Por Luis Manuel Rivera y Miguel Ángel Morales
Fotografía: Luis Manuel Rivera
A lo lejos se le observa revisar con detenimiento la contraportada de un libro que ha tomado del estante. Se le nota esa calma para procesar la información que ella misma defiende como un mejor camino para el desarrollo del conocimiento. Tras practicar esa misma paciencia y luego de 20 años de haber publicado su primer libro, Marta Sanz (Madrid, 1967) recibió en noviembre de 2015 el Premio Herralde de Novela, uno de los más importantes en lengua hispana. Ello le ha servido para apenas comenzar a percibir que tiene un número importante de lectores.
Es su cuarta visita a México y aunque apenas ha pasado un día, asegura que se le ha hecho mucho más tiempo. Aprovechamos el paso de la escritora para platicar con ella de menos cosas de las que nos hubiera gustado, todas permeadas por la literatura y llenas de un incisivo análisis que pasa por una voz de bajo volumen pero de lucidez evidente.
LMR: ¿En qué sentido cobra importancia para ti el Premio Herralde que has conseguido?
Lo más importante del premio para mí sin duda alguna es que es la primera vez que tengo la sensación de que verdaderamente has llegado a los lectores. Se juntan dos factores para mí: por una parte una larga trayectoria que yo ya tenía por detrás y que me hacía tener un lector más o menos fiel dentro de lo que es el cenáculo literario, la gente que está enterada de la literatura; se ha juntado eso con el Herralde, que es un premio que tiene repercusión no solamente en España, sino muy especialmente en Latinoamérica, y eso para mí es importantísimo.
LMR: En México resulta complicado vivir de la literatura si perteneces a un círculo literario pequeño. ¿En España esos mismos círculos alcanzan?
En España yo creo que ni los pequeños ni los grandes (risas). Dentro de la profesión de escritor yo creo que hay clases sociales, hay una clase muy alta, muy privilegiada que podrá vivir de los libros que venda y sus derechos de autor, luego hay una gran masa de clase media que somos yo diría que el 90% de los que nos dedicamos a esto de la escritura, que vivimos de esto que llamamos la periferia de la literatura, es decir, yo no puedo pagar mis facturas ni llenar la cesta de mi compra, ni pagar mi hipoteca con los derechos de autor de mis libros, ni con los anticipos; yo pago todo eso porque doy cursos, porque doy clases, porque doy conferencias, porque voy a un club de lectura, porque estoy todo el día de acá para allá como un viajante de comercio, y eso es a mí lo que me permite vivir. Y luego hay otro sector de escritores que no tienen absolutamente nada, que lo que tienen es un enorme resentimiento y unas ganas de por fin ser visibilizados de alguna manera.
LMR: Ahora con el premio y las facilidades que eso implicará, ¿qué tanto te interesa acercarte a ese alto círculo de la literatura?
Creo que eres muy optimista (risas). Por otra parte tampoco sé si yo querría. Tendría que pensarlo pero me parece que no, porque el problema yo creo no consiste tanto en llegar ahí arriba sino en las cosas que tu vas dejando atrás, incluso traicionando al llegar ahí arriba. Hay gente que por llegar ahí arriba traiciona cosas y hay gente que no. También es cierto que hay gente que es honesta consigo misma y puede llegar ahí arriba porque el orden de cosas que vivimos le parece estupendo, no tiene nada que objetar al sistema en el que vivimos, con lo cual me parece que tienen una postura absolutamente irreprochable. Como ese no es mi caso creo que eso me costaría mucho trabajo. Lo que estoy intentando ahora es vivir esa contradicción que supone pretender ser una escritora crítica con el sistema que al mismo tiempo es mínimamente visibilizada con el sistema. En ese sentido pretendo resolver la contradicción utilizando hasta que me dejen el pequeño micrófono que me han dejado, porque creo que también resulta muy perverso desconfiar permanentemente del éxito y descalificar a cualquier persona que pretende ser crítica cuando ha alcanzado una pequeña visibilidad, creo que eso nos hace mucho daño, creo que eso nos tapa la boca. También es una postura que por ejemplo en España comparte un escritor que a mí me interesa mucho, que se llama Isaac Rosa. Yo creo que la relevancia social que tenemos los escritores en este mundo globalizado, los que creíamos en la capacidad de intervención de la literatura en lo real, ha mermado muchísimo. Primero porque la cultura se ha desprestigiado interesadamente desde las instancias de poder y se ha separado de lo educativo para acercarse a lo espectacular, y segundo porque nosotros también somos responsables. Yo creo que en un momento determinado los que nos dedicábamos a la escritura hicimos dejación de funciones en la creencia de que habíamos llegado al mejor de los mundos posibles y entonces la única función en teoría que tendría que tener la literatura es la de hacer claqué en el salón de lo cultural. Entonces nuestra renuncia en gran medida ha hecho que muchos receptores, que muchos lectores, dejen de tomarse en serio al escritor y que el escritor deje de ser una figura que públicamente tenga relevancia. Por una parte creo que hay algo que tiene que ver con comportamientos que nos exceden, pero hay algo en lo que también somos responsables.
