Por Leo Lozano
Pese al gran cúmulo de opiniones negativas, y quitando algunos excesos narrativos y dramáticos, la entrega dedicada al asesino, más que al asesinato de Gianni Versace, deja un buen sabor de boca. Está claro que el título y la presencia de Penélope Cruz y Ricky Martín fueron un ardid, y que a muchos decepcionó que el diseñador italiano no sea el protagonista. Pero lo importante en este relato es la patología de un criminal, la disección de un hombre que vivió obsesionado con un complejo de superioridad. Andrew Cunanan (un excepcional Darren Criss) es el arquetipo por antonomasia del fracaso del sueño americano, idea que se vende por igual para todos, pero que definitivamente no es para todos.
Cunanan, hijo de un inmigrante filipino y una italoamericana vivió la mitad de su vida en el ensueño y las prerrogativas de una vida casi perfecta, que en su temprana adolescencia se revelaría como una mentira. El último de cuatro hermanos, bendecido por la predilección del padre, un favoritismo oscuro, -cuando el lector vea la serie descubrirá por qué- atractivo, de nuevo, me refiero al Cunanan de la ficción, gay, extrovertido, inteligente, culto, ególatra, Andrew creció con la firme idea de que era especial, porque así se lo inculcó su progenitor, y esa simple virtud lo hacía merecedor de toda la gracia que pueda existir en el mundo terrenal; belleza y dinero, desafortunadamente para él, la segunda no siempre le sonrió.
El dinero y el reconocimiento de los otros, son y seguirán siendo dos de los más grandes anhelos del individuo moderno inmerso en una sociedad capitalista. Los seres humanos vivimos, en mayor o menor medida, obsesionados con uno o con otro. Es la sociedad de la selfie, del onanismo de las redes sociales, de los youtubers y tuitstars. Pueden encontrarse algunos visos de este mundo individualista hace unas décadas. El dinero fue uno de los principales obstáculos de Cunanan, el nulo amor y reconocimiento de otros se tradujo en su progresiva ruina social. Con altibajos constantes, subiendo peldaños y cayendo de ellos en la misma proporción, el asesino de Versace nunca pudo construir relaciones sanas con otros. Su megalomanía, sus pretensiones y la vida ficticia que construyó alrededor de su persona y familia, pronto le cobraron factura y la bomba estalló en las formas de la violencia.
Para quienes desconozcan la vida y obra de Cunanan, el asesinato de Versace no fue el primero, sino el último de una cadena de crímenes que la serie narra con detalle para construir el perfil del asesino. En el drama, producido por Ryan Murphy, se narran el ir y venir de Andrew en la escala social. La narrativa, que se vale de constantes saltos en el tiempo privilegia la reconstrucción biográfica en el tono del suspenso en aras de mostrar cómo fue el desarrollo de la patología criminal de Cunanan, y cuál fue el camino que finalmente lo llevó a matar al famoso diseñador italiano, interpretado en la serie por Édgar Ramírez.
Su obsesión enfermiza con la figura de Versace —modelo a seguir para la cierta comunidad homosexual de la época— así como sus pretensiones sociales marcadas por el estigma de haberlo tenido todo y después nada, nutrieron la megalomanía de Cunanan y su rencor, ira y envidia hacia aquellos a quienes la vida les sonreía. Su leitmotiv se originó en ese descontento, en la impotencia de saberse un perdedor al que la vida le quitó todo, porque en su narcisimo, Cunanan merecía una existencia mejor. Y por ello, creo que en el desarrollo de esta segunda entrega se confirma cuál es el hilo conductor de la antología de Ryan Murphy sobre crímenes en suelo estadounidense.
Hubiera sido más sencillo que la figura del diseñador italiano y la historia de su conflictiva relación con su hermana Donatella hubieran estado en el centro de la trama, pero ello habría hecho que la serie no tuviera coherencia con respecto a la entrega anterior. American Crime Story, sabemos, disecciona momentos clave en la historia de la violencia en Estados Unidos y a partir de ahí hace una crítica sobre las disfuncionalidades de ese país y su sociedad, no en el simple y vano cotilleo sobre celebridades. La necesidad de convertirlo todo en espectáculo, el racismo, la violencia inmanente de su cultura, la homofobia, la obsesión por el éxito y la fama, los logros y fracasos del american dream. Todos ellos males de las sociedades de nuestro tiempo, pero que en la estadounidense encuentran formas singulares de desenvolverse, puesto que es la autora del estilo de vida idóneo del occidente contemporáneo, son los tópicos que hasta ahora ha abordado la hermana de American Horror Story.
Hay que estar atentos a lo que venga respecto a American Crime Story, puesto que arroja luz sobre un monstruo que ha estado siempre ahí, pero que, por comodidad o indiferencia, se ha preferido ignorar, ese monstruo es el de la violencia, esa que sucede en casa.