Trainspotting 2: No todo está perdido… todos vamos en ese vagón

Por Andrea Mireille

Elige hacer una secuela. Elige un soundtrack impecable. Elige al mismo elenco. Elige la nostalgia. Sin importar lo que escojas ya nada volverá a ser igual, lo sabemos desde el primer momento. Rents ya no escapa a toda velocidad por las calles de Edimburgo; convertido en uno de esos irritantes runners que pululan en las redes sociales, ahora lo hace en un gimnasio, entonces llega el colapso. Un infarto lo conducirá al viaje más extraño de todos y lo llevará a ajustar cuentas con el pasado.

Como bien apunta Danny Boyle, en Trainspotting la vida no importa y en la secuela, sus protagonistas descubren que son ellos quienes no le importan a la vida. En la primera cinta se trataba de elegir, en la segunda vemos el peso de esas decisiones con su respectiva dosis de fracaso, frustración, arrepentimiento y resignación.

Así, nos reencontramos con los personajes que hace un tiempo consideramos entrañables, pero esta vez resulta imposible no verlos como realmente son: profundamente imbéciles y desagradables. Daniel, ni siquiera sirve para suicidarse, sigue enganchado a la heroína y es incapaz de conservar un trabajo. Sin importar a lo que Simon se dedique no es más que un ladronzuelo mediocre. Franco aún es el más violento de todos, pero ha comprobado que no es indestructible, además, debe lidiar con la decepción que supone su hijo, que no desea seguir sus atribulados pasos, y Mark, no tiene problemas en continuar siendo —de una forma u otra— un apuñala espaldas. Ninguno de ellos puede evitar ser quien es, aún así es imposible no caer en su encanto y sentir cierta compasión por ellos, pues aunque Franco es el único que literalmente está atrapado, no quiere decir que los demás no lo estén.

Curiosamente, Spud —el único que insiste en ser llamado por su apodo de juventud— es el único que logra crecer y expiar el pasado canalizando sus obsesiones y experiencias en la escritura, igualmente, logra reconciliarse con su familia. El resto, en mayor o menor medida, son los mismos manchilds al final de la cinta.

En las casi dos horas que dura el filme se siente una melancolía profunda, pero la película no deja de recordarnos que el pasado también es una mierda, que algunos elijan recubrirlo de oro es otra cosa. Sin embargo, los residuos de otros tiempos, las evocaciones y guiños de la primera entrega funcionan y son muy disfrutables: la música, las persecuciones, las locaciones, incluso la ropa de Mark en la conclusión es prácticamente igual a la que lleva al final de la primera parte (el mismo tipo de pantalones, el mismo azul en la camiseta), más un breve regreso a la heroína. Ya no está el peor baño de Escocia, pero no hace falta, la inmundicia está en cada uno de ellos, su vida es un cagadero y hace mucho que sus oportunidades se fueron por el retrete.

Algo que apenas cambió es la nula (y estereotipada) participación femenina, en la primera parte las mujeres eran novias berrinchudas e insoportables que condicionaban el sexo, eso o el desenfreno total. En la segunda, las esposas lucen estresadas y envejecidas, en tanto, Diane reaparece convertida en la viva imagen del éxito: trajeada, acartonada y sin brillo en la mirada, antes precoz, ahora le reprocha a su ex amante que Veronika es demasiado joven para él.

Por su parte, la joven prostituta —que no tiene ni idea de qué es el perineo— es un mero objeto de deseo, la hermosa acompañante que escucha impresionada el brillante monólogo de su contraparte masculina, y finalmente, la femme fatale que huye con todo.

 Trainspotting 2 es la resaca de la generación X, esa que despertó de golpe para darse cuenta de que la fiesta terminó y son la basura que nadie recogió. Es para todos aquellos que creían que a los 40 tendrían la vida hecha y un sinfín de razones para vivir alegre y despreocupadamente, pero fueron traicionados. Las oportunidades se esfumaron y ya no es únicamente el paso de trenes lo que atestiguamos, sino como la vida se extingue frente a nosotros sin que podamos evitarlo.

Lo que seguramente oiremos con regularidad de aquí en adelante, es aquello de «eres un adicto, sé adicto a algo más», eso y el potente monólogo actualizado, que sin duda se verá increíble en nuestros muros de Facebook, en calcomanías, posters y en carísimas playeras.

Estas frases serán muy bien aprovechadas para vender toda clase de productos a los millenials, la generación que clama con una convicción que sólo la ignorancia y el más férreo autoengaño pueden dar, que son libres porque así lo han elegido. Libres para escoger el filtro de perro de Snapchat para encubrir su miseria. Para escoger entre Tinder y OkCupid. Elegir el ghosting y las relaciones superficiales. Escoger comida orgánica, cocina de barrio, o artesanal. Elegir platillos veganos, libres de gluten, GMO, sin azúcar o bajos en calorías. Pueden dejarlo todo para viajar por el mundo. Elegir entre yoga y pilates. Escoger la meditación y el mindfulness. Escoger entre ser instagrammer, blogger, influencer o youtuber. Escoger ir al Vive Latino, al Ceremonia o al Corona Capital. Elegir rentas elevadas con tal de vivir en la zona más cool de la ciudad. Alto, grande o venti. Escoger el futuro. Diseñarlo a su gusto desde su iPhone con una app.

Trainspotting 2 es un recorrido salvaje en el que hay más traiciones que oportunidades, lejos de tener un desenlace desolador o trágico, el final resulta vivificante. Quizá los sueños se han derrumbado para esta y otras generaciones pero eso no nos impide escoger la vida. Esa pequeña habitación donde Renton sufrió la peor de las abstinencias se vuelve infinita y por un momento sentimos que no todo está perdido, que todos estamos en ese vagón.

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