Laury Leite, un escritor en la soledad de un cielo muerto

Por Carlos Priego

En la soledad de un cielo muerto (Ediciones Carena, 2017) confirma a Laury Leite (Ciudad de México, 1984) como un escritor mexicano que, además de vivir fuera del país, sobrevive en la periferia de los autores que gozan de mayores reflectores. Bajo ese papel supo unir una trama cotidiana a un lenguaje sencillo para revelar una realidad social sin ningún sentido unificado, una obra capaz de retratar lo ordinario hasta alcanzar proporciones simbólicas.

La novela es, sin duda, una de las obras más singulares que se han escrito en español en los últimos años. El tema: vidas suspendidas en el tiempo, vidas que no tienen futuro o en todo caso uno totalmente oscuro e incierto; personajes con un alto grado de desarraigo donde los instantes más o menos buenos, más o menos malos, se configuran para coleccionar instantes más o menos aceptables.

Además de explorar temas como la realidad del país y de ofrecer una trama simple en apariencia ­,En la soledad de un cielo muerto es un experimento narrativo bastante interesante que invita al lector a navegar por diversos puntos de vista que asume el escritor.

La novela fue publicada por la editorial española Ediciones Carena y hace poco hizo lo propio La Pereza Ediciones para los lectores de Estados Unidos.

Has escrito, cuentos, artículos, ensayos, crónicas y realizado traducciones y adaptaciones de obras de Chéjov, cuéntanos: ¿cuál es el género que más disfrutas escribir?

El género que más disfruto escribir es, sin dudas, la novela. Para mí, la novela es una zona de libertad. Me gusta mucho el proceso de escritura de un proyecto largo, la rutina que se va formando, cómo el trabajo forma parte de tu día a día, y cómo los acontecimientos que te rodean, a veces, se van metiendo en el libro. A mí me toma dos o tres años escribir un libro, más de lo que duran muchos matrimonios, entonces establezco una relación muy profunda con el material, con los personajes. Es un tipo de placer raro, cargado de frustración, de incertidumbre, pero que en cierto modo le da sentido a mi vida.

Cuando no escribo me siento vacío. Disfruto escribiendo cualquier género, pero la novela es un género impuro, en muchos aspectos es una síntesis de todos los géneros: le caben digresiones, personajes, crónicas, cuentos, de todo. Esa forma híbrida me resulta un buen ángulo desde donde aproximarme a la complejidad de la realidad que me rodea.

¿Es muy distinta la escritura de cuentos que de novelas?

En mi opinión sí. El cuento es más súbito, es como un fogonazo. Es un género que me encanta, pero al que le tengo muchísimo respeto. Por eso he escrito muy pocos cuentos. Tengo una admiración profunda por los grandes cuentistas, Chéjov, Maupassant, Onetti, Munro, etc. Me asombra cómo con una pincelada crean un mundo de una complejidad enorme. En un cuento no puede sobrar nada. Hay muchos cuentos casi perfectos que funcionan como artefactos de una precisión extraordinaria. Creo que la novela no es tan exacta como el cuento. Pienso en novelas como “La muerte de mi hermano Abel” de Gregor von Rezzori o “El hombre sin atributos” de Robert Musil, a mi juicio dos de las mejores novelas del siglo XX. La gran virtud de estas novelas son los rodeos que dan, las digresiones, la variedad de recursos que usan para abordar un tema.

Julio Cortázar dijo que en la novela es posible apreciar diferentes perspectivas sobre un mismo asunto, ¿sucede esto en tu novela?

Esa era mi intención. Por eso utilizo distintas voces para abordar la relación entre la madre y el hijo, y el tema central del libro que es su inadaptación al mundo contemporáneo. Es un recurso que viene de la música también, esa idea de las variaciones sobre un mismo tema. Creo que explorar un tema desde distintas perspectivas nos ayuda a apreciar la ambigüedad que nos rodea. No hay soluciones fáciles porque los problemas que nos afectan como sociedad tampoco son fáciles.

Llama la atención que al leer tu novela saltan a la vista la complejidad de los temas que se despliegan a través de una escritura sencilla.  Entre esos temas, ¿el fracaso colectivo y la carencia de futuro se pueden considerar como el espíritu de nuestra generación? 

Es difícil saber si hay algo que unifica a nuestra generación más allá de la noción de que el mundo se está muriendo. Quizá los valores empresariales que rigen nuestra conducta sería otro elemento común de nuestra generación. Uno de los efectos de la revolución tecnológica de los últimos años es que la idea de comunidades abiertas se ha atomizado y los diversos grupos de comunidades cerradas que se han ido formando operan dentro de lo que se suele llamar “cámaras de eco”. Esto quiere decir que habitamos pequeñas esferas donde se reverberan nuestras voces y nos queda la impresión de que todo el mundo piensa como nosotros.  Cuando la realidad exterior a esta cámara de eco embate, se rompe la burbuja y no sabemos cómo reaccionar. Un ejemplo de esto fue la victoria de Donald Trump. Mucha gente que conozco se quedó paralizada, no sabían de dónde había salido toda esa gente que votó por él. Cada persona habita esa pequeña burbuja donde su sistema de creencias reverbera y se fortalece. Por otro lado, el fracaso colectivo y la carencia de futuro vienen de nuestra completa inadaptación al mundo natural. Desde la Ilustración establecimos con la naturaleza una relación de dominio, y ahora estamos viendo las secuelas negativas que el ser humano ha ido dejando en el planeta. Pienso que nuestra generación es la primera que nació con la certeza de que estamos destruyendo el planeta. A veces pienso que los seres humanos somos el instrumento que la naturaleza eligió para autodestruirse.

