Una historia (no tan) personal del plagio

Por Tania Villanueva / @pachitarex

En la universidad, tomé una materia de Prosa del Siglo de Oro.

El funcionamiento era simple, leías como loco dos obras por semana, se te asignaba una y cuando te tocaba, hacías un análisis de ella.

Mi profesora era una de las mejores medievalistas de México, una doctora que muchos habrían matado por escuchar en una clase.

Como yo soy una persona que se precia de odiar toda forma literaria que no sea de hace un siglo, la verdad es que me sentía un poco fuera de lugar cuando me tocó hablar acerca de Don Gil de las calzas verdes.

Ante mi ignorancia, decidí pasar dos semanas recluida en la Biblioteca Vasconcelos leyendo la obra y ensayos críticos acerca de ella. Dos semanas que compensaran mi ineptitud ante el tema. Pasé dos noches escribiendo mi ensayo.

Cuando terminé de exponer, la doctora me dijo que mi análisis era un plagio de un autor y que si bien yo no había copiado textualmente su propuesta, la idea era la misma. Es más, me dijo: «ahora mismo podría pedir tu baja de la universidad, por gente como tú estamos así. No creo que llegues a hacer algo bueno en tu vida profesional. Estás reprobada».

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Yo salí hecha un mar de lágrimas de allí, claramente yo no sabía ni de qué me estaba hablando. Mi marido, en ese entonces, cuando llegó a casa me vio y pensó que algo terrible me había pasado, me llevó al médico y finalmente me abrazó y me dijo: «si quieres ya no vuelvas a esa clase».

No saben la vergüenza que sentía y la vergüenza que me tragué las ocho clases restantes del curso porque necesitaba saber qué cosas tendría el extraordinario.

Hace un año, mientras era coordinadora editorial de una revista de tecnología, tenía una colaboradora que me entregaba enormes artículos. En una ocasión recuerdo que había una frase con una sintaxis espantosa. Como tenía dudas de qué decía, tomé ese pedazo del texto y lo googlee. Encontré entonces que esta chica entregaba enormes textos Frankenstein en los que tomaba de una página y otra y otra pequeños párrafos que luego hacía coincidir. Cuando vi eso, le regresé el texto en un mail en el que le señalaba párrafo por párrafo de dónde había sido copiado. Mi jefa me regañó y me dijo que cuando viera eso, me callara y lo corrigiera, o sea, que yo volviera a escribir todo aún cuando la colaboradora cobraba más que yo por «escribir» sus artículos.

En mi último trabajo mi jefe era intenso a más no poder. Yo trabajaba hasta 16 horas al día y aún así decía que no hacía nada. Una de las cosas que le dije era que los redactores no podían copypastear notas de otros sitios, que eso se llamaba plagio. Pero él me dijo que mientras las notas le dieran views a su página a él no le importaba de dónde sacaban los redactores las notas o si eran plagios o no.

Todos los días veo cómo notas mías y de muchos de mis compañeros se replican en otros sitios sin compasión, todo los días vemos aparecer versiones iguales de nuestro trabajo, sin ser consultados, sin ser citados, con esos «errores de estilo». El plagio nos persigue, es parte de nuestras vidas.

Esa gente que hoy se desgarra las vestiduras seguro también ha tenido algún encuentro cara a  cara con él. Lo vemos por la calle, se pasea sin ningún pudor. Ahora sabemos también que no sólo está entre nosotros, que se anida en los círculos más altos del poder en nuestro país y eso sólo nos dice que somos, pues, el reflejo menor de un infierno aún más grande y tenebroso que se encuentra en otra dimensión, una dimensión no tan desconocida.

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