LMR: Cuando es uno es joven aspira a cambiar cosas y pensamientos a través de lo que hace. Luego de 20 años de escritura, ¿qué tanto ha cambiado tu percepción al respecto? ¿sigues creyendo en ello o tu literatura existe sin necesidad de esas aspiraciones?
Por una parte existe esa pretensión más o menos ingenua de cambiar el punto de vista de la gente, de llegarle, de transformar el mundo, ya utilizando una terminología muy grandilocuente; y por otra parte está la imposibilidad de que cualquier texto cultural que se genera en un contexto, no tenga un componente ideológico. Incluso los cineastas y los artistas que en un momento determinado de su vida piensan en el arte por el arte, están adoptando una postura ideológica. Por una parte a eso no puedo renunciar, siempre sé que aunque me dedique a hacer claqué estaré adoptando una postura ideológica. Ahora bien, eso no significa que no sea escéptica respecto a mi posibilidad de alcance y de llegar a los demás. Luego hay otro asunto, y es que yo me considero y pretendo ser una escritora política, comprometida, crítica. Las etiquetas me dan lo mismo, no me molestan nada, ni un poquito. Pues eso, pretendo serlo en dos niveles. Yo quiero ser una escritora crítica en mi afán por visibilizar las zonas oscuras de la realidad, los ángulos muertos, lo que me duele, lo que a veces no queremos ver, o lo que sencillamente no vemos porque lo tenemos completamente naturalizado, y en eso utilizo el concepto de ideología invisible de [Slavoj] Zizek. Entonces por eso soy una escritora comprometida, porque tengo confianza aún en la palabra y en el poder comunicativo de la palabra, pero también soy una escritora comprometida porque me parece que ese proceso de visibilización y de comunicación con los demás has de hacerlo a través de códigos que no sean previsibles para los lectores, de códigos que saquen a los lectores de su zona de confort, de códigos que les hagan formularse preguntas, de retóricas que no clientelicen al lector, sino que lo coloquen en esa zona de reflexión y de pensar sobre todo que la literatura, las formas, la manera de decir las cosas, es lo que estás contando, que las formas en definitiva son ideológicas. Esa mi postura.
LMR: En ese sentido, ¿cuáles consideras que sean las formas indicadas de que aumente ese número de lectores que conciban a la literatura de una forma mucho más integral?
Lo que pienso de todo esto, aparte de que no tengo una respuesta clara, la panacea universal, ojalá la tuviera, ya me gustaría, es: creo que en las condiciones en las que estamos resulta cada vez más difícil promover la lectura y sobre todo promover una lectura literaria. El cambio del modelo analógico al modelo digital entre otras cosas lo que implica, es que afecta las maneras de leer, las maneras del procesamiento de la información, la velocidad, la concentración, el vértigo, las inercias de la lectura. Los nuevos modelos para mí son antagónicos de algún modo con lo que caracteriza la literatura que es el espesor connotativo del lenguaje y la necesidad de la lentitud, la necesidad de la concentración. Si tú tienes en cuenta eso, eres consciente que cada vez es más difícil para personas que estamos todo el día conectadas a estos aparatos, a todas horas. Si yo misma como escritora noto que a veces me desconcentro porque me ha llegado un gling en el correo electrónico, ¿cómo le vas a pedir a la gente el esfuerzo? Está cambiando todo de una manera… Yo no quiero ser apocalíptica, pero creo que tenemos que ser un poco críticos, sobre todo conscientes de cuales son los fenómenos en transformación. Eso por un lado, por otro creo que también cuando se hacen campañas de promoción de la lectura caemos en los peores tópicos humanistas, caemos en frases hechas grandilocuentes y en eslóganes que terminan siendo mentira como verdades absolutas que se plantean, por ejemplo, «leer es bueno», «leer te va a hacer más feliz», «leer te va a permitir vivir otras vidas», estas cosas que se usan y que se les dicen a los niños o a los jóvenes y que son mentira. Leer puede ser bueno o puede ser malo, esa es la gracia, entre otras cosas. «Leer te va a producir más felicidad…» o más tristeza, porque te hace infinitamente más lúcido, infinitamente más crítico. Entonces, yo creo que si verdaderamente la lectura dejara esa especie de ideología blanda, heredada del humanismo, tendría más posibilidades de llegar a receptores más complejos y sabríamos que tenemos nuestro Jekyll, nuestro Hyde, y nuestras visiones contradictorias de la realidad. Y que ese discurso tan blando y tan bonito nos terminaría resultando artificioso, ajeno, un eslogan publicitario.
