos la dinámica de estarles ayudando, de repente veía a Diego y les ayudaba a cargar cosas. Creo que eso fue una clave para estar con ellos tanto tiempo. Por mi parte, regresaba a Mazatlán para navidad y me daba una escapada para visitarlos en año nuevo. Aunque no llevara la cámara, siempre trataba de estar en los momentos más importantes, como el día del aniversario de San Marcos.

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De alguna forma la cercanía que construyeron con la gente de San Marcos fue muy importante para el resultado final de la película.

Sí, sobre todo porque es una película muy familiar. Yo creo que la clave es que no son entrevistas, sino pláticas con ellos, y es estar ahí presentes. También uno debe involucrarse. No es nada más sentarte a ver lo que están haciendo, sino trabajar, ayudar, escuchar la música que escuchan ellos, y que te guste. También nos tocaba bailar banda a nosotros varias veces.

Herzog y Tarantino son dos cineastas muy importantes que están muy en contra de la escuela de cine. De acuerdo con la experiencia de tu opera prima y tu paso por el CUEC, ¿crees que para ser director o hacer cine es forzoso estudiar en una escuela?

Forzoso no. Nada es forzoso. Es lo mismo con el guión, ¿es forzoso usar un guión para hacer una película? No, no lo es. Es más importante tener clara tu pregunta inicial, ¿por qué quieres estar ahí? Pasa lo mismo con una escuela de cine. En mi caso, encontré a través del CUEC las herramientas para contar lo que quería contar, pero la verdad siempre he sido muy rebelde. Lo que pasa con las escuelas de cine es que te van a dar las bases, y dependiendo del modelo que siga cada escuela te van a enseñar a partir de sus maestros y sus reglas. Muchas veces vas a tener maestros que fueron escritores, cineastas, guionistas o críticos. Pero al final de cuentas todo es subjetivo y eso te puede golpear, ya depende de cada uno cómo manejar ese tipo de cosas.

Hay que aprovechar las herramientas que te brinda la escuela para hacer lo que tú quieres. El punto es encontrar qué es lo que quieres hacer, qué es lo que quieres contar, y si no lo sabes, entonces pregúntate por qué estás ahí, Yo creo que esa es siempre una pregunta clave, ¿por qué estoy filmando a la mejor sonidista de México?, ¿por qué estoy filmando en la sierra de Sinaloa?, ¿por qué estoy filmando a un transexual?, ¿qué me hace ir ahí? Pasar por una escuela no es forzoso para hacer cine. Hay muchos artistas que se forjaron en la calle y que después fueron teniendo acceso al medio filmando con una cámara y editando desde su casa. Después, tenemos plataformas en internet como Youtube que nos ayudan a difundir las ideas. La verdad, las escuelas de cine te dan las bases y tú tienes que ser rebelde y encontrar cuál es tu voz. Pero muchas veces tratar de encontrar tu voz no siempre te va a ofrecer respuestas, sino que eso se va a ir construyendo a partir de lo que vas haciendo como director.

¿Qué cosas que no te enseñó el CUEC has descubierto por ti misma?

Creo que a la hora de hacer cine, si sientes una pulsión por filmar, si sientes curiosidad, morbo o si hay algo dentro de ti que te mueve para ir a ese lugar, o te dice que tienes que entrevistar o platicar con tal persona, entonces adelante, que nada te detenga. Para empezar ya tienes una pregunta, nada más tienes que defenderla y encontrar los tiempos para realizar tu película. Muchas veces los proyectos se diluyen por el trabajo y otras cosas, pero si tienes esa pregunta constante, fuerte, y crees que te va a llevar en una dirección donde a huevo la tienes que hacer, entonces defiéndela. Creo que eso fue una de las cosas que yo aprendí en estos 5 años. Porque estar sin dinero, con 19 años, en un pueblo inundado y sin guión, pues casi siempre me sentí perdida. Estuve en crisis casi en todo el rodaje (risas). Porque grababa, grababa y grababa e íbamos editando, pero así se iba haciendo una especie de embudo.

