Men often ask me, Why are your female characters so paranoid?
It’s not paranoia. It’s recognition of their situation.
Margaret Atwood
Por Dagoberto Espinoza
No es un secreto que las mujeres han tenido menos reflectores respecto al sector masculino en la música popular. Esto aplicaría tanto a la música pop, al jazz como la electrónica. Lo que sí sorprende es ver datos actuales y duros acerca de la escasa presencia de mujeres en sellos de música electrónica, lo cual revela un estado de invisibilización hacia el género femenino. De acuerdo con la red Female Pressure, en 2014 tan sólo 18 por ciento del catálogo de estas compañías estaba integrado por mujeres. Sin una correcta contextualización esto no nos dice mucho mucho, pero si lo comparamos con las cifras del año anterior, el panorama muestra una distribución mayor en la representación de hombres, alrededor de 89 por ciento. También podría obviarse el tema de la representación equitativa del género (a fin de cuentas, el talento rebasa los cuerpos), pero lo que sí es cuestionable es el mínimo rastreo que existe a propuestas de mujeres a lo largo del orbe. Esta falta de miras se evidencia en otro dato mostrado por el documento: del total de festivales musicales registrados en 2014, más del 80 por ciento son propuestas hechas por hombres. Algo está fallando en la ecuación.
La cuestión no es solo evidenciar y colocar al género por encima del talento, porque un cuerpo de mujer u hombre da igual si es que no tiene la facultad de imaginar melodías y ritmos que se fijen en un puñado de personas. Pero en el fondo, diría Spinoza, nuestros cuerpos importan en la medida en que sus posibilidades expresivas determinan nuestras experiencias sensibles. ¿Qué importa un cuerpo? ¡Demasiado! La espectralidad femenina se pasea en los estudios, en los conciertos, en las consolas, en el backstage, ahora sólo falta hacerla cuerpo. Digo esto como un problema que se ha hablado en los grandes foros con artistas de renombre. Cualquier género, no solo la electrónica ha sufrido de esto. Me viene a la mente la conversación que tuvo Björk con Pitchfork a propósito de la publicación de Vulnicura (2015), en donde la cantante se lamenta del trato que la mujer recibe en la música. Siendo ella una compositora de renombre, uno pensaría que las barreras políticas y de segregación han desaparecido. Falso. La islandesa señala que mucha gente piensa y le ha dicho que ella no es autora de su música solo por no tomarse fotos en el estudio durante los procesos de grabación. En cambio, dice, a alguien como Kanye West no se le cuestiona que pida beats por encargo a otros artistas y productores: incluso recibe la autoría por ello. «Es mucho de lo que la gente ve. Durante un concierto, porque hay gente en el escenario haciendo los otros bits, yo solo soy una simple cantante.»
¿Acaso la mujer sigue siendo únicamente vista como «la cantante» o la «corista»? Tal pregunta se vuelve nimia al mencionar a algunas de las figuras que han dado forma a la inestable y variada música electrónica: Clara Rockmore, Daphne Oram, Delia Derbyshire, Pauline Oliveros, Laurie Spiegel, Eliane Radigue y muchas otras, que han dejado su importante legado a futuras DJs, productoras, instrumentistas y promotoras musicales del siglo XXI. Podríamos mencionar a Mila Stern, Lena Wilikens, Veronika Vasicka, Helena Hauff, Ikonika, Fatima Al Qadiri, Dasha Rush, Nina Kravitz, Holly Herndon y Paula Temple como aquellas que encabezan una ola que se caracteriza por su inventiva y en la mayoría de los casos, virtuosismo en la edición, creación y producción sonidos sintetizados para desbordar las pistas de baile al tiempo que le dan una cara y una frecuencia a nuestro tiempo. Parece lejano el tiempo de aquella pieza pionera «Music Of The Spheres», en la que Johanna M. Beyer se fijó para siempre en la memoria de la electrónica. Sin embargo, los ecos se actualizan todo el tiempo con las nuevas parteras del futuro.