Horror y vulnerabilidad contemporánea. Sobre Los atacantes, de Alberto Chimal

Por Adrián Ávila / @nicolaiwebster

Individuos vulnerables. Uno de los principales sustentos teóricos del estructuralismo de Saussure fue la relación diferencial entre los elementos de un sistema. Por ejemplo, para definir lo bueno, debe existir su contraparte, es decir, lo malo; sin embargo ambos no siempre tienen el mismo valor. Cuando la víctima se vuelve presa a partir del éxito de su asesino, nos encontramos frente a una relación de poder.

Los atacantes (2016) de Alberto Chimal, libro de cuentos editado por Páginas de Espuma, está constituido a partir de la tensión que genera esta relación. El miedo. A través de siete cuentos, el escritor toluqueño despliega su imaginación utilizando elementos de la ciencia ficción, la fantasía y la tecnología moderna para hacer patente la fragilidad de la soberana libertad humana.

Como lo menciona el título, los protagonistas, o antagonistas, son figuras de poder con la capacidad de resquebrajar la cotidianidad, lo planificado por individuos seguros de su pertenencia en el mundo. Atacantes: acosadores indetectables, juniors amparados por el poder de sus abuelos, vampiros en Ciudad Juárez y el caos del universo mismo.

El constante tema en los relatos no sólo da una coherencia al libro, sino lo hace redondo. Al igual que una composición musical, cada movimiento refuerza al conjunto, pero individualmente tienen cierto potencial estético. De principio a fin, la tensión que genera la vulnerabilidad de los personajes guía la lectura. Un secreto que incluso orilla al morbo.

Sin embargo, aunque entretenidos, los cuentos llegan a caer por elementos mínimos, pero sustanciales. En su Poética, Aristóteles abogaba por la verosimilitud por encima de la verdad al momento de desarrollar una puesta en escena, que es también un relato.

Un caso muy evidente es el cuento «Connie Mulligan». Miguel Ángel Florencia, joven recién ingresado en una compañía como editor, tiene que lidiar con los caprichos de una mujer, Connie Mulligan, quien, gracias a contactos con altos funcionarios del gobierno, ostenta un poder sobre el protagonista.

El cuento parece verosímil la mayor parte del tiempo. Aunque narrado en primera persona, la utilización de conversaciones por correo como un elemento para hacer creíble lo que se relata, permite leer la voz de Connie. Por un momento se pierde la posibilidad de que Miguel Ángel esté inventado todo.

Los detalles, la anécdota de su antecesora en el puesto, sus problemas de acoso, su interacción con otros personajes como el jefe, la secretaria, la amiga de la antigua editora se suman para darle unidad verosímil al relato. Además la construcción de Connie, la presión que ejerce sobre Miguel, su aparente locura y el elemento sobrenatural de su hija generan una tensión que mantiene al filo del asiento.

En la constitución clásica de las comedias de Capa y Espada es habitual encontrar en los primeros actos una serie de enredos que tensan el nudo de la relación entre los personajes para al final soltarlo con una resolución cómica y fortuita. Hay boda, el público sonríe. En «Connie Mulligan» encontramos algo similar, sin embargo, siendo una historia de terror, la resolución al estilo Deus ex machina, deja un vacío al final.

La construcción de Connie, su misterio y su acoso se pierden al encarar a su víctima gracias a eventos fortuitos. El despido masivo en la compañía, la muerte de Zebadúa y el encarcelamiento del jefe dejan libre el camino entre Connie y Miguel. ¿De qué sirve hacer un personaje tan poderoso y temible si al final no enfrenta ningún obstáculo? Hubiera sido más interesante que ella fuese la causante de dichos eventos.

Algo similar ocurre con «Tú sabes quién eres», pero en este caso lo chocante es el exceso de información. El narrador no parece coincidir con quien es: un psicópata acosador. Parece meticuloso en su metodología criminal, pero tan obcecado por su narcisismo que da mucha información de sí.

Empero, el cuento tiene elementos de terror destacables. Desde el título alude al lector como posible víctima del monstruo que estamos por conocer. El narrador relata en segunda persona intimando con el lector. Y la mejor manera de sentir vulnerable a alguien es describir algún tipo de acción al que ni siquiera esa persona presta atención.

Cuando el narrador nos explicita que miraba a Sonia incluso en los momentos anodinos de su día, entendemos la transgresión de ese tipo de personas. Sus acciones al esperar el autobús se convierten en información para el cazador. Éste incluso puede leer los pensamientos de la mujer. Afirma: «Yo, en cambio, que la he mirado tanto, la he mirado de otra forma».

Empero, el mayor acierto del escritor es el que menos parece cuento. «Arte» es un relato en cuya construcción parece más una serie de estampas sobre el fin del mundo. El narrador nos permite observar diferentes escenas en torno a los últimos momentos del planeta tierra focalizándose en dos individuos antípodas uno del otro.

La dilatación de un evento que sucede en segundos se nutre con los detalles específicos de cómo las calles salieron volando en pedazos, las emisiones del interior de la tierra y los sonidos de la destrucción. El fin del mundo aparece como un retrato al estilo de las tempestades en pinturas de William Turner, lo cual no es fortuito, pues la obra de Chimal bebe de una serie de referencias. Si bien no se pueden precisar sus influencias, se pueden encontrar elementos del cine de terror clásico: vampiros, zombis, asesinos seriales y niñas sobrenaturales. También alusiones a las redes sociales, los videos de Youtube, el uso de Internet y otros utensilios contemporáneos.

Por ello Los atacantes resulta aterrador en sus mejores relatos, pues no sólo es el ejercicio de seres poderosos oprimiendo la soberanía de sus víctimas, sino una reflexión en torno a las nuevas tecnologías y la manera en cómo tejemos la soga alrededor de nuestro cuello sin reflexionar que al otro extremo una mano invisible la sostiene para dar el último tirón de nuestras vidas.

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