Después filmábamos menos, pero sí me preguntaba, ¿por qué?, ¿para qué estoy tanto tiempo en un pueblo inundado? Pronto me di cuenta que la pregunta era, ¿por qué ellos siguen viviendo aquí?, y me contestaban cosas tan existenciales, como el señor que tiene la única tortillería que abastece a los demás pueblos: «mi agarradera en la vida es reconstruir San Marcos, porque estamos flotando en el universo».

Creo que a veces no vas a encontrar respuestas a tus preguntas, incluso yo me siento aún igual de perdida, pero al menos sí identifiqué que hay preguntas que te mueven y te llevan a esos caminos que uno tiene que defender, si no te pierdes. Ahí está qué tanto defiendes lo que sientes y las ganas de hacerlo, si quieres irte a Sonora o a Ecatepec. Y de ir encontrando el tiempo, de repente el trabajo, la familia y un montón de cosas se cruzan y todo se vuelve muy difícil.

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La película envuelve cuestiones muy filosóficas, en tu opinión, ¿qué tan importante es para un documentalista comenzar con una pulsión y con una pregunta reflexiva para articular el argumento que se sostenga?

Creo que cada cineasta debe buscar su propio proceso. En mi caso, a mí me funciona ubicar la pregunta, pero luego hay preguntas medio mentirosas. Hay preguntas donde yo misma me planteo mentiras para tratar de justificar el por qué estoy filmando esto. Y creo que eso nos pasa a muchos directores a la hora de trabajar, queremos convencernos de que lo que estamos contando es lo que es, cuando la filmación debe ser un proceso moldeable y construir algo que se transforme y se modifique continuamente, que no se quede en una verdad absoluta. No sé, plantearme preguntas a mí me ha ayudado en mi proceso personal. Me ayuda desconfiar de mí misma, y desconfiar de lo que he hecho para ir descubriendo lo que sigue.

¿Qué importancia le da a ese posible fracaso una joven realizadora que apenas está iniciando una carrera?

Pues es que la verdad, la verdad siempre se fracasa. Entonces uno tiene que ser consciente de eso. Como director no puedes tenerle miedo al fracaso. El problema es quedarte quieto, frustrarte y permanecer en el hubiera hecho esto o hubiera filmado aquello. La verdad yo siempre voy con una actitud muy pesimista ante muchas cosas, pero esa actitud pesimista me hace moverme. No me detiene para hacer las cosas que quiero, pero tengo en la cabeza que siempre se va a fracasar. Uno tiene que entender que de los fracasos se trata de aprender un poco. De inicio siempre tienes que saber que el fracaso va a estar ahí, latente. Lo que pasa es que muchas personas minimizan los fracasos. Digamos, si el fracaso se entiende como miedo, el miedo se hace pequeño.

¿Tuviste ese tipo de pensamientos o percepciones cuando acabaste la película?

Digamos que fui aprendiendo muchas cosas sobre la marcha, sobre la distribución, a qué festivales aplicar, a las ventas internacionales y a venderla a televisión, como me pasó en Europa y Hong Kong. Al principio sí estaba bien cagada de miedo cuando acabé la película, sobre todo esa sensación de vacío, porque aunque mi pregunta ofrece preguntas existenciales, nunca te va a dar el contexto, y es una incertidumbre que sigo teniendo.

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Ahora que has estado mucho tiempo de gira con tu película, quizá hayas visto bastante cine que mezcla ficción y realidad, ¿qué opinión tienes de este estilo que está muy presente en estos momentos?

Cada vez me cuesta más trabajo concebir el cine como sólo un elemento narrativo. Para mí, el cine es multidisciplinario, tiene que involucrar muchísimas artes, desde una instalación sonora hasta el mapping, todo lo que explore tus sentidos. Siempre he sentido que el cine cuando es sólo para que lo entiendas, nada más estás trabajando un área de ti y no en todo lo demás. Por eso en mi película trabajo mucho con el diseño sonoro, incluso hice un guión de sonido, donde trabajo secuencia por secuencia, porque era muy importante para mí que se percibiera esa atmosfera donde no nada más se trabajara lo que te están diciendo los personajes hacia enfrente, sino todo el ambiente.

