Bellas de noche, sobrevivir al resplandor del vedetismo

Por Guadalupe Gómez Rosas /@grosas87

Desde hace siglos la carne y la piel se venden en la oscuridad, con la parafernalia de lo clandestino y lo ilegal; sin embargo, hay momentos donde este tipo de producciones y negocios representan no sólo una mina de oro, sino una válvula de escape, un tesoro en forma de réplica a contextos sociales particulares.

Sin intención de festejar o censurar, María José Cuevas elucubró un retrato fílmico de cinco de las vedettes más famosas de la época de los 70. Distanciando prejuicios y con torrentes de sensibilidad, la reciente cineasta logró plasmar en Bellas de noche (2016) episodios comunes que abren cápsulas de tiempo y que de pronto abstraen el presente de formas inusitadas.

Una litografía que no habla de la destemplanza, sino de la supervivencia a pesar de los evocaciones de grandeza, de la transformación de los mundos individuales y la integridad que se erige en el quehacer diario y no sólo en los clímax.

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Décadas del pasado futuro

Son los 70 y hay una afanosa producción de dopamina, una sexualidad despierta, iris iluminados al distinguir prominentes caderas y tibios senos. Son los 70 y todavía creemos en un México Mágico, vivimos en la ribera de la energía pero a punto del desborde de la crisis económica.

Insignes escenas tuteladas por las vedettes, hermosas mujeres que quiebran el aire con sus movimientos de cadera y una vestimenta sin precedentes. Emergen como auténticas afroditas en medio de una confusa década. Recibimos lo maltrecho del Milagro Mexicano, nos asimos a la esperanza. Necesitamos analgésicos y hay quien lo sabe: necesitamos la complicidad de una sala de cine para que sea correcto, apremiamos un cabaret.

Son los 80 y se incrementa la brecha de la riqueza. Somos mexicanos y nos encantan las desproporciones, lo asimétrico: ricos hasta el ridículo y pobres hasta los huesos. El cabaret y las ficheras nos permiten arrinconar la tragedia.

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Casi dos décadas de esplendor para el cabaret, el llamado cine de ficheras y los inquietos cuerpos de Olga Breeskin, Lyn May, la Princesa Yamal, Wanda Seux y Rossy Mendoza, entre otras personalidades, como Irma Serrano y Sasha Montenegro. Es el espectáculo por antonomasia de la época.

Un producto con marca Hecho en México. No emula el sexplotation ni el porno chic de E.E. U.U., es una deflagración en el cine con nuevos caracteres: el mujeriego, el afeminado, el gigoló, pero sobre todo, las ficheras, cuya piel de encaje y lentejuela se desdobla en los escenarios a ritmo de percusiones. Una nueva época de entretenimiento nacional en niebla de excesos, drogas y sexo.

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El retorno de Bellas de Noche

La lógica de capitalizar lo hedonista es un imperativo desde el inicio de la humanidad. El estado cerebral de los primeros humanos no era ajeno a la abundancia de la carne, a la voluptuosidad del espíritu a través de la danza.

Diversas sociedades han creado formas particulares de desestrés y diversión; algunas aberrantes para el mundo occidental, pero funcionales para estabilizar un núcleo social. Así fue el cine de ficheras y el cabaret, que a finales de los 80 fue desprestigiado y suplantado por los primeros table dance que no sólo eran menos sofisticados, sino que representan el epítome de la explotación sexual.

En el frente se percibía una época común de declive industrial, pero en los terraplenes se solidificaban los pilares de un régimen conservador, tachando a las que una vez fueron las glorias del cabaret y el cine. Se condenó la estética de lo abundante y se pidió cubrir la belleza de lo candoroso.

Tras el desastre del conservadurismo y la buena familia, se develaron las raíces del sistema que condena la vejez y otros vicios. Ésta es la conjura que María José Cuevas, directora de Bellas de Noche, utiliza para contarnos cómo desgajamos e inhabilitamos a quien no logra preservar la trama de los estándares sociales.

En clara referencia a la película homónima y primigenia del cine de ficheras (Bellas de noche, 1975), Cuevas comparte —con hilarantes y a veces nostálgicas entrevistas, así como un logrado archivo— cómo Olga Breeskin, Lyn May, la Princesa Yamal, Wanda Seux y Rossy Mendoza aprehenden sus memorias y al final del día se reconcilian con el mundo.

El filme agrupa grandes escenas de humor espontáneo que encajan perfectamente con la levedad del montaje. Casi al fondo hay un feminismo naíf, alejado de la teoría, pero fundado en la cotidianidad. Mujeres que defienden y se respaldan, estrellas que brillan de noche.

Bellas… reintegra la realidad superando los peldaños de la ficción, llevándonos a los claustros más íntimos. Nos trasladan al despojo de la belleza y el dinero pero con rosetones de satisfacción. Observamos la noble vida conyugal de Lyn May, la devoción religiosa de Olga Breeskin; la osadía de vivir con el cáncer y a pesar de él, cómo lo hace Wanda Seux.

Los recuerdos públicos de estas figuras son imborrables para una generación; pero no delimita ni recluye a sus protagonistas, sino que alientan una disposición práctica de la vida. Al final, parece que la película susurra: Lancé un suspiro y me retrepé en la silla, reconciliado con la existencia, justo como lo escribió Fante.

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