Por Rodrigo Jardón Herrera
La literatura debe de ser, al mismo tiempo, elemento actual de civilización y obra de arte.
Antonio Gramsci
Antonio Gramsci fue, antes que nada, un escritor. Los cuadernos de la cárcel y Cartas desde la cárcel son dos obras paralelas, documentos de la reflexión que un hombre aislado redactó a lo largo de diez años. Se trata de una escritura que nace del y por el encierro. Gramsci nunca realizó una obra de relectura del marxismo unitaria, como lo es Historia y consciencia de clases de Georg Lukács. No tuvo el tiempo ni las condiciones para hacerlo; sin embargo es innegable que sus notas bastaron para influenciar a toda una generación de intelectuales italianos y del resto del mundo. Umberto Eco y Pier Paolo Pasolini, por ejemplo.
Su activa militancia en el Partido Socialista Italiano lo obligó a una escritura concisa y directa. El periodismo de su juventud fue el arma directa de su discurso. La situación era apremiante y la importancia, que poco a poco adquiría como personaje político dentro de su entorno nacional, no le permitieron plasmar en ensayos circulares su fecunda interpretación y crítica de Marx. Una exégesis que, está por demás decir, es paralela y equivalente, al menos, a toda la Escuela de Frankfurt.
Su voluntad por construir una sociedad más justa fue reprimida y el que en algún momento fue su compañero de partido, Benito Mussolini, lo condenó al aislamiento, a la prisión. Paradójicamente, tomando unas palabras prestadas de otro gran escritor italiano de ese tiempo, Emilio Cecchi, podríamos decir que: Gramsci fue encarcelado, «pero se llevó consigo el infinito.» Lejos de todo, se dedicó al género del cuaderno, como llamaría Salvador Elizondo a la compulsión de captar en notas el flujo de consciencia. Quizás en este sentido la escritura de Gramsci se parecería al autobiografismo de Proust y Joyce. Sin embargo, seguramente la comparación no le hubiera gustado. Gramsci, a diferencia de Walter Benjamin, no fue afecto a la escritura y a las artes vanguardistas de su tiempo. Era un gran lector de novelas del XIX; ésta es una las facetas de su obra más olvidadas en nuestro contexto. En realidad, pocos como él contribuyeron al estudio de la novela policiaca. Sus aportaciones a los estudios literarios son elusivas. En sí todos sus aportes al pensamiento del siglo pasado son relámpagos que iluminan; se niegan a ofrecer panoramas esquemáticos. Aluden y nos eluden.
Los 32 cuadernos que nos dejó y las numerosas cartas que mandó a sus seres cercanos conforman una obra única: la prisión lo llevó a configurar una voluntad de estilo. Para leerlo hay que estar dispuestos a buscar entre líneas, a disfrutar de la interminable relectura. Como con Joyce, a Gramsci no es posible leerlo, sino sólo releerlo. Los estudiosos de su obra mencionan constantemente términos como subalterno e ideología. Sin embargo, son conscientes de que en todos los casos la definición de cada término implica una concienzuda interpretación de toda la obra gramsciana. Nunca aparecen significados globales.
El trágico desenlace de Gramsci fue un crimen de Estado. Un ejemplo más de las grandes catástrofes del siglo XX. No obstante, en sus notas y cartas Antonio Gramsci nos dejó muchas pistas para reconstruir la escena del crimen. El crimen es la barbarie del hombre por dominar a la naturaleza y a sus semejantes, como lo explicaron Adorno y Horkheimer. Hoy más que nunca sería fundamental adentrarnos en esa escritura, para convencernos de que las respuestas están en las preguntas. Quizás su prisión pueda liberarnos de la nuestra.