La verdad, la mezcla entre el documental y la ficción ya no lo veo. Si partimos desde el hecho de que todo es percepción, desde como yo te veo hasta como tú me ves, entonces, ¿para qué quedarse con reglas o herramientas que sólo dan el documental si se puede jugar de mil maneras? Creo que uno como director debe jugar y explorar, sin tenerle miedo al fracaso, porque como te dije, siempre se va a fracasar.

Además de esto, ¿qué has percibido de todo este auge del cine documental que se está dando en México? ¿Qué nuevas propuestas te han llamado la atención?

Uy, he percibido que hay una ola muy fuerte de cineastas documentalistas. Plaza de la Soledad me encantó mucho. La vi en el Festival Internacional de Cine de Morelia en su work in progress y me fascinó, sobre todo la cercanía y la manera de contar la historia por parte de Maya Goded. También hace un año vi en Ambulante Memoria Oculta de Eva Villaseñor, esa es una película multidisciplinaria en todos los sentidos, increíble. Es una de las películas que más me ha gustado del 2015. Creo que hay una ola muy fuerte de cineastas que exploran eso, que ven al cine como una herramienta artística donde puedes explorar todas las áreas que puedas para comunicar emociones, sensaciones o algo en concreto.

El año pasado IMCINE dijo que se hicieron más de 50 películas documentales en México, ¿a qué crees que se esté dando este auge del cine documental en la industria?

Por lo que está sucediendo en México, siempre el contexto como directores nos va a afectar. Si México está en una situación tan sensible como ahora, pues va a despertar muchas ganas de contar algo de distintas maneras, como la película de Las Letras de Pablo Chavarría. Él pudo contar la historia de una forma muy convencional, pero en cambio, explora la narrativa de una manera increíble, musical y visualmente. Creo que es eso, si estamos en un momento sensible, van a despertar cosas más sensibles.

En el momento de observar los detalles que suceden en el viejo San Marcos, se percibe un halo de misticismo y de realismo mágico, típico de las novelas de García Márquez, ¿notaste esta cuestión literaria cuando grababas ahí?

No, nunca. De hecho me di cuenta de eso hasta mostrar la película. Fue en el Festival Internacional de Cine de Guadalajara que me cayó el veinte. Pero sí, es realmente eso. Yo sentía como algo absurdo, ¿para qué pavimentan una calle que se va a volver a inundar? No era un absurdo en mal sentido, sino un absurdo de, ¿qué sentido tiene crear algo que está condenado a destruirse?. Después descubrí eso conforme veía la película y platicaba más con la gente de esos fantasmas que habitaban en el pueblo de San Marcos sin que aparecieran. Es una película que se ha ido descubriendo incluso después de terminarla.

No es que no hubiera estado segura de lo que contaba cuando la terminé, sino que todo fue haciéndose todavía más entendible. Fui descubriendo distintas capas de la película, y también mucha gente me ayudó a verlas. Esta película fue más sobre una pulsión, sobre las ganas de estar en ese pueblo, y es lo que te digo, tiene que ver también con un proceso de aprendizaje. Yo a esta película siempre la he visto así, y mi siguiente documental va a ser un proceso de aprendizaje también, lo mismo pasa al momento de terminarlas.

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Te planteo esta pregunta como alguien que creció rodeado de tecnología y en una ciudad enorme. ¿En algún momento llegaste a cuestionar la manera en que vivimos y la fuerza que tienen las redes sociales y el internet en nuestras vidas? De alguna forma la gente del viejo San Marcos nos dan una lección sobre la felicidad y de lo que es necesario para vivir.