Muchos comentaristas y novelistas llevan tiempo escribiendo sobre una suerte de malestar generalizado que se ha acuñado en casi todas las capas de la sociedad humana, ¿cuál es para ti el origen de esa sensación?

En una palabra, Auschwitz. Como sostienen Adorno y Horkheimer en “La dialéctica de la Ilustración”, el holocausto no fue un acontecimiento aislado, sino que fue el resultado de toda una forma de concebir el mundo que tiene sus orígenes en la Ilustración. Después del siglo XX es difícil pensar acerca del ser humano en términos que no sean de malestar. Auschwitz, los Gulags, etcétera. Siento que esos episodios de nuestra historia dejaron patente que las fuerzas destructoras no solo están en el exterior, sino adentro de cada uno de nosotros. Recuerdo una frase que aparece en “Woyzeck” de Georg Büchner que explica muy bien la idea de malestar existencial: “Cada hombre es un abismo, da vértigo mirar en su interior”.

En tu libro planteas que nuestro presente está condicionado por el resultado de las crisis, ¿cómo pensar el futuro después de esos fracasos?

Hay gente que define el capitalismo actual como capitalismo de crisis. Lo cierto es que el capitalismo, desde sus principios, ha estado en crisis y nunca termina de morir del todo. Desde la “Tulipomanía” en el siglo XVII hasta la última “Gran recesión” son infinitas las crisis que han acompañado al sistema capitalista. Y con cada crisis que sobreviene, sale más reforzado. Las crisis han servido desde siempre para imponer nuevos modelos económicos. La crisis petrolera del 73 condujo al neoliberalismo. El problema, se decía, era que los estados intervenían demasiado en el mercado. Se dejó actuar al mercado sin demasiada intervención y el resultado fue catastrófico, como se vio en la última crisis, en la que, por cierto, los estados tuvieron que intervenir para salvar a los bancos. En estos términos es fácil pensar en el futuro: habrá otra crisis, lo que no se puede predecir es cuándo.

¿Hay algo positivo en todo esto?

Claro que sí. Hay muchas cosas positivas en la actualidad. El avance de la ciencia ha mejorado la salud, hay acuerdos de paz entre países que siempre estuvieron en guerra, aunque a veces se rompen, hay menos pobreza en el mundo, cada vez hay menos analfabetismo. Hay aspectos muy positivos en el desarrollo de nuestra especie. El principal problema que no podemos dejar de lado es que el planeta tiene unos límites muy claros, y llevamos demasiado tiempo abusándolos. Si no cambiamos de actitud en lo relativo, sobre todo, a la idea de crecimiento ilimitado, el colapso ecológico va a ocurrir. Lo que pasa es que no es algo súbito, por eso no nos damos cuenta. El planeta no va a morir de un día para otro. Es una agonía lenta.

¿Hasta qué punto son autobiográficas las historias que desarrollas?

De manera consciente nada de lo que escribo es autobiográfico. Pero siempre hay elementos que incorporo de cosas que suceden a mi alrededor. Historias que me cuenta la gente, gestos que veo en un parque, la postura que ciertas personas adoptan frente a un problema, la manera en que las personas se relacionan. No me interesa ponerme como personaje en el centro de una narración, disfruto mucho más escribiendo sobre personajes que son diferentes de mí. Soy una persona bastante privada, no me gusta escribir sobre mi propia vida.

¿Llevas un diario para anotar tus ideas?

Sí. Desde hace unos diez años llevo un diario. Escribo un poquito casi cada día, con pluma fuente, en cuadernos de buena calidad. Anoto todo lo que se me cruza por la cabeza.  Disfruto mucho de esa escritura descontrolada. Tengo una letra diminuta así que quién sabe si cuando mi vista se vaya deteriorando podré leer todo lo que escribí. He intentado escribir con letra más grande, pero no puedo. Sería una bonita broma del azar: todo lo que pensé en mi juventud está condensado en unos cuantos cuadernos, pero cuando me disponga a leerlos con los ojos deteriorados en mi vejez, voy a descubrir que escribí mis pensamientos con una letra tan pequeña que jamás sabré qué dicen. Me veré forzado a aceptar el olvido.

¿Crees que la literatura mexicana tiene un lugar importante en el mundo?

Sí. La literatura mexicana es extraordinaria. Diría que toda la literatura latinoamericana tiene un lugar importante en el mundo. Pero si pensamos en el caso específico de México, desde “Pedro Páramo” de Juan Rulfo y “El libro vacío” de Josefina Vicens, hasta lo que escriben mis contemporáneos, la literatura mexicana ha sido importantísima. México es un país con grandísimos escritores.

¿Cuál es la lección más importante que quieres trasmitir a tus lectores? 

Lección no sería la palabra que elegiría para definir lo que me gustaría transmitir con un libro. No soy nadie para darle lecciones a la gente. Cada persona tiene su propio recorrido de vida y lo respeto. Lo único que busco cuando escribo es intentar comprender a los personajes, componer bien las voces, la estructura, tener cuidado con cada frase. Espero que al final de todo ese trabajo de composición pueda surgir una novela con la que termine satisfecho.

 

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