Por Adrián Ávila
El arte de vanguardia, de acuerdo a la teoría de Hans Robert Jauss, debe ser aquel en el que la obra logre una experiencia estética, es decir romper los paradigmas de lo ya conocido, llevarnos más allá de un simple momento de placer y transformarnos a través de la interacción. Este año, el festival de la creatividad digital MUTEK, en la serie de A/VISION 2, presentado en el Teatro de la Ciudad Esperanza Iris, fue muestra de cómo se destruye lo cotidiano para dar paso al florecimiento de la imaginación.
En tres actos, de una de sus noches, este festival internacional dio a conocer distintas etapas del arte multidisciplinario, pues cada uno de los artistas realizó un manejo diferente de la tecnología utilizándola como una extensión de su persona para materializar su creatividad.
Koreless & Emmanuel Biard / The Well
Este dúo del Reino Unido, Koreless & Emmanuel Biard, fueron el ejemplo de cuando la obra busca integrar de la obra con el público. Mientras que Emmanuel Biard destaca por ser un artista visual con la capacidad de reinventar lo genérico con simples adiciones, Koreless es un músico electrónico que sabe generar atmósferas envolventes de las cuales es difícil escapar.
Juntos formaron el proyecto The Well, el cual consiste en mezclar los pulsos de la música electrónica con el coro de cinco voces humanas, esto presentado con una serie de estructuras visuales y un espejo de mylar, enmarcado en luces láser. Esta combinación, en completa oscuridad sumerge al público en una especie de viaje espacial. La música de Koreless, con una clara influencia del Oxygene (1976) de Jean Michelle Jarre, sumergió al público en un acto solemne, casi religioso, parecía estar ante un nacimiento de la vida. Armonía entrecortada, cambios bruscos de estilos musicales y todo ello sin perder la cadencia del acto.
Por su parte, los visuales de Biard te tomaban de la mano para guiarte a través de las luces que, en completa oscuridad, viajaban a lo largo del teatro. Con un simple juego de desasociar figuras reconocibles, estimulaba la imaginación del público. Algunos parecían tocar las luces con sus manos, la obra se reflejaba en la gente y todos parecían integrados en el mismo instante, el arte ya no estaba en el escenario, sino en el público. El coro con la música electrónica y la pieza con los espectadores hicieron una combinación de lo orgánico con lo material.
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Martin Messier / FIELD
Contrario al dúo del Reino Unido, el canadiense Martin Messier con su obra FIELD, cambió el lugar de atención, pues su propuesta focalizó ya no al público como parte de la obra sino al artista mismo. El nombre proviene de la propuesta del artista que cree en la posibilidad de crear sonidos a partir de los campos magnéticos de nuestro ambiente. Su instalación consiste en utilizar máquinas, cables y otros aparatos para amplificar dichos sonidos y convertirlos en parte de su performance. Messier toma dos placas de metal en las cuales puede conectar a su gusto una serie de canales de audio para tomar distintas frecuencias de sonido. Aunado a esto, Messier cuenta con una pantalla y un reflector que proyecta su sombra y la de la instalación en un fondo blanco. El proyector corre sobre un riel en repetidas ocasiones generando una especie de loop visual.
El artista aparece frente al público como si se le observara en su taller, trabajando, descubriendo los sonidos del ambiente para presentarlos al público, pero no es sólo el sonido, sino todo el trabajo de Messier lo que mantiene ocupado a la atención. Los sonidos por tanto no son predecibles e incluso parecen agresivos por momentos, sin embargo resulta una experiencia gratificante el descubrir lo que está oculto a nuestro alrededor. La instalación misma parecía el laboratorio del Dr. Frankestein en un intento por revivir a un monstruo, ese monstruo que para nosotros es mero silencio.
Robert Henke / Lumière 2.1
Aunque era quien encabezaba el cartel, y quien lleva años trabajando en este proyecto de investigación llamado Lumière 2.1, Robert Henke pareció el menos provocativo de la noche. Pues su propuesta es apenas una disposición de sincronizar de manera imperceptible, el espectáculo de luces láser con la música.
Sin embargo, poco se puede destacar de la pieza del artista alemán. Visualmente es atractiva, luces que requieren mantener tu atención fija en un punto, hipnóticas y un muro de neblina para dar la ilusión de materialidad, pero todo reflejado sobre una pantalla, limitado, pues si bien la música y los visuales eran impecables, no iban más allá de estar limitados a una pantalla en el centro. No existía como en la primera pieza una integración, y ni siquiera una propuesta agresiva al estilo de Messier.
La manera en cómo se presenta la pieza, determina nuestra experiencia. Es decir toda obra está limitada a su estructura, es, como decía Gadamer, un juego, con ciertas reglas y dentro de esas reglas somos libres de desplazarnos y priorizar nuestra atención en algún aspecto de la misma. Ese fue el problema de Henke, pues su obra no permitía un desplazamiento espacial ni imaginario.
Pero a pesar de todo, creo que el MUTEK es justamente un festival para apartarse de la cotidianidad, pues no es tan lúgubre como un museo o genérico cual concierto; es la vanguardia de nuestra época, una forma de escapar del locus amenus para redescubrirnos a partir de la manera en cómo nos enfrentamos a obras desconocidas. El arte sólo es pasivo cuando no se deja volar la imaginación ante las obras.