Cuando estaba en San Marcos sí me cuestionaba muchísimo lo que es hoy la urbanización. ¿Qué sentido tiene urbanizar pueblos? Jaimito me dijo, «¿para qué pavimentan calles en el nuevo San Marcos si los animales necesitan tierra? Ahora se enojan porque los animales caminan sobre el pavimento y la ensucian, cuando al final de cuentas toda la gente vive gracias al ganado». Justo comencé a tener esas reflexiones cuando estuve viviendo en San Marcos, pues es otra dinámica y tienes que entenderlo. Al momento de vivir allá cambian tus costumbres, te tienes que levantar más temprano y no desvelarte, descansar a medio día porque no se puede trabajar cuando el sol está muy fuerte. Es otro ritmo.

Yo creo que hay valores que se ven más claros en los pueblos. En la ciudad es muy difícil que uno tenga tiempo para pensar en uno mismo, porque te levantas muy temprano para irte a trabajar, después llegas a las 6 o 7 a tu casa y lo único que quieres es meterte a Facebook, cenar algo y dormir. Hay muy poco tiempo de pensar en uno mismo. En San Marcos se encuentra el momento para todo. Pero es mi percepción, a lo mejor ellos no lo consideran así.

Ahora que fuiste a presentar tu película a los pueblos cercanos a San Marcos, ¿qué comentarios y críticas te dice la gente respecto a las tres familias que se quedaron en el pueblo inundado?

La gente del nuevo San marcos piensa que están locos. De hecho circularon comentarios de que yo ya hacía brujería y cosas así (risas), porque me quedé a vivir en el pueblo y estaba abandonado.

Después de que terminaste la película, realizaste un corto llamado Unsilenced que habla sobre el asesinato que sufrió el activista Atilano Román, que era el principal líder del movimiento que surgió a partir de la reubicación de los pueblos que sufrieron la inundación. ¿Cómo fue que surgió ese material y terminó en el New York Times?

El corto surgió a raíz de que ganamos el Premio del Público en South by Southwest, se nos acercaron para platicarnos sobre el Op-Docs del New York Times y les dije que justo tenía material y quería contar la historia de Atilano en una plataforma que le diera más voz a su causa. A mí me dio mucha ansiedad y angustia que lo mataran tan cobardemente en una cabina de radio en vivo, porque eso fue un mensaje a todos los activistas y a las personas que estaban peleando por un bien común o por algo justo. Con ese mensaje estaba claro que nadie más del movimiento iba a hacer algo, y obviamente el mensaje de miedo fue replicándose a través de los medios y generando más temor en el país, no nada más en Sinaloa.

A mí no me gustaba la idea de que la muerte de Atilano quedara sólo como nota roja, siendo que fue un luchador social por la búsqueda de una justa reubicación de los nuevos pueblos. Ellos no estaban en contra de que se construyera la presa, pero querían que se hiciera justicia a la hora de reubicarse y que tuvieran manera de trabajar, pues todas sus tierras se inundaron. Era muy injusta la manera en que el gobierno reubicó a la gente, entonces es por eso que se originó el movimiento. Aunque Atilano sabía que iba a morir, a él no le importó, siguió la lucha y tuvieron varios amedrentamientos, mataron a más de 40 comuneros y al final lo mataron a él. Atilano hablaba mucho del renacer, del renacimiento de los pueblos, y me dije que quería y necesitaba contar esto en un cortometraje.

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¿Por qué ese contexto sociopolítico quedó fuera de tu película?

Es que sentí que eran dos historias completamente distintas. Y conforme me iba acercando a las 3 familias que se quedaron a vivir en el pueblo, me iba enamorando más de su cotidianidad y de su manera de percibir el mundo. También artísticamente para mí era muy rico explorar todo el sonido y el timing de lo que es vivir en San Marcos. Sentí que este corto tenía otra función. Y realmente es así, no es un corto que esté festivaleando, es un corto que está en la plataforma de internet para que todos lo vean, que eso para mí era muy importante.

¿Crees que valía la pena que Atilano arriesgara su propia vida para defender una causa como la que defendía?