LMR: ¿Tú por eso mismo no utilizas redes sociales, porque sientes que entras en ese vértigo de la información?
No las utilizo porque no sé en realidad lo que podrían aportarme, porque muchas de las cosas que leo en las redes sociales no me gustan, algunas me parecen muy superficiales, otras me parecen muy destructivas, otras me parecen muy exhibicionistas, y más allá de esta interpretación abstracta, es por una cuestión personal, y es que yo soy una adicta, cualquier cosa que me guste me vuelve adicta. A mí me das una cerveza y no me puedo beber una, me tengo que beber tres cervezas. Lo que me gusta, me gusta y me engancha. Tengo correo electrónico y paso por lo menos dos horas y media de mi vida todos los días atendiendo el correo electrónico. Qué sería de mí si estuviera en Twitter, o si estuviera en Facebook, no sé, estaría todo el día pendiente de dar una imagen de mí misma que además probablemente es falsa. Entonces no me interesa. La gente del periodismo que está muy fascinada con Twitter, con esa velocidad de la información, esa inmediatez. A mí eso me resulta preocupante. Yo estoy educada en una familia, en una cultura en que antes de decir las cosas hay que traerlas pensadas de casa. Tú no puedes soltar lo que te nace así a la primera. Y que eso se coloque a nivel discursivo en el mismo nivel de horizontalidad de otros discursos, a mí eso no me parece democrático, a mí eso me parece demagógico y muy peligroso. Hay razones que son ideológicas y hay otras que son básicamente de que me conozco mucho a mí misma.
LMR: Si no por experiencia propia, al menos por lo que te dicen tus allegados, ¿no ves a internet como una vía para conocer el trabajo de más personas que de otra forma no conocerías?
¿A ti no te parece también que a veces tenemos una especie de ansia desmesurada? Vaya, yo no tengo una ansia desmesurada de acumulación, de consumo. Yo no tengo Facebook y conozco a una cantidad de escritores y gente monumental. No sé si mi cabeza da para más. Lo que pasa con este tipo de contactos, que están muy bien, que nos comunicamos unos con los otros, es que fomenta muchas veces lo que el ensayista César Rendueles llama «vínculos débiles». Yo lo que reivindico y lo hago mucho en Farándula a través de la metáfora, la fisicidad y la corporeidad del teatro, incluso a través de la caligrafía y la escritura, es que reinstalemos vínculos fuertes, vínculos fuertes entre las personas, en los que compartamos espacio, compartamos asociaciones. Creemos comunidades reales, tangibles, no virtuales que de verdad nos sirvan para cambiar cosas, y creo que eso es aplicable al amor, a la política y a la cultura. Y muchas veces en las redes sociales desde un punto de vista político, que yo sé que se pueden hacer grandes cosas y promover grandes causas, creo que nos lavamos la conciencia, porque pensamos que ya somos activos políticamente y comprometidos con la realidad por el hecho de firmar una petición en change.org. Y eso está muy bien pero hacen falta más cosas, muchísimas más. Y una de la reflexiones fundamentales de Farándula, o al menos que a mí más me interesaba es ver cómo nos roban el significado de las palabras y ver cómo hay dicotomías de palabras que se confunden las unas con las otras. Por ejemplo, se confunde la política con la beneficencia, y creo que esos asuntos de alguna manera la red, no es que sea culpable, pero no es inocente.
LMR: El periódico El País acaba de anunciar que será un periódico primordialmente digital. Me parece un buen ejemplo de apostar por una lectura razonada en esa plataforma, ¿No existe en ti el beneficio de la duda de que a pesar de todo esto puedan generarse en internet comunidades reales?