Sí, sí vale la pena. Y de hecho todos lo deberíamos de hacer. Si todos lo hiciéramos en lugar de una sola persona, creo que cambiaría todo. Como todas las comunidades indígenas que ya se están haciendo independientes y que ya no tienen partidos políticos. Yo creo que sí vale la pena, pero tenemos que ser todos, no nada más uno.

¿Por qué crees que no se ha dado esa lucha o indignación a nivel colectivo? De cierta forma, ahora muchas protestas se concentran en las redes sociales.

Creo que es una lucha entre querer volvernos pesimistas, no en el sentido creativo, sino en el sentido de que no se van a poder cambiar las cosas, como de desesperanza, y de que las cosas están tan impunes que ya nada puede cambiar. Creo que gente como Atilano despierta una fuerza para que las cosas cambien. Ahora lo vimos con la marcha de hace unas semanas donde las mujeres salieron a las calles por un mundo más igualitario. Lo mismo pasa en estas comunidades indígenas que se están levantando y sacando los partidos políticos.

¿Crees que el arte puede ser conductor para ese cambio?

Claro que sí, y lo he visto en festivales como Ambulante o DocsDF, donde las salas de repente están llenas. En Ambulante Xalapa es impresionante cuanta gente está esperando ver un documental, el que sea. Ahora que pasó el Festival Internacional de Cine del Desierto, la gente en Hermosillo estaba muy interesada por inspirarse, por tener motivos para generar un cambio. No es que el cine se los dé, es más un proceso personal, pero es importante que uno piense cómo puede generar el cambio desde su trinchera.

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Y en ese sentido, ¿crees que toda expresión de inconformidad política deba tener un poco de arte para poder tener un impacto mayor?

Yo cambiaría un poco la pregunta. Para mí el arte siempre va a tener que ver con la política. Uno no puede independizarse del contexto, ni Dalí pudo. Nadie puede independizarse y decir que no surjan todos estos sentidos y emociones del contexto donde vives, por más lejanos que estemos a la percepción de la realidad. Entonces por ahí partiría. El arte hay que verlo como un evento político, como una acción política y social, y no al revés, porque si lo vemos del otro lado, es como verlo más propagandístico, como una manera alineada o formalmente aceptada, entonces es fácil caer en esas convenciones. Si tienes una pulsión por grabar tal manifestación y quieres estar con ellos, pues órale, de ahí partes de qué manera quieres contar tu historia.

Ahorita sí te digo que estoy fascinada en pensar que el cine tiene que ser una herramienta multidisciplinaria. Pero todo es político al final de cuentas, hasta las redes sociales tienen que ver con lo que somos, cómo somos socialmente, como grupo y como raza humana. Entonces hay que pensar de esa manera, no al revés.

Desde que se estrenó tu opera prima has recibido varios premios y elogios de gente muy importante, ¿ya te diste cuenta de todo lo que has conseguido?

De repente me doy cuenta y me pongo bien emocionada. Pero también me abrumo. Soy una persona muy tímida en lo general y me cuesta mucho abrirme. También como ejercicio terapéutico me ha servido cambiarme el cabello de muchos colores.

¿Tenías un tabú o temor cuando entraste a la industria del cine?

Tenía mucho miedo, y lo sigo teniendo. Porque de repente todo es muy competitivo y difícil de entrar. Pero también encuentras joyas, personas bien chingonas y maestros que te van enseñando a no descuidar esa voz o intuición en medio de tanta cosa, y eso ha sido bonito.

Tu película está nominada al Ariel, ¿qué opinas de las premiaciones y ese lado glamoroso que rodea al cine?

Para mí está bien, cómo no. Eso se necesita para obtener más plataformas. Nos gusta que nos traten bien y tener ese lado glamoroso como la alfombra roja. Sientes padre, no sé, pero también debes tener en tu cabeza qué es lo que quieres. Yo soy una persona que disfruta de todo eso, hasta estoy ahí, para qué te digo que no.

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