Pues vamos a ver. Tengo los ojos abiertos, no me niego a nada. Yo era lectora y compradora de periódico en papel diario, hasta hace aproximadamente dos o tres años que dejé de hacerlo, no por motivos que tengan que ver con lo analógico o digital, sino por motivos de que un periódico con el que yo me podía sentir razonablemente identificada como El País, dejé de sentirme identificada en absoluto y ahora sólo lo compro los fines de semana por los suplementos. Ya veremos a ver lo que pasa. No me manifiesto porque no sé qué pueda pasar. Si a partir de las redes se puede seguir haciendo un periodismo reflexivo, meditado, estupendo. Si lo que pasa con las redes es que asumimos los peores tics de esto que te contaba antes, de la rapidez, la inmediatez y el no pensar las cosas, mal.
MAM: Tomé una frase de Farándula, ya casi del final, que destaco: «La escritura es un modo del ensimismamiento y autocompasión, la necesidad de hablar desde detrás de una celosía para que nadie nos mire directamente a los ojos. Escribir siempre será una renuncia». Comparo mucho la labor del escritor ante otra una visión que tiene el actor, que es la del performance, el movimiento. ¿Cómo escribir sobre el movimiento si es que uno está parado?
En primer lugar esa cita que tú has cogido es una cita de Farándula que me gusta mucho, que es al final y que sale de la boca de Valeria Falcón que se descubre como narradora de todo el texto aunque tú desde el principio no lo sepas. Refleja el profundo pesimismo del personaje que a lo largo de toda la novela, que incluso algunas veces se le coloca en el borde peligroso del suicidio, por lo menos es teme el personaje positivo que es Natalia de Miguel. Esas palabras de Valeria Falcón no se corresponden exactamente con mi visión de la escritura. Yo desde el punto de vista de la escritura me considero completamente gramsciana, creo que hay que ser pesimista en el pensamiento, crítico y muy analítico en los diagnósticos, pero positivo en la voluntad y en la acción. Para mí una forma de actuar es escribir, para mí la escritura de un libro es una forma de acción. Dentro de esas formas de acción tu puedes mostrar versiones congeladas de la movilidad. El libro de hecho se abre con una escena en la que el mismo personaje de Valeria Falcón, de repente se para y empieza a ver, en el momento de pararse empieza a ver ese movimiento que la rodea, del que forma parte y en el que está envuelta de una manera completamente alienada que le impide ver las cosas que están pasando, y a partir del momento en el que se para ella lo que empieza a hacer, y por eso me gusta tu mezcla de lo que se mueve con lo que está parado, es que empieza a hacer polaroids de la realidad, impresiones que le permiten detenerse en el detalle y pensar porque las cosas en movimiento no se perciben prácticamente. Entonces ella necesita reconstruir el movimiento, reconstruir la perspectiva histórica a partir de pequeñas tomografías, reflexivas, profundas, concentradas, que de alguna manera se colocan en las antípodas del tipo de consumo y producción cultural que caracteriza a la era de internet.
MAM: Hay dos velocidades diferentes, la de la generación anterior a estos dispositivos móviles y la de toda esta aceleración propia en la que unos vivimos. Por ello pienso en el papel del intelectual en esta época tan volátil. Antes era muy importante lo que el intelectual decía. Ahora se ha privilegiado mucho la opinión al vuelo. ¿En qué sentido esto trastoca el papel del escritor?
A mí en Farándula me interesa eso desde la perspectiva del público y de eso que llamamos «público». Me interesa muchísimo cómo la reflexión cultural ha pasado de una interpretación completamente sacramental de los objetos o de los productos culturales, donde nada se ponía en tela de juicio. El hecho de que un intelectual tomara la palabra, o el hecho de que un cineasta hiciera tal cosa, o el hecho de que un pintor pintara tal cuadro y provocara una sensación de reverencia o de inferioridad y la gente no se atrevía a decir, «oye esto no lo entiendo o esto no me gusta», era así, tenías miedo a manifestar quizá tu propia ignorancia. Sobre todo me interesa eso, un miedo que te hacía vulnerable. Y hemos pasado de eso, desde el punto de vista del público, a todo lo contrario. Ahora todos tenemos una necesidad imperiosa y continua de interactuar, de no permanecer en silencio ni un momento para escuchar al otro, de escuchar permanentemente el sonido de nuestras propias palabras, de nuestras propias opiniones, y de colocar todos los discursos al mismo nivel de horizontalidad. Eso tiene que ver con el papel del intelectual y ha determinado ese cambio en el público, que se ha acabado convirtiendo más que nada en un consumidor de objetos que le resultan complacientes, de objetos para rellenar sus espacios de ocio, de objetos que le gratifiquen, de objetos que no le creen problemas desde el punto de vista del conocimiento, porque en el momento en el que estamos viviendo, igual que antes la gente tenía miedo a manifestar su propia ignorancia, ahora la gente a lo que tiene miedo es a mostrar su conocimiento y que lo llamen friki.
MAM: Se acabó esa barrera entre lo culto y lo popular…
Es verdad que se dinamita un poco esa barrera, arriba y abajo, pero se dinamita de una manera peligrosa. Yo creo que el gran problema es que lo popular se ha convertido en cultura popular de masas televisivas y estadunidenses, en eso se ha convertido la cultura popular, cuando debería ser otra cosa. Debería tener rasgos idiosincráticos y combativos específicos en cada territorio, y debería poder crear comunidades. El problema es que ahora lo que entendemos por popular es cultura televisiva, basurea y completamente yanqui.
MAM: Desde el punto de vista de la academia y otras facetas en las que has trabajado, como el ensayo, la crítica, la docencia, ¿cómo te han afectado este tipo de impactos?
Me han afectado mucho y es por eso que precisamente escribo una novela como Farándula. Podríamos decir que la novela es la versión en el territorio de la ficción de todas las ideas y las incertidumbres sobre lo cultural que yo había vertido en un ensayo que escribí en 2014 que se llamaba No tan incendiario (Periférica), donde explicaba todas esa cosas que pululan en Farándula pero en una clave de discurso ensayístico. Me afecta como escritora porque me hace replantearme muchas veces quienes son mis lectores y cual es la relación que yo quiero tener con ellos. Me afecta como escritora también porque me hace replantearme a qué le llamamos «el éxito», me afecta porque me hace replantearme qué es ser un escritor honesto, qué es ser un escritor digno. Desde el punto de vista de la academia, de la docencia, he notado con el paso de los años cómo la interacción con mis alumnos había cambiado muchísimo, tanto que ya no teníamos referentes comunes. Yo no podía utilizar determinados referentes que antes me aproximaban a mis alumnos porque he visto una especie de desinterés en los estudios académicos reglados. Que comprendo ese desinterés porque el mundo está en crisis, porque puedes tener una alta cualificación académica e intelectual y acabar dando a los botones de un ascensor en Ámsterdam. Probamente lo que tenemos que transformar es este sistema de funcionamiento que es tan injusto y nos vuelve tan terriblemente locos y resentidos. Luego dentro de ese descrédito del conocimiento académico reglado, fíjate, el otro día me llamó mucho la atención que alguien del ámbito de Steve Jobs y de todas esas cosas, desde Silicon Valley, promueve el autodidactismo y se habla de lo poco que importan los sistemas tradicionales reglados. Ser proactivo, interactivo, actuar en la máquina, ser irreflexivo, ser acrítico y echar por la ventana toda la tradición cultural hasta el punto en el que los institutos españoles de secundaria se han olvidado del estudio del griego, del latín y de la filosofía, y sin embargo se estudian cosas como conocimiento financiero. Cada uno es empresario de sí mismo. Eso atenta contra mis principios, mi sensibilidad y mi visión del mundo. Yo me niego a ser empresaria de mí misma y a auto explotarme, que es lo que pretenden que hagamos todos.
MAM: Fernando Ángel Moreno, profesor de la Universidad Complutense de Madrid, ha hablado mucho sobre este dilema que vive la academia no sólo en España, que es la irrupción de un modelo educativo que está muy alineado al neoliberalismo. También lo ha dicho Terry Eagleton: hay un peligro real de que las humanidades desaparezcan. ¿Te consideras una privilegiada por tener aún un espacio en ese ámbito?
Naturalmente soy una privilegiada. Soy una privilegiada que en una novela como Farándula también está expresando su miedo a perder su sitio, un sitio que viene de esa tradición. Pero por otra parte más allá de ese privilegio, que es verdad, que yo asumo y reconozco y que espero disfrutar hasta el fin de mis días, si es que esto no cambia mucho y vertiginosamente. Aparte de eso, quiero decir, yo no pienso sólo en mí, yo no tengo hijos y en ese sentido podría ser un ser humano egoísta, pero pienso en las generaciones venideras y pienso que quizá se ganen cosas pero que se están perdiendo otras muchas, y ese sentimiento de pérdida a mí me hace ser muy pesimista en el pensamiento aunque intente ser optimista en la acción y escribir libros como los que escribo.
LRM: ¿Pueden aparentar un par de minutos que siguen hablando para hacer unas fotos?
Está muy bien porque como es de teatro vamos a aparentar. ¿Tú quien te pides ser, Robert Redford o alguien más joven? (risas).
MAM: Yo pido ser Clint Eastwood.
LRM: Sí hay algo último que te quería preguntar. España ahora es el reflector político en el mundo por la particularidad de lo que sucede (no hay un gobierno instalado y no existen un acuerdo). ¿Tú qué postura tienes y qué prevés que vaya a suceder?
No tengo bola de cristal, no me la he traído. Verdaderamente lo que está ocurriendo en España desde el punto de vista político es terriblemente desconcertante y no sé si tan positivo o distinto como se quiere estar viendo desde fuera. Hay que tener una cosa muy en claro, que en España, aunque no haya mayoría absoluta, la mayoría de los votantes son de derechas, ha ganado la derecha. Por mucho que nos lo quieran pintar de color de rosa, por mucho que nos quieran decir, el partido más votado es el Partido Popular. A partir de eso habrá que hacer algo y habrá que ponerse de acuerdo desde un punto de vista de izquierda que nos permita desalojar a gente que nos está llevando a un mundo absolutamente invivible. Mientras que las izquierdas no se pongan de acuerdo como tales izquierdas, aparten sus diferencias, dejen atrás sus desilusiones y ese habito que tenemos tanto en la izquierda que es la crítica del matiz. Eso no lo hace la derecha, en la derecha van todos a una como fuente ovejuna, por decirlo de algún modo. Nosotros [la izquierda] no. Mientras no se consiga eso no vamos a conseguir nada.
MAM: Pero también suena como una utopía que suceda eso, que las izquierdas se pongan de acuerdo.
Suena como una utopía pero algo tendremos que hacer, tendremos que intentarlo por lo menos. Tú acuérdate de que estás fingiendo, tú finge (risas).
MAM: Uno escribe de determinada forma de acuerdo con el contexto político y social que vive. ¿Tú cómo ves el panorama de la novela en España?
El fondo y la forma son dos conceptos absolutamente indisolubles. La forma de escribir algo, un estilo en una novela, es un punto de vista ideológico. Esa es mi concepción de cómo escribo, de cómo afronto la escritura. En España yo no sé por donde puede ir la escritura, lo que sí sé es que hay una manera de escribir, que es una manera muy comercial, muy asumible para los lectores que se identifican con los clientes, que tiene que ver con la facilidad, la asequibilidad lectora, con escribir páginas con estructuras narrativas que sean muy reconocibles para el lector y que no le generen ningún problema por lo que está diciendo. Creo que la cosa va a seguir yendo por ahí porque a la vez el mercado es más poderoso y cada vez va a haber menos espacio para proyectos narrativos que sean intrínsecamente literarios, entre otras razones porque la lectura literaria, la demora que requiere, la profundidad que requiere, los referentes y la capacidad de relación y concentración que requiere la lectura literaria, es prácticamente incompatible con los nuevos soportes. Esa es la parte apocalíptica. Luego hay una parte que no es nada apocalíptica, en la que me interesaría muchísimo investigar, y es, ¿hasta qué punto los nuevos medios, los nuevos soportes, las posibilidades de internet, nos van a permitir inventar géneros nuevos, géneros literarios nuevos más allá de lo que conocemos, para hablar de un mundo nuevo? Eso me interesa mucho. Géneros que sean interdisciplinares, que nos permitan juntar mucho más la palabra y la imagen, que aunque sean literarios sean más performáticos. Creo que en esa dirección se pueden conseguir cosas muy interesantes desde un punto de vista crítico e ideológico, pero de momento no lo veo, de momento lo único que veo es que internet desde el punto de vista de la literatura se utiliza para leer Anna Karenina en una tablet o como se llame. Por ahí tenemos un territorio muy fructífero, muy rico para contar historias nuevas y para plantear nuevas visiones ideológicas, nuevas visiones del mundo. Ojalá pueda ser así y no se quede solamente en la